Estamos a dos números para el final de la etapa de G. Willow Wilson al frente de la serie de Wonder Woman. En este tomo se incluye la conclusión del arco argumental El amor es un campo de batalla, que empezó en el tomo anterior (del que ya hablamos aquí), y un número que empieza a cerrar tramas, encaminándonos hacia el final de esta autora como guionista regular de la amazona. Vamos a ello.
Al final del arco de la Guerra de los Gigantes, la espada de Antíope dirigió a Diana, Afrodita y Maggie hacia el pueblo de Summergrove, Connecticut. En este idílico pueblo residencial de casitas unifamiliares, la gente ha abandonado la razón y se ha entregado ciegamente a los placeres de la carne y el corazón. La primera opción que viene a la cabeza es precisamente Afrodita, pero está en el bando de Diana. Así que el responsable es… su hijo, Atlantiades, también conocido en la mitología clásica como Hermafrodito. Las ideas alrededor de las que gira este arco argumental son el libre albedrío y los peligros del amor sin control, y nos preguntaremos a lo largo de él si los habitantes de Summergrove están dominados por Atlantiades o sólo han sido liberados de sus inhibiciones. Más aún, ¿son éstas cadenas que nos impiden expresarnos con libertad o son en cambio mecanismos que nos permite funcionar mejor en sociedad? G. Willow Wilson nos va soltando aquí y allá ideas y preguntas de corte filosófico que contrastan notablemente con el recital de mamporros que fue el número anterior. Y, por supuesto, en una historia que gira alrededor de reflexiones sobre el amor, era inevitable plantear dudas sobre el futuro que tiene una relación entre Steve Trevor, un simple mortal, y Diana, una semidiosa eterna.
En el número que cierra el tomo nos encontramos con la versión Wonder Woman del Universo Espejo de Star Trek, a la que la autora volverá más adelante en los (pocos) números que le quedan.
En el plano gráfico, tenemos por aquí una vez más el mal endémico de la inestabilidad gráfica en los tiempos que corren: cuatro dibujantes para cuatro grapas. Y sin duda, el dibujante que destaca por encima de todos ellos es Xermánico, al que hemos visto tener una evolución espectacular en los últimos años. Es él el que presenta una visión más interesante de Atlantiades, haciéndolo totalmente andrógino, en lugar de la versión casi totalmente femenina de los otros ilustradores.
La separación en arcos argumentales que estamos viendo en esta serie es un tanto artificial. Si bien es cierto que en cada uno de ellos se desarrolla una historia principal, también hay una trama de fondo que va avanzando, haciendo que no nos dé la sensación de estar leyendo una sucesión de historias aisladas, lo cual ocurre en un buen número de los títulos superheroicos que se publican en la actualidad. Y por otro lado, en esta serie tenemos uno de los puntos fuertes de G. Willow Wilson: la definición de personajes. Tanto la protagonista como los secundarios que la acompañan son personajes tridimensionales, creíbles. Además, hay que señalar la normalidad con la que se trata la presencia de un personaje no binario como es Atlantiades, que aunque sea un personaje mitológico, sirve como reflejo de personas con una sexualidad que hasta hace bien poquito era ignorada o incluso despreciada. En general, este tomo sigue la línea de lo que nos está presentando esta escritora desde que llegó a este título: unos números sólidos y agradables de leer, pero que no estarán entre las obras más destacadas de la autora ni entre las etapas más recordadas del personaje.
