Cinco meses después del final de su memorable X-Force/X-Statix, Peter Milligan recibió el encargo de relanzar a los X-Men a secas, una serie en la que un año antes había terminado la prestigiosa etapa de Grant Morrison. Al genio escocés le sucedió Chuck Austen, bajando el nivel hasta unas profundidades que hacía tiempo que no se veían en la franquicia mutante. Así que a priori, parecía una buena idea recuperar la calidad perdida con otro escritor británico que había dado momentos brillantes en el sello Vertigo, y además había demostrado que podía hacer cosas interesantes con los mutantes. Casi dos años estuvo en esta serie, que Panini ha recopilado íntegra en tres tomos de Marvel Must-Have, el último de los cuales ya tenemos entre las manos. Vamos con La sangre de Apocalipsis.
Tras un breve interludio de dos números en el que se explora cómo se encuentra Lorna Dane tras la pérdida de sus poderes a raíz del Día M, tenemos un arco argumental de seis números en el que se recupera a Apocalipsis, uno de los grandes villanos a los que se enfrentan periódicamente los mutante. Precisamente, el cataclismo que sufre el Homo Superior como especie, quedando reducida a los 198 mencionados en entregas previas, es lo que despierta a Apocalipsis de su letargo, en el que llevaba sumido desde La búsqueda de Cíclope, cinco años atrás. Apocalipsis, con sus planteamientos de supremacismo racial, resulta un personaje que da para hacer interesantes metáforas sobre el mundo en el que vivimos. Si a eso le unimos su dilatada experiencia vital y su nivel de poder exageradamente alto, tenemos entre manos uno de los grandes antagonistas de la editorial en manos capaces.
El problema es cuando se recurre a Apocalipsis para hacer una historia típica y predecible. En esas ocasiones, da la sensación de que se ha desaprovechado el potencial del personaje. Como si se utiliza a Thanos para aparecer en un tebeo de Hulk y darse de tortas, o a Darkseid para zurrarse con la Liga de la Justicia. Una historia de Apocalipsis pide más, más épica, más intensidad, planteamientos más interesantes. Y el problema es que La sangre de Apocalipsis no tiene nada de eso. Estamos ante una historia que ya hemos visto mil veces, en la que Apocalipsis recluta personajes preexistentes para que sean sus Jinetes, como ya hizo con Calibán, el Ángel, Lobezno o Hulk, para terminar en una batalla que ni la presencia de los Vengadores consigue levantar el interés.
Si bien es cierto que las obras más recordadas de Peter Milligan son las que firma en la primera mitad de los 90 (Shade el Hombre Cambiante, Enigma, The Extremist…), ya entrado en el nuevo siglo seguiría escribiendo cómics con una calidad altísima, tanto antes de esta etapa en X-Men (Blanco Humano, Vertigo Pop! London) como después (Hellblazer). Que resultara tan anodino lo que hace en estos números sólo puede deberse a una línea editorial demasiado estricta que no le permitiera desarrollar las ideas que suele trabajar. Otra cosa es por qué se contrata a un autor con una personalidad tan marcada y no se le deja libertad creativa, pero eso es algo que habría que preguntar a Mike Marts, editor de la serie por la época.
Tenemos también en este tomo la despedida de Salvador Larroca, que cambia la combinación tradicional de lápiz y tinta por un coloreado directo sobre los lápices que queda un tanto desangelado comparado con el buen nivel que tuvo en el tomo anterior.
Terminamos aquí el relanzamiento mutante de Reload. Lo que prometía momentos muy felices por los nombres implicados, con Chris Claremont, Alan Davis, Peter Milligan y Salvador Larroca a los mandos, acabó siendo una temporada simplemente correcta, con algún momento bueno, pero que no llegó a emocionar. Pero sin demasiado ruido llegaron Ed Brubaker y Mike Carey a hacerse con los mandos de la nave y esto ya fue una historia distinta. En los próximos meses hablaremos de ello.