Con este Ice Cream Man 9 que nos trae Moztros nos quedamos ya a la altura del número 36 americano, pero tranquilos, que en los USA ya hay en la calle un volumen recopilatorio más y, de hecho, si todo va al mismo ritmo que hasta ahora, en este 2025 que tenemos casi encima, llegará el Ice Cream Man #50, un número que no demasiadas series Image alcanzan y que sitúa está obra en el pequeño olimpo particular de la editorial.
A la altura de este Ice Cream Man 9, la serie no da la más mínima muestra de fatiga y sigue reinventándose con cada entrega, sin dejar por ello de mantener intacta la premisa básica semi antológica. Y digo semi porque ya comentábamos en reseñas anteriores que, más allá de la historia del mes, hay en Ice Cream Man una especie de historia de fondo, una construcción de universo y un código propio; el idioma Ice Cream Man que nos van enseñando número a número.
Y es que es algo más que una trama que desentrañar. Es un universo simbólico y casi más una sensación particular, casi exclusiva, de esta serie al leerla. Es más, incluso preferiría que nunca jamás se llegue a explicar quién es exactamente el heladero, esa especie de antogonista vestido de negro que hemos visto en entregas anteriores ni ningún otro de los distintos personajes y elementos recurrentes de esas historias. Lo sugestivo de lo que han creado W. Maxwell Prince y Martín Morazzo es tan vívido y apasionante, que cualquier concreción o explicación hará este universo más pequeño.
Conseguir que entremos en su juego de misterio, implicarnos y romper las expectativas con el experimento de cada mes es lo que hace enorme esta serie que emana esa sensación malsana de terror como pocas lo han hecho en toda la historia de los cómics.
En cualquier caso, y en lo que atañe únicamente a las cuatro historias de Ice Cream Man 9, tenemos un poco lo que cabe esperar de esta serie, que paradójicamente, suele ser lo inesperado. Y es que, pese a los ecos y rimas de esos elementos comunes de los que hablábamos, cada historia trata de plantear un reto a sus autores. Inevitablemente, dado el ritmo regular y el carácter episódico, no todas las historias están al mismo nivel, pero , a diferencia de otras antologías, hasta el nivel mínimo tiene algún retazo de genialidad.
Así, tendremos una desoladora historia partida en dos sobre lo que podría ser y lo que es en un día cualquiera de uno de esos tipos cualquiera y sin nombre que suelen poblar estas páginas. Saltaremos al relato de un joven vagabundo nómada que viaja de un lado a otro compartiendo sus historias con otros de los suyos. Continuamos con un delirante bestiario cargado de un perturbador sentido del humor y terminamos, finalmente, con un viaje a los mundos que alberga el interior de una ballena.
Más allá de cada historia y del marco general, Prince y Morazzo tienden a establecer una especie de conexión entre cada uno de los capítulos de cada tomo, generando una sensación de arco, si bien no de naturaleza argumental, sí más bien temático y simbólico. Como si cada capítulo fuera su propio dialecto de ese idioma de Ice Cream Man al que aludíamos al principio. Hay personajes y conceptos repetidos que vienen de atrás, pero hay otros que sólo tienen su rima en estos cuatro capítulos concretos, del mismo modo que sucedía en arcos anteriores. Es esto, de alguna manera, otro ingrediente más que nos sitúa un paso más allá de la pura antología.
Pero más allá de la generación de universo conceptual o incluso de la propia e inquietante — y morbosamente disfrutona — experiencia de lectura de la serie del heladero, el principal reclamo está en saber qué se van a inventar Prince y Morazzo en el siguiente capítulo. En Ice Cream Man 9 hay historias de un corte tal vez más convencional, como la segunda o la última, por más que todas tengan su puntito sui generis en premisa o forma, pero donde realmente se desatan es en experimentos como la historia bifurcada del principio y el bestiario del tercer relato.
Y de acuerdo que el peso de la presencia de W. Maxwell Prince es determinante, ya que incluso en lo que se refiere a lo visual y narrativo, hay mucho que parte del concepto base del guionista, pero ya son 7 años trabajando juntos y Martín Morazzo siempre sabe cómo aportar su granito de arena para mejorar la premisa inicial. Por más que las concepciones iniciales puedan ser cosa del guionista, en una serie tan llena de códigos visuales como esta, ya hay todo un lenguaje que es casi exclusivamente cosa de Morazzo — y del colorista Chris O´Halloran, claro —. Cuando un equipo de tres autores nos da 36 capítulos sobresalientes, tal como ha sucedido hasta ahora, estamos ante algo más que talento y química. Es magia, una magia que, al igual que el misterio del heladero, no estoy seguro de querer desentrañar. Tan sólo quiero poder seguir experimentándola por mucho tiempo más.