Puede que Vertigo ya no sea lo que era, pero a la luz de las noticias de los últimos meses, pronto vamos a echar de menos obras como Deathbed: Lecho de muerte. De acuerdo, Deathbed no es Sandman o Predicador, pero existían en este sello una serie de títulos como Girl, Mata a tu novio o Terminal City, que sin ser obras maestras, ofrecían visiones bastante personales, creaciones sólidas y ratos de lectura francamente agradables que permanecen en muchas memorias décadas después.
Con Deathbed, Joshua Williamson en un registro bastante diferente de lo que lo hemos visto en Muerdeuñas o Flash (y quizá más cercano a la incomprensiblemente inédita Birthright) se une a Riley Rossmo, uno de los dibujantes más frescos y personales que han surgido en los últimos años y a quien hemos podido ver en Hellblazer o Batman/La Sombra (pero aún no en la también incomprensiblemente inédita Bedlam).
Juntos nos llevarán a descubrir la historia de Antonio Luna, el aventurero más grande que haya existido. No habrá empresa ni hazaña loca en la que Luna no haya triunfado. Ha sido detective, artista, espía, campeón de baseball, crack de los negocios o incluso líder religioso. Para conocerlo nos cogerán de la mano de Valentine Richards, una escritora “ghostwriter” (o negro, que sería el término español aunque no quede tan elegante) no demasiado contenta con su vida y su trabajo, que viene a escribir las memorias de Luna cuando éste está en su lecho de muerte. A partir de ahí todo se volverá loco con momias ninja, caníbales, mutantes, hombres lobo, civilizaciones perdidas y todo tipo de chaladuras.
A través de las aventuras de una especie de héroe pulp un tanto delirante, asistiremos a un viaje, que como todo buen viaje, transforma a los viajeros y, como si fueran una suerte de Quijote y Sancho, las historias y visiones de los dos protagonistas irán invirtiendo sus roles.
Con Deathbed, Williamson nos cuenta de un modo realmente ligero y divertido su discurso sobre la importancia de las historias. Antonio y Valentine se embarcan en una búsqueda de la historia del primero y descubrirán cómo las historias de los demás dan forma a la nuestra propia del mismo modo que la nuestra da forma a las demás. Nos contará cómo nuestra historia no es una sino muchas, cómo nuestra percepción de dichas historias trabaja con respecto a ellas y todas las que descartamos por seguir un camino.
Pero quizá lo mejor de todo es que este subtexto nos viene vestido de uno de los tebeos más frescos y entretenidos que podamos leer este año y dibujado por un Riley Rossmo, que sorprende que aún no contemos con status de superestrella. En perfecta comunión con los colores de Iván Plasencia, nos traslada visualmente a esas locas aventuras. Rossmo se vale de un registro tendente a la caricatura y de una estética sucia, recargada y poco conservadora en los planteamientos de página para trasladarnos a todo ese exceso que le precisa la propuesta de Williamson. Sin embargo, pese a tener todas las papeletas para que todo esto derive en un caos narrativo, se las arregla para que la historia discurra de manera ligera y fluida y Deathbed sea como conjunto un tebeo absolutamente disfrutable.
Puede que Deathbed no tenga aquel tono mágico, poético y misterioso que parece quedar como seña de identidad de Vertigo, pero sí tiene aquello otro donde unos autores quizá no excesivamente conocidos, pero de gran talento y con libertad total, te cuentan una de esas historias que con el paso del tiempo vuelve a apetecer leer.