Que la línea editorial de Marvel Comics va a rebufo de su homólogo cinematográfico es un hecho más que contrastado. Desde que en 2008 Iron Man hiciera saltar la taquilla de todo el mundo y Kevin Feige anunciase que en 2012 todo eso acabaría en el filme de Los Vengadores, los tebeos de la Casa de las Ideas pasaron a convertirse en la división de I+D de Marvel Studios. Sus grandes líneas argumentales y eventos serían, casi siempre forzosa y artificialmente, un reflejo de lo que pasaba en los cines. Las Guerras del Infinito es un ejemplo más de ello.
Las Guerras del Infinito. Esto me suena de algo
Tomando como precepto el lema que imperó en los años noventa: «más grande, más fuerte, con más armas», el crossover que nos ocupa, escrito por Gerry Duggan, toma su nombre de la segunda parte de la trilogía del Infinito orquestada por Jim Starlin en los años noventa. Lo que pasa es que ahora tenemos ese nombre en plural, dando entender que estamos ante un conflicto más grande que el original. Pues bien, nada más lejos de la realidad.
Sucede que en 2018 y 2019, Marvel Studios dio carpetazo a la fase tres de su MCU con las películas Avengers: Infinity War y Avengers: Endgame. En ellas, el Guantelete del Infinito de Thanos (con sus seis gemas) jugó un papel crucial. Por lo tanto, al mencionado Gerry Duggan le tocó montar un sarao con las dichosas piedras.
El problema inicial con el que se topó el guionista es que Jonathan Hickman había destruído las gemas originales en el transcurso de su magna etapa como escritor de las dos cabeceras principales de Los Vengadores. Además, su historia había sido épica a más no poder, incluyendo la destrucción total del Universo Marvel tal y como lo conocemos y su renacimiento como la llamada Tierra Prime en el transcurso de las modernas Secret Wars.
Con estos precedentes difícilmente podría hacer algo tan épico. Con anterioridad a Duggan, tuvimos a Dan Abnett y Andy Lanning reconstruyendo la línea cósmica de Marvel solo para que Brian Michael Bendis en Guardianes de la Galaxia y Jeph Loeb en Nova la tirasen por el retrete. Así que, por lo menos, los precedentes directos eran fáciles de superar.
La premisa de Las Guerras del Infinito es sencilla. Por un lado tenemos a Loki que, cansado de ser siempre el malo, trata de buscar una explicación al porqué nunca le toca ser el héroe. El papel del hermano de Thor sirve para vertebrar el evento con apariciones en momentos clave. Por otra parte, la premisa gira en torno a las nuevas piedras que están en posesión de una nueva Guardia del Infinito formada por gente tan variopinta como Starlord, la Viuda Negra, Adam Warlock o Turk (Sí, el Turk de Daredevil).
Pues bien Las Guerras del Infinito estallan cuando un nuevo personaje llamado Réquiem hace acto de presencia, cargándose a un personaje híper poderoso de la parcela cósmica de Marvel con la intención de volver a reunirlas. Esto presenta dos inconvenientes fundamentales. En primer lugar, la muerte del personaje tiene nula credibilidad. El otro problema es relativo a la identidad de Réquiem, es completamente previsible, aunque es cierto que Duggan, consciente de esto, no tarda en revelar la verdad al respecto.
A partir de aquí pasará un poquito de todo. Desde la destrucción de toda la existencia, la creación del mundo trenzado (una suerte de Amalgam con varios personajes de Marvel combinados en uno solo) o más muertes que todo el mundo sabe que no durarán. Hay que reconocer que el autor se esfuerza en construir un castillo de naipes con las cartas que le han tocado… Pero el resultado dista mucho de ser perfecto.
En honor a la verdad, Las Guerras del Infinito es un evento tan divertido como intrascendente. Esto último es una constante en el crossover, cuya lectura pasa por encima al lector sin que deje poso alguno en el mismo. Con esto no quiero decir que estemos ante un mal tebeo, ni muchísimo menos. Sin embargo, creo que su público objetivo no es aquel que se emocionó con la epopeya galáctica de Jim Starlin. No, aquí se busca atrapar al lector que quiere ver a los personajes que le han emocionado en el celuloide sobre el papel. Si Duggan buscaba eso, seguro que lo ha conseguido.
La parte artística cuenta con el arte de Mike Deodato Jr., siendo este el último cómic importante ilustrado por el dibujante brasileño antes de su marcha a A.W.A Comics. Hay que reconocer que su trabajo es espectacular, con unas composiciones de página vibrantes que alternan la espectacularidad de una splash page con una pasión abrumadora por el detalle en planchas que llegan a estar sobrecargadas de viñetas.
La edición de Panini incluye como únicos extras una galería de portadas alternativas de la serie principal y un par de excelentes artículos de Iván N. Díaz.