Me encanta Hulk. Lo adoro. No es ningún secreto. Aunque no tan hondo en mi corazón, también hay un hueco para los Vengadores, mi grupo favorito durante prácticamente mi primera década como lector de cómics en la infancia. Los Vengadores Costa Oeste —Nuevos Vengadores en aquel entonces — fue la primera colección que empecé desde el número uno. Y sé que probablemente mi vida os importa más bien poco, pero quería dejar clara la perspectiva desde la que afronto Hulk Aplasta Vengadores.

Hulk Aplasta Vengadores nace en 2012 como una miniserie de cinco historias unitarias con motivo del quincuagésimo aniversario de Los Vengadores. Como tales, bien podrían haber sido 5 especiales independientes porque no existe el más mínimo vínculo argumental, tono común, idea de fondo o nexo de cualquier otro tipo, más allá de que cada historia reincide en la previsible ensalada de hostias entre los héroes más poderosos de la tierra y el coloso — por lo general — esmeralda.

Hulk Aplasta Vengadores nos ofrece cinco encuentros ambientados en cinco momentos del tiempo y tal vez sus mayores ganchos son los nombres de los autores y jugar a ubicar cada una de las historias en su respectivo lugar de la Historia Marvel. Y ahí es donde entra el perfil de lector de largo recorrido, ya que se hace bastante complicado que un nuevo lector pueda entrar en la propuesta.

Abrimos a mediados de los 60, con Tom Defalco, Ron Frenz y Sal Buscema, en una de las historias más conseguidas, tanto a nivel de guion como de dibujo, para sumergirnos en los tiempos del principio de la era Marvel. Ron Frenz es lo más parecido a tener a Jack Kirby, Steve Ditko y John Buscema en un solo dibujante y con las tintas del menor de los Buscema y el tono clásico de DeFalco, se convierte tal vez en el capítulo más disfrutable.

Seguimos adelante hasta llegar a finales de los 70, tiempo en que las aventuras de los Vengadores nos las contaban David Michelienie y John Byrne y las de Hulk, Roger Stern — a quien volveremos a citar en este tomo — y el mencionado Sal Buscema. Unos Vengadores en crisis con la llegada de Henry Peter Gyrich y un Hulk errante y de alma infantil, que solo quiere que le dejen en paz, se encontrarán frente a frente. El guionista Joe Casey pone empeño en ubicarnos en sus respectivos contextos, pero aunque Max Fiumara es un artista extraordinario, su estética y narrativa no pueden ponernos más lejos de los mismos.

Poco más hay que moverse, ya que Roger Stern y Karl Moline nos llevan a la inmediaciones del año 1983, donde el primero de ellos escribía a los héroes más poderosos de la Tierra y un Hulk con la mente de Banner, de la mano de Bill Mantlo y — sí, otra vez — Sal Buscema, recibía el perdón presidencial. Stern aprovecha además para rendir homenaje a sus amigos fallecidos, Mark Gruenwald y John Buscema, a la par que a su personaje fetiche, la Capitana Marvel Monica Rambeau, en otra de las luces de esta serie.

Y a finales del 88 nos ubican Jim McCann y el malagueño Agustin Padilla, con un enfrentamiento en Las vegas de dos encarnaciones alternativas de los protagonistas de Hulk Aplasta Vengadores: Mr. Fixit y los Vengadores de la costa oeste.

Y, para finalizar, un truco similar utilizan Fred Van Lente y Mike Avon Oeming con el Hulk Rojo y los Poderosos Vengadores, en algún punto tras la Civil War.

El problema en Hulk Aplasta Vengadores es que un nuevo lector se va a encontrar con 5 historias que inevitablemente caen en la repetición y, por más que evoquen momentos del pasado, no aportan ningún atractivo ni atisbo de idea, más allá de lo que nos cuentan, que haga querer retroceder y conocer los cómics originales. Tampoco hay nada que una las cinco historias en algo más que cinco anécdotas individuales, aisladas y sin gran cosa que añadir a los mitos de los protagonistas, casi ni siquiera una reflexión u homenaje, más allá de pequeñas iniciativas puntuales.

Más allá de las visiones personales de cada autor, hay una absoluta falta de cariño por parte de la editorial por hacer de Hulk Aplasta Vengadores una obra más redonda, que estudie ambos mitos y los redondee de algún modo, dejando un producto que bien podríamos considerar un relleno no excesivamente memorable a partir de una materia prima y unos nombres implicados que sin duda podrían haber dado mucho más de sí.