La mayor parte de las obras memorables en el cómic, superheroico o no, se suelen mencionar con una coletilla que incluye a a uno o varios de los autores implicados. Así, todos hemos hablado y escuchado hablar de «la Cosa del Pantano de Alan Moore», «la Patrulla-X de Chris Claremont» o «el Daredevil de Frank Miller». Pero cuando te encuentras con unos créditos como los que encabezan esta reseña, sabes que no te puedes esperar nada especialmente memorable. Veintiún tebeos, catorce guionistas, veinticinco dibujantes. Esto nos deja claro (por mucho que haya un anual de una página de cada dibujante) es que estamos ante una etapa de La telaraña de Spiderman en la que lo importante era la franquicia, que hubiera un tebeo más del trepamuros al mes en los quioscos. La autoría era algo secundario. Y cuando no se da importancia a la creatividad, el resultado es un tebeo como el que tenemos entre manos.
Si tenemos un tomo en el que, de media, cada guionista escribe un tebeo y medio, queda instantáneamente claro que no hay una dirección marcada. El que más números hace es Peter David, lo cual siempre es un dato a favor de la lectura de un tebeo de superhéroes, pero tampoco da la sensación de estar especialmente inspirado. Y no es precisamente que estuviéramos en los principios de la carrera de este autor: tres años antes, ya había escrito La muerte de Jean DeWolff, y su larga etapa en Hulk había empezado dos años atrás. La sensación que deja este tomo es una muy clara: no hay un hilo conductor. En 1985 había dos series de Spiderman y el mercado pedía una tercera, así que la oficina arácnida decidió lanzarla sin un planteamiento argumental definido más allá que había que sustituir Marvel Team-Up por otro título que tuviera en portada la palabra Spiderman. Pero ni hay una idea detrás de esta serie, ni un enfoque… ni, desde su principio, un equipo argumental estable. La guionista que escribió el primer número, Louise Simonson, fue reemplazada en el cuarto. El dibujante, Greg LaRocque, duró hasta el quinto, pero sólo como entintador en el último. Con este planteamiento, la sensación que tiene el lector es de estar leyendo una sucesión de fill ins inconexos, ninguno realmente ofensivo -aunque sí hay algún número al principio de este tomo de calidad muy escasa- pero tampoco ninguno realmente interesante.
Y si no fuera porque hay una cierta coherencia cronológica con lo que ocurre con el trepamuros, podríamos pensar que estamos ante una colección de números abandonados en un cajón. Se hace mención a la boda de Peter y Mary Jane, a la mudanza a casa de ella, a la gira de presentación de Redes… pero el uso de villanos genéricos y la alternancia aleatoria ente el traje clásico y el negro nos deja claro que no hay ni planificación ni dirección. Queda claro que no eran fill ins de emergencia, pero no es descartable que no fueran números sueltos de encargo al primer dibujante, guionista y entintador que quedara libre por la editorial en ese momento. No se ocurre otro motivo para emparejar al gran Sal Buscema con Vince Colletta.
Lo más destacable de este volumen es la mencionada presencia de Peter David. Quizás lo más interesante que tenemos en estas páginas es un arco argumental de cuatro números, El culto del amor, en el que Betty Brant, tras la muerte de su esposo Ned Leeds, acaba metida en una secta religiosa, de la que la intentarán rescatar Spiderman ayudado de Flash Thompson. Es una historia correcta, que ni está entre lo mejor de la época del personaje ni del autor, pero destaca entre la inestabilidad gráfica y argumental del resto del tomo. Ese es otro dato a tener en cuenta: El culto del amor tiene a los lápices de sus cuatro números al veterano Alex Saviuk, y antes que él ya han pasado otros cinco dibujantes (de números completos, de pin ups, otros ocho más). También de la mano de Peter David y Saviuk, acompañados por Jeff Purves, tenemos el crossover entre La telaraña de Spiderman y El increíble Hulk en la etapa de Joe Arréglalo.
Sí que podemos señalar aquí una serie de curiosidades, dicho sea de paso. En esta serie y por esta época tuvo lugar la primera aparición de Lápida… que no vemos aquí, porque Panini ha reservado para un futuro tomo dedicado a la segunda etapa de Gerry Conway en Spiderman. También es la época de La última cacería de Kraven… que tampoco está porque apareció en La leyenda empieza de nuevo. Lo que sí tenemos es el debut de Alex Saviuk en La telaraña de Spiderman, la serie en la que estaría una larga temporada, y el primer trabajo de Fabián Nicieza para Marvel fuera del Nuevo Universo.
En general estamos ante un tomo bastante prescindible. No hay ninguna primera aparición memorable ni ninguna larga etapa de un autor especialmente inspirado. El único motivo para hacerse con este volumen es ser un completista de Spiderman que compra todos los tomos de material clásico del Trepamuros. Y, la verdad, no somos pocos.