Una nueva dirección para el rey de Wakanda. Durante años, T’Challa ha combatido a los invasores de su nación. Ahora, descubrirá que ese reino es mucho más grande de lo que jamás imaginó. Bienvenido al Imperio Intergaláctico de Wakanda.
Hay cosas en los cómics que me suelen provocar bastante grima. Una de ellas es cuando de repente un guionista se saca de la manga un pasado revolucionario para un personaje o, en este caso, un país entero. Resulta que, según el guionista Ta-Nehisi Coates, hace dos mil años, cuando en el hemisferio norte aún nos peleábamos con lámparas de aceite, Wakanda ya había establecido las primeras colonias en otros planetas… al tiempo que permanecía oculta para el resto de su propio planeta. Tiene todo el sentido del mundo: en vez de ver qué hay al otro lado del mar, vamos a cruzar la galaxia para colonizarla. Otra cosa que me saca de quicio es cuando los guionistas se apropian de elementos culturales y religiosos reales y los desvirtúan a su antojo y para su propia conveniencia. En el caso que nos ocupa, el que aborda el Imperio Intergaláctico de Wakanda, los dioses africanos tienen un importante papel. Los que hayan visto la película Black Panther ya habrán conocido a Bast (o Bastet), la diosa felina del antiguo Egipto, también conocida como Bubastis (sí, como la mascota de Ozymandias) en el bajo Egipto. Si nos atenemos a la Guía (oficial) sobre mitos, leyendas y dioses de Wakanda de Marvel, descubrimos que Bast forma parte de los orishas de Wakanda, junto con Kokou, Mujaji, Thoth y Ptah, lo que toda la vida se ha llamado mezclar churras con merinas o, en este caso, el panteón egipcio con el de la religión yoruba del África Occidental. Sólo le ha faltado meter a Khonshu para hacer aparecer al Caballero Luna.
Estas libertades históricas y religiosas son las que se ha tomado Ta-Nehisi Coates (Capitán América nº100: Invierno en América) para su Pantera Negra, lo que ha provocado que la lectura de este tomo me haya resultado algo decepcionante. Para tratarse de un número 1 de la colección, abrir el tomo y encontrarme a T’Challa esclavizado en unas minas de vibránium en un lejano planeta ha sido una extraña forma de empezar una etapa en una serie. Siendo un nuevo número 1 de una colección, y habiendo obtenido el personaje gran popularidad a raíz de sus apariciones cinematográficas, no habría estado de más un artículo introductorio explicando qué está haciendo Pantera Negra en el espacio, y cómo llegó a ser despojado de su condición de rey. Y ya puestos, qué hace ahí M’Baku como miembro de la resistencia de los Cimarrones contra los Imperiales. Sí, al final del volumen hay un glosario que te explica algo de lo que ocurre en el cómic, pero nada que dé la más mínima información de cómo hemos llegado hasta aquí. Y esto es capaz de desanimar al más pintado.
Una vez superado el shock inicial nos metemos de lleno en una aventura espacial al más puro estilo Star Wars, con un imperio colonizador que busca la paz en la galaxia, bajo la premisa de que la auténtica autodefensa significaba la conquista de todos los enemigos en potencia. Vamos, que antes de que me pegues una hostia te pego yo dos a ti, por si acaso. Tenemos naves espaciales, imperios galácticos, combates con pistolas láser… Todo mezclado con la subtrama de los esclavos de las minas de vibránium, los llamados sin nombre, que se convierten en cimarrones o luchadores por la libertad (en América, se llamó cimarrón a los esclavos rebeldes, algunos de ellos fugitivos, que llevaban una vida de libertad en rincones apartados (de las ciudades o en el campo). Ta-Nehisi Coates, quien, no olvidemos, ganó el Eisner 2018 a la mejor serie limitada por su Black Panther: World of Wakanda, coge a T’Challa y lo convierte en un Espartaco de ébano a quien han borrado sus recuerdos, y que sólo tiene una difusa imagen de una mujer de pelo blanco que le pide que vuelva a casa. Coates abandona a Pantera Negra a su suerte en un remoto rincón de la galaxia y lo prepara para que en el siguiente volumen tenga un enfrentamiento final con el emperador galáctico N’Jadaka, poseedor del espíritu de la diosa felina Bast.
Tenemos aquí a un T’Challa alejado del bravo y confiado guerrero al que estamos acostumbrados. Aquí, T’Challa no es consciente de su pasado como rey de Wakanda, ni de su título de Pantera Negra. De hecho, en todo el tomo no se menciona este nombre, pero sí que el significado del nombre T’Challa es el que clavó el cuchillo en su sitio. Así, las leyendas hablan de un hombre que derrocará a los imperiales y liberará a los esclavos. Nuestro T’Challa deberá reluctantemente aceptar su condición de elegido para liberar a su pueblo. El elegido, sí. Como en Matrix. Una influencia más que añadir al crisol. Ta-Nehisi Coates dedica cada número de este arco a contar una parte de la historia de T’Challa en el espacio: el primero narra su fuga de la colonia de esclavos; el segundo es una incursión en cazas aeroespaciales sobre una base enemiga; el tercero es el ataque imperial al escondite cimarrón en la base lunar de Cudjoe; el cuarto presenta un nuevo adversario llamado el Distribuidor, bajo cuya máscara se oculta un viejo conocido de T’Challa; el quinto tiene lugar cinco años en el futuro, y muestra cómo T’Challa es convencido de volver a la lucha; y el sexto es una historia de relleno sobre los orígenes históricos y religiosos de la expansión intergaláctica de Wakanda.
El dibujo corre a cargo de nuestro muy querido Daniel Acuña (Imposibles Vengadores: La sombra roja), un artista completo que nunca decepciona, y que dibuja y colorea sus páginas con una pericia que pocos dibujantes pueden emular. Sus páginas no sólo están maravillosamente dibujadas y coloreadas, con ese estilo suyo tan característico, sino que además muestran una maestría en el diseño y distribución de viñetas que hacen que esta lectura sea una experiencia altamente gratificante. En el número 6 de la colección le reemplaza la ilustradora Jen Bartel (América), que se hace cargo de la historia de relleno, con los bocetos de Paul Renaud (Secret Wars #0) y asistida al color por Triona Farrell (Runaways), con una paleta de colores más lisos que la de Acuña.
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Mentiría si dijera que este Pantera Negra: Imperio, publicado por Panini Comics, me ha decepcionado, pero también mentiría al decir que es todo lo que esperaba y más. Al haberme acercado en contadas ocasiones al personaje, este acercamiento al rey de Wakanda convertido en una suerte de Espartaco / Neo / Kunta Kinte / Luke Skywalker ha resultado, como mínimo, toda una sorpresa. Al ser poco fan de las aventuras galácticas, no me siento cómodo con un personaje tan urbano (¿os acordáis de cuando suplantó a Daredevil?) haciendo de héroe espacial, pero supongo que todo es cosa de acostumbrarse. Después de todo, no se trata más que de sustituir una jungla por otra, ¿no?