En la lectura de cómics clásicos, la nostalgia es un factor que influye fuertemente en la lectura, y puede ser a favor o en contra de la percepción final. Puede hacer que el lector recuerde con cariño la época en la que leyó originalmente la obra reeditada, o puede que el paso del tiempo no le haya sentado del todo bien y lleguemos a la conclusión de que no nos ha gustado tanto como en su tiempo. Pero cuando nos acercamos por primera vez a un cómic antiguo -el apelativo de clásico se da demasiado a la ligera últimamente-, lo apreciamos por lo que realmente es. Sin influencia nostálgica, a favor o en contra. Así que vamos a ver qué nos encontramos en esta Renovación mutante que no leí en su día.
Contexto previo: cuando empecé a leer tebeos de la franquicia mutante, el Patriarca era Chris Claremont. A Factor X aún no había llegado Peter David, y en los Nuevos Mutantes estaba un primerizo Rob Liefeld. Eran unos tebeos tremendamente entretenidos, con tramas razonablemente bien llevadas, regados de un molonismo que dejaba con la boca abierta al adolescente que era yo por entonces. Los mutantes era la parte de Marvel que había que leer. Pero tras el despido de guionistas y la fuga de dibujantes, el nivel autoral bajó bastante, y con él la calidad. Donde habían estado Chris Claremont, Peter David y Louise Simonson, en 1995 estaban Scott Lobdell, Fabian Nicieza y Jeph Loeb. Donde habían estado Jim Lee, Greg Capullo o Larry Stroman, ahora estaban Jeff Matsuda, Roger Cruz o Adam Pollina. Y claro, uno acaba por decir “hasta aquí”. En mi caso, ese carpetazo llegó unos meses después de La era de Apocalipsis. Carpetazo temporal, por supuesto. Todo lector mutante acaba volviendo una y otra vez a las series que tantos placeres y sinsabores le han dado en el pasado.
No puedo dar más experiencia personal de lo que fue la Marvel posterior a 1996 porque acabé dejando prácticamente todas las series. Pero amigos más constantes que siguieron al pie del cañón me han confirmado que hice bien en dejarlo. Que la cosa bajó aún más. Que después de aquello llegó Onslaught, lo que nos trajo los 4F de Jim Lee o el Capitán América de Liefeld. Y Operación Tolerancia Cero, que debía ser bastante difícil de coger por prácticamente cualquier lado. Hasta que la editorial se dio cuenta de que si quieres buenos tebeos, hay que meter buenos autores.
Y allá por 1997, Scott Lobdell fue sustituido por dos guionistas nuevos: Uncanny X-Men fue a las manos de Steven T. Seagle, que estaba dando momentos memorables en las series de Vertigo Sandman Mystery Theatre y House of Secrets, y X-Men cayó en las de Joe Kelly, un recién llegado que llevaba un año llamando la atención en la primera serie regular de Masacre. A los lápices, aparte del tradicional baile de dibujantes, acompañaron artistas como Carlos Pacheco, Chris Bachalo o Adam Kubert. Buena pinta, ¿no?
Con esa idea en mente, y siendo Sandman Mystery Theatre una de mis obras preferidas de los 90, la verdad es que iba con unas expectativas bastante altas. Pero, ay, el maldito hype ha vuelto a hacer de las suyas. Renovación es una colección de tebeos noventeros -aplíquese el sentido menos positivo del término- en el que tenemos un intento de refundación de las dos series principales de los mutantes. Se pretende aquí tener una contraposición entre personajes clásicos y recién llegados, pero con los clásicos haciendo lo mismo de siempre y sin aportar nada y los novatos teniendo un interés prácticamente nulo. Seguimos teniendo a Pícara arrastrando sus problemas de absorción de mentes, a Jean y Scott mudándose a Anchorage para vivir una vida de pareja, a unos Ángel, Lobezno y Mariposa Mental siendo pobres reflejos de lo que han sido previamente… y hasta tenemos al Virus del Legado. Entre los novatos tenemos a Oruga, uno de los personajes más olvidables que han dado los mutantes en el último cuarto de siglo, a Médula, que tres cuartos de lo mismo, pero con la típica actitud macarra chulesca noventera, y a la Doctora Cecilia Reyes, que aunque quizás sea el más interesante de los tres, tampoco es que haya despertado mucho interés entre el fandom que digamos. Del clon de Magneto que se sacó de la manga Scott Lobdell, mejor ni hablamos.
Lo que decía de la nostalgia al principio. Supongo que si hubiera leído estos tebeos siendo un veinteañero en su día, encontrarme una reedición en tapa dura podría haberme sacado una sonrisa. Qué demonios, hace poco que he vuelto a leer La canción del verdugo, aparecida en el Epic Collection nº 2 de X-Force, y me lo he vuelto a pasar bien aunque hoy en día sea consciente de sus muchas limitaciones. Pero la verdad es que leído de nuevas, lo aquí visto es una colección de tebeos bastante olvidables que recorre una y otra vez los tópicos mutantes de la primera mitad de los noventa, entre los que sólo se puede destacar el número dedicado a Cecilia Reyes en el que se ve obligada a elegir entre su vida como doctora y su vida como miembro de la Patrulla. No es que sean malos tebeos -en el plano artístico, salvo por el batiburrillo de dibujantes del 352, tenemos a unos Pacheco y Bachalo con momentos hasta brillantes-, son simplemente grises. Sólo para los que los leyeron en su día, se deshicieron de ellos y los quieren recuperar porque los recuerdan con cariño.