¡Servir y proteger en el Universo Marvel! En la tradición de Marvels, Código de Honor sigue el punto de vista de un hombre de la calle, en este caso de un policía de Nueva York, a lo largo de los acontecimientos que moldearon el Universo Marvel durante los años setenta y ochenta: la llegada de Luke Cage, El Castigador o Capa y Puñal, los dinosaurios de La Tierra Salvaje pasean por Manhattan, la saga de Fénix Oscura, el invierno asgardiano o las Guerras Secretas. Además, ¿y si detrás del nacimiento de los prodigios estuviera una compleja conspiración?
Si en DC Comics crearon Gotham Central, como la serie que mostraba la vida de los agentes de una comisaría de policía de Gotham City, Marvel Comics se le adelantó unos cuantos años con este Código de Honor (1997). En el más puro estilo de la miniserie Marvels de Kurt Busiek y Alex Ross, después de El Ojo de la Cámara y Ruinas, en Código de Honor seguimos el devenir diario de un policía de Nueva York, Jeffrey Piper, desde su incorporación al cuerpo hasta sus últimos años antes de jubilarse. En el periodo de tiempo que transcurre entre 1974 (marcada por el inicio de las andanzas de Luke Cage) y 1992 (fecha en que sucedió La Caída de Kingpin, que cierra la historia), Jeff Piper nos hace de guía a través de varias zonas de Nueva York, como Harlem o Brooklyn, siendo testigo de excepción de algunos de los acontecimientos más relevantes en el Universo Marvel de la época.
En un interesante ejercicio de sincronización, el guionista Chuck Dixon (Heroes Reborn: Capitán América, Batman: Contagio) hace coincidir el transcurso del tiempo en el Universo Marvel con el tiempo real. Es decir, la edad del protagonista avanza a medida que transcurren los años en el Universo Marvel, aunque los propios superhéroes parezcan no envejecer. Así, el paso del tiempo lo vemos reflejado en la vida del propio Jeff Piper, que se enamora, se casa, tiene hijos, echa barriga… y también lo vemos siguiendo los eventos que sacudieron el Universo Marvel entre 1974 y 1992: la invasión de dinosaurios de la Tierra Salvaje, la aparición del Castigador, la boda de la Visión y la Bruja Escarlata, las primeras Secret Wars, el nacimiento de Veneno… Ninguno de estos eventos se describe en detalle, sino que actúan como marco alrededor del cual gira la vida de Jeff. Su vida como policía transcurre bajo la sombra de los héroes, pero su propia vida personal también se ve influida por ellos, o más bien por los destrozos que dejan a su paso, provocando una continua sensación de inseguridad entre los neoyorquinos, lo que perjudica su relación con su mujer y sus hijos. En estas páginas también habrá sitio para el racismo y el rechazo a los diferentes. La madre de Jeff, baptista y de raza negra, no aprueba su matrimonio con una portorriqueña católica, pero el propio Jeff siente rechazo hacia los mutantes, a los que considera menos que humanos. Jeff no es perfecto, pero es que no ha de serlo. Sabe que nunca podrá ser un héroe como los que sobrevuelan la ciudad, así que ni se esfuerza por intentarlo. Pero también sabe que dentro de todo este mundo de seres superpoderosos existe otro microcosmos que sí está capacitado para proteger, y es el de su familia. En ese submundo sí es un superhéroe.
Chuck Dixon consigue, haciendo de Jeff el protagonista absoluto de su relato, que nos interese más el culebrón de su relación con su novia que las propias hazañas superheroicas, que sólo sirven como recurso para marcar el paso del tiempo. En cada uno de los cuatro números que componen esta miniserie veremos al Ángel sobrevolando la ciudad, con sus cambios de traje marcando el transcurso del tiempo dentro del Universo Marvel, hasta su conversión en el Arcángel, como indicador de la llegada de los años noventa. En el dibujo tenemos a un puñado de pintores e ilustradores que intentan imitar el estilo de Alex Ross, con éxito dispar. Entre ellos tenemos a viejos conocidos como Terese Nielsen, que ya colaboró con Warren Ellis en el recopilatorio Ruinas con el relato homónimo, o el difunto Bob Wakelin, que participó en el relato Demonios Interiores, con Mariano Nicieza. Además de ellos, encontramos a otros pintores de la época como un casi desconocido Tristan Schane (y no Shane, como aparece repetidamente en el tomo de Panini), Brad Parker (Green Lantern: Fear Itself), Vincent Evans (Captain America/Nick Fury: Blood Truce), Derick Gröss (Batman: Two-Face Strikes Twice) y Paul Lee (Aliens: Caos). No muchos de estos ilustradores han permanecido vinculados al noveno arte, y algunos se han reconvertido en portadistas o en ilustradores y diseñadores para videojuegos.
La segunda miniserie contenida en este volumen es Conspiración, de 1998. En ella, un periodista de investigación, al estilo de Ben Urich, se verá metido en un entramado de conspiraciones que involucran al ejército y a grandes industriales civiles en la creación de los superhéroes. El Capitán América, Hulk, Iron Man… Los grandes héroes de la Marvel de los 60 serían así fruto de investigaciones y experimentos gubernamentales que se remontan a los tiempos de los primeros monstruos de la editorial (de cuando aún se llamaba Atlas Comics). En esta teoría de la conspiración que destapa el periodista Mark Ewing, y que provocó la desaparición de otro periodista que la investigaba hace años, nada es fruto del azar ni accidental. La explosión de la bomba Gamma se hizo cuando se tenía que hacer; la captura de Tony Stark por un grupo terrorista, que dio origen a Iron Man, estuvo también orquestada por esta camarilla gubernamental. Incluso la picadura de la famosa araña radioactiva formaba parte de un experimento controlado. A medida que Ewing va profundizando más y más en esta maraña de teorías, su vida irá corriendo más peligro. Tendrá que elegir entre ignorarlo todo y seguir vivo, o descubrir la verdad y exponerse a una muerte casi segura.
Dan Abnett (Aniquilación: Plaga, Wild’s End) ya tenía experiencia con el universo de Marvels al haber escrito el relato Los Años Maravillosos, recopilado en Ruinas, en el que también colaboró con el ilustrador Igor Kordey (Viuda Negra: Witsi Witsi Araña, Cable: Soldier X). Este equipo creativo se puso manos a la obra a finales de los 90 para traernos una obra que tampoco alcanza las cotas de perfección de la Marvels original, pero que mantiene un buen pulso narrativo metiendo al lector en los cimientos del Universo Marvel tal como lo conocemos, y dando a entender que todo lo que sabíamos era mentira… o no.
Marvel Comics ha explotado el filón que supuso el éxito de Marvels del mismo modo que DC Comics ha seguido ordeñando la vaca de las Crisis: es decir, con resultados dispares. Mientras que algunas de las obras resultantes, como la reciente Instantánea Marvels está funcionando bastante bien gracias al factor retronostálgico, otras como Ruinas sólo rascaba superficialmente en lo que Marvels significó. En el punto medio está este Código de Honor, que aunque carece de la profundidad de la historia primigenia, es capaz de mantener una línea coherente con lo que aquella supuso: mientras que Marvels reclamaba el retorno a la inocencia de los héroes, Código de Honor nos cuenta cómo todo se fue al garete, con la llegada de los justicieros y la oscuridad. No es un cómic indispensable, pero sí un interesante complemento para nostálgicos empedernidos.