¿Qué tendrán estos bichejos que nos atenaza el corazón? De acuerdo que vivir con una abuelita peluda de 14 años puede no hacerme un público del todo imparcial, pero era ver la portada de El chico y el perro y saber que, de un modo u otro, me iba a emocionar.

Obviamente, el que se trate de una historia de perretes, allana el camino, pero ver el nombre de Takashi Murakami — sin nada que ver con el artista plástico promotor del superflat — debería ser razón más que suficiente para hacerse con El chico y el perro para cualquiera que haya leído El perro enamorado de las estrellas o El pájaro azul. Para quien no lo conozca, es importante decir que Murakami tiene una predilección por las historias que despiertan la emotividad y si a eso le sumamos peludetes, os podéis hacer una idea.

No obstante, méritos y culpas no son en este caso por completo de Murakami, ya que en esta ocasión no se trata de un guión original de este autor natural de Osaka. La razón es que El chico y el perro adapta una novela de Seishu Hase de 2020 y que ha sido editada por Duomo Ediciones.

En este caso es Distrito manga quien nos trae la adaptación a viñetas de El chico y el perro  y nos sitúa en 2011 tras el terremoto y posterior tsunami que asoló la costa este de Japón en 2011. Un perro llamado Tamon parece haber sobrevivido al desastre y algo parece guiar sus pasos hacia el sur. Numaguchi lo encontrará famélico, se encargará de él y, a partir de ahí, conoceremos las circunstancias que lo han llevado a participar en un atraco como conductor. Esto será sólo el principio y llegarán después otras personas, siempre con el vínculo común de Tamon entrando en sus vidas, en un entramado de historias que se cruzan: un ladrón de pasado trágico, una prostituta desengañada, un viejo cazador enfermo y finalmente Hikaru, el chico que dará título a la obra.

Más incluso que un protagonista, Tamon será un hilo conductor. No tiene una voz propia como en El perro enamorado de las estrellas, sino que su presencia pone el foco sobre las diferentes vidas y tragedias de las personas en cuyo camino se cruza y a las que ofrece, de algún modo, refugio emocional. No deja de ser una extraña versión del viaje del héroe esta que nos trae Murakami adaptando la novela de Seishu Hase y, tal vez por eso, el final de la obra está más determinado de antemano y eso no solo lo vuelve hasta cierto punto predecible, sino que, por esperado, puede llegar a perder cierto impacto emocional

En cualquier caso y aunque, al igual que hemos podido ver en otras de sus obras, el trabajo gráfico de Murakami en El chico y el perro no es especialmente virtuoso o depurado, hay algo visceral en su tosquedad y su uso de la caricatura que consigue llegarnos a la patata, en contra del pronóstico que se pudiera hacer en un primer vistazo.

Esta vez la llorera no ha llegado al nivel de El perro enamorado de las estrellas o El pájaro azul, pero no negaré que ha habido que tirar de estoicismo para impedir el paso a alguna que otra lágrima que esperaba en la cola. El chico y el perro nos enseña que cada ser humano es digno de empatía y afecto y, pondrá en algún que otro aprieto a los conductos lacrimales de los amantes de los perretes.