¿A quién no le gusta Harry el sucio? Incluso siendo conscientes del tufillo fascistoide, no es sólo que sea una película memorable, sino que, lo queramos o no, esa clase de tipos duros de código moral tan firme como dudoso a los que nadie tose tienen un encanto especial… al menos como personajes de ficción. Pero ahora imaginad que Harry el sucio fuera vuestro padre y por ahí nos acercamos a lo que nos cuenta Sargento Inmortal.
Algo de esto hay en este último trabajo del equipo de Soy una matagigantes. A partir de una propuesta parcialmente autobiográfica de Joe Kelly, Ken Niimura nos enseña que muy posiblemente no haya nadie en toda la industria capaz de ganarle en eso de contar más con menos.
A estas alturas, ambos autores son más que conocidos, y no solo por su anterior colaboración, que tuvo incluso adaptación de Netflix, sino porque ambos tienen carreras tan dilatadas como abundantes en hitos.
Es curioso cómo un nombre con los logros y veteranía de Joe Kelly sea todavía un desconocido para muchos. En las dos grandes ha escrito etapas de considerable duración de algunos de los más grandes, como Superman, Spiderman, X-Men o la JLA e incluso es responsable del guion de la que probablemente es la etapa definitoria de Masacre. Es cierto que en los últimos años su producción en viñetas ha disminuido para centrarse en su labor en animación como miembro fundador de los Man of Action Studios, responsables de Ben Ten, Generator Rex y adaptaciones animadas de franquicias como Gormiti, Spiderman o Los Vengadores. Sin embargo, nunca abandona del todo sus amados cómics y no es de extrañar que sea este el medio que ha elegido contar este Sargento Inmortal.
Para convertir esta historia en imágenes no ha podido elegir otro mejor que su compinche Ken Niimura. Y es que Kelly ha trabajado con artistazos de la talla de Carlos Pacheco, Pasqual Ferry, Duncan Rouleau o Chris Bachalo, pero ninguno ha sabido hacer llegar la emoción con la honestidad y la vehemencia que Niimura lo hizo en Soy una matagigantes. José María Ken Niimura del Barrio es el nombre completo de este madrileño que ya lleva un cuarto de siglo a los lápices en Europa, USA y Japón. Niimura no se prodiga todo lo que nos gustaría, ya que continúa alternando su labor en el cómic con trabajos de ilustración y publicidad, pero en los últimos años hemos podido verlo en No lo abras jamás o la antología Tezucomi.
Juntos nos cuentan la historia del sargento Jim Sargent, viejo detective con valores que, por ser amables, podríamos llamar chapados a la antigua. Hablamos de un tipo que es policía hasta en el apellido y al que conocemos justo el día en que le llega su retiro. Con ese motivo de su cena de despedida, acudirán su exmujer y su hijo, con el que mantiene una relación conflictiva. Será entonces cuando haga aparición el fantasma de un viejo caso que le quedó por resolver y que le obsesiona y todo llevará a que padre e hijo se embarquen en una accidental y accidentada road movie en viñetas tras su pista.
Por un lado, tenemos un tipo con un corte de pelo de hace 40 años, machista, racista y alcohólico, pero con el carisma de esas figuras de las que hablábamos al inicio y tratado con mucho humor por parte de los autores. Una especie de mezcla entre los personajes de Clint Eastwood en Harry el sucio y Gran Torino pasado de vueltas, completamente encerrado en su trasnochado sistema de valores, obsesionado con su trabajo y con una continua relación de menosprecio con su hijo. En el otro lado, tenemos a Michael, que pese a una infancia complicada y vivir hecho un manojo de inseguridades, ha salido adelante y tiene ahora su propia familia mientras sale adelante como programador de videojuegos.
Sargento Inmortal fue publicada originalmente en nueve entregas de la mano de Image Comics y no se montan juntos en el coche que iniciará su viaje hasta casi la última página del segundo número. La aventura — por llamarlo de algún modo — es la excusa para centrarse en dos personajes y la exploración de su relación y de ellos mismos y los autores cuándo tomarse su tiempo y cuándo pisar el acelerador.
En cualquier caso, por más que la historia se cimente en la experiencia vital de Kelly con su padre policía, seguro que el tema de la relación paternofilial complicada que durante un viaje se redescubre y cambia a los protagonistas os suena. No se trata de una propuesta original y por más que se base en sucesos reales, esto sigue siendo ficción y no hay que ser muy listos para saber que habrá un giro, un crecimiento de los personajes y un posterior cambio en sus modos de entenderse a sí mismos y a su relación. Hay ciertos tópicos por los que sabemos que van a pasar, pero aprovechar los códigos conocidos y jugar con ellos no es ni mucho menos un error, sino todo lo contrario. Es jugar con lo que ya sabemos para poderse centrar en lo que hace especial a esta historia.
Lo que es particular de Sargento Inmortal no es tanto qué cuenta, que no deja de tener su atractivo, sino cómo. Kelly y Niimura podrían aprovechar la que sin duda es una relación vejatoria y cruel de un padre para con su hijo y caer en el victimismo ombligocéntrico. Sin embargo, eligen en su lugar el humor, un caracterización exquisita que te estruja el corazón sin hacer daño y una extraordinaria agudeza en los diálogos que convierte la lectura en un deleite y bajamos las defensas, mientras la gravedad del asunto la vamos asimilando a un nivel más inconsciente. Incluso cuando al final toca el inevitable giro meloso, no resulta artificial y atraviesa la barrera del lector más descreído solo a base del cariño que nos han hecho desarrollar por los personajes, incluso por los secundarios como la madre, la mujer o los hijos de Michael.
Han sido cuatro años lo que han tardado los autores en parir Sargento Inmortal. En parte, es de suponer que sus respectivas agendas habrán tenido algo que ver. Sin embargo, tratándose de algo tan personal, probablemente Kelly quería tomarse su tiempo para dedicarle el mimo que sin duda se percibe. Pero todo habría quedado en nada si no hubiera tenido a un dibujante como Ken Niimura, capaz de hacer tanto con tan poco. El estilo minimalista de Niimura puede ser, no obstante, la razón de que alguna gente no se acerque a Sargento Inmortal, pero también la razón por la que se quede. Me explico: desafortunadamente habrá lectores, tal vez más cerrados a un dibujo naturalista tradicional, que en un primer vistazo decida no darle una oportunidad. Reto a ese lector a leer, aunque sea en la tienda, las primeras páginas — que se leen en un pestañeo —. Si después de eso no está dentro de la historia hasta las rodillas, puede dejar el tebeo.
Cada una de las escuetas líneas de su dibujo tiene una misión, no hay nada superfluo y lo que eso consigue es que no haya obstáculos, no hay fricción y el dibujo como líneas manchas y texturas desaparece, solo hay historia. Los diseños están trabajados con los detalles justos para que conozcamos y reconozcamos a los personajes sin que apenas abran la boca. Este tipo de esquematización le permite además jugar con la caricatura y la mecánica corporal, para que las emociones en las que Sargento Inmortal pone toda la carne en el asador nos lleguen como un mazazo directo a la patata, bien sea un chiste o un momento dramático. Es capaz de tomarse su tiempo y dedicar largas secuencias de páginas a una sola acción y, del mismo modo, dejar en elipsis aquello que no es el propósito principal. Separar la paja del grano y conseguir que su narración sea 100% grano es sin duda el mayor talento de Ken Niimura.
Él mismo en los extras del final del libro dice buscar un estilo que no fuera invasivo y leyendo Sargento Inmortal no hay dibujo, no hay guion… solo hay historia pura y sin cortar directa a encogernos el corazón o sacarnos la sonrisa… y alguna que otra carcajada también, qué demonios.
He de reconocer que si hay en Sargento Inmortal alguna referencia al clásico de Hollywood de 1943 o a la novela homónima de John Brophy no termino de ubicarla, pero lo que tengo claro es que es una de las obras que más me han sorprendido en lo que vamos de año y no porque no esperase gran cosa, sino porque se ha saltado todas mis defensas y me ha sacado como muy pocos tebeos esa risa y ese nudo en la garganta a prueba de escepticismos.