Deslenguada, rebelde, excéntrica… A los quince años, Harleen Quinzel apenas tiene cinco dólares cuando la mandan a vivir a Gotham. Harleen se ha tenido que enfrentar a un montón de situaciones difíciles desde muy joven, pero su fortuna cambia cuando la drag queen más fabulosa de Gotham, Mama, la acoge entre los suyos. Y al principio parece que Harleen ha encontrado un lugar en el que crecer y dar rienda suelta a su yo más auténtico junto a su mejor amiga Ivy en Gotham High. Pero entonces la fortuna de Harley da un nuevo giro cuando el cabaret drag de Mama se convierte en la siguiente víctima de la ola de gentrificación que está asolando el vecindario.
El personaje de Harley Quinn ha pasado por un lavado de cara exhaustivo a lo largo de los últimos años. De ser una psicópata asesina y amante del Joker ha pasado a ser una ricura cuqui adorable, más traviesa y cabecita loca que verdaderamente homicida. Porque cuidado, no vaya a ser que espantemos a esa legión de niñas adolescentes que (incomprensiblemente) la han tomado como modelo a seguir o, lo que es peor, a sus padres. ¿Imagináis que DC convirtiera al Batman que hoy conocemos en el esperpento que se publicaba en los años cincuenta? Sí, aquello fue fruto de la ola de corrección política, de la caza de brujas la época y del infausto Comics Code. Pues esta Harley Quinn que estamos sufriendo leyendo hoy en día ha pasado por un tamiz similar. Fuera lo malo, fuera lo oscuro, arriba lo guay y lo mono y lo inofensivo. Los niños son seres de luz que no deben ser contaminados por oscuras influencias provenientes de los cómics. Y si, para colmo, quien escribe estos cómics es alguien como Mariko Tamaki, cuyo afán por meter crítica social a espuertas en sus historias la convierte en candidata a panfletista del año, lo que tenemos aquí es un sí pero casi que no, o un no pero casi que sí; aún me estoy decidiendo.
Conocimos a Harley Quinn como compañera sentimental y de fechorías del Joker en la serie de animación Batman: The Animated Series (me perdonaréis un poco de spam recomendando el excelente podcast de nuestro amigo David Varelux dedicado al Timmverso). Tal fue su éxito que poco después Paul Dini y Bruce Timm contaron el origen del personaje en la aclamada Amor Loco, origen que ha sido recontado una y mil veces, destacando últimamente la maravillosamente ilustrada versión de Stjepan Šejic, Harleen. Ahora, Mariko Tamaki retrocede unos cuantos años hasta la adolescencia de Harleen Frances Quinzel, su llegada a Gotham y su reencuentro con el mundo del crimen. Aquí conocerá a la joven activista vegetariana Ivy (que no es Poison Ivy) y a un Joker (que no es el Joker), y tendrá una primera toma de contacto con el mundo queer, el ecologismo, el activismo social, la gentrificación, la lucha de clases, el feminismo, el racismo, el vegetarianismo… ¿Sigo?
Porque ay, lo que podría haber sido un maravilloso cuento de iniciación, de transición a la edad adulta, de amistad y con un toquecito de crítica social, se convierte en un festival de tópicos de social justice warrior que produce más hastío que reflexión. Soy el primero que agradece un ocasional mensaje proselitista en el cómic de superhéroes. Al fin y al cabo, los superhéroes son el equivalente a las leyendas de los antiguos dioses mitológicos, y gran parte del folklore ancestral tenía como objetivo la educación ética y social de nuestros antepasados. Por consiguiente, adelante con la diversidad racial, de sexos, de orientación sexual… Todo lo que ayude a hacer nuestros amados universos superheroicos más inclusivos y diversos tiene mis parabienes. Pero estos ingredientes deben ser dosificados en las proporciones adecuadas. De lo contrario, caemos en la saturación, y un personaje creado para dar visibilidad a un colectivo tradicionalmente silenciado se convierte en un mero estereotipo con piernas, que es precisamente de lo que se intenta huir.
La canadiense Mariko Tamaki (Supergirl: Fuera de lo común; Jennifer Walters: Hulka) ha aprovechado la ocasión de escribir a un personaje para una historia destinada al público young adult (lo que en España se ha llamado toda la vida adolescente, que aquí a una persona de 30 años todavía la consideramos joven adulto) para coger su lista de tareas y empezar a tachar. Algunas de los temas que introduce en el cómic tienen sentido y se funden bien con la trama principal, como son los amigos drag queens de Harley o la gentrificación del barrio. Ahora bien, otros como la lucha de Ivy (que no es Poison Ivy) en el instituto contra el machismo y el racismo (esto último muy cogido por los pelos), o la continua alusión al vegetarianismo parecen metidos en la historia con calzador, y no parecen tener otro objetivo que el de llamar la atención sobre estos temas, en vez de contribuir a crear una historia o un personaje sólido y más complejo. Porque no nos confundamos: meter muchas subtramas o temáticas en una obra no la hace necesariamente más compleja; en la mayoría de ocasiones lo único que consigue es marear y distraer de la historia principal. Y esta historia de Cristales Rotos, con la megacorporación Kane (qué mala leche tienes escogiendo los apellidos de los villanos, hija) comprando edificios viejos para derribarlos y construir apartamentos de lujo, y la aparición de ese Joker (que no es el Joker) que seduce a Harley, ya tiene suficiente chicha como para no necesitar más crítica social. Ya conocéis el dicho: demasiados cocineros echan a perder el guiso.
En el apartado gráfico tenemos los maravillosos lápices y colores del británico Steve Pugh (Los Picapiedra, Animal Man: El reino rojo) Sólo por su arte ya se disfruta sobradamente de esta obra. Dibujos realistas, asombrosamente detallados y con un inteligentísimo uso del color (por ejemplo, cielos rojos cuando el Joker aparece o está a punto de aparecer, tonos verdes en el huerto de Ivy o tonos violeta cuando los amigos travestis de Harley conversan en casa). En este libro abundan más las escenas de diálogos que las de acción, pero en ambas Pugh es capaz de desenvolverse como pez en el agua. No en vano lleva más de treinta años trabajando como profesional tanto para Marvel o DC como para editoriales más modestas como Harris o 2000 AD. Todo lo que digamos sobre el trabajo de Pugh en este Cristales Rotos se quedará corto, de manera que lo mejor será que le echéis un vistazo por vosotros mismos.
Hay autores con los que conectar me resulta más fácil que con otros. Con Ryan North o Jeph Loeb suelo llevarme muy bien, en cambio con otros como Grant Morrison o esta Mariko Tamaki… me cuesta seguirles el juego. Si dejamos a un lado el aspecto de la crítica social, o algunas licencias literarias que se toma con el personaje (¿una niña de 40 kilos dejando KO a dos guardas de seguridad armados con táser?), nos queda un Harley Quinn: Cristales Rotos bastante disfrutable, aunque con un final innecesariamente abierto, y que nos deja con una sensación de comicus interruptus, o de que se han olvidado de imprimir un capítulo. La edición de Editorial Hidra es algo más pequeña que un cómic normal, pero a cambio nos proporciona 200 páginas con el maravilloso dibujo de Steve Pugh por apenas 15 EUR. Si tenéis algún o alguna adolescente en la familia a quien queráis introducir en el universo del cómic superheroico, éste podría ser un buen punto de partida.