Aunque la vida no ha sido fácil para la huérfana Candice «Candy» White, ella siempre sabe sacar lo mejor de las peores situaciones: cuando la separan de su amiga Annie, que es adoptada por una familia rica; cuando se convierte en la dama de compañía de la hija egoísta de una familia adinerada… y siempre sabe conseguir los mejores amigos dondequiera que va: los primos Ardlay, el romántico Anthony, el misterioso Albert, el apasionado Terry…
Tres muertes han marcado las infancias de los niños de mi generación: la de Chanquete, la de David el gnomo y la de Anthony. ¿Que quién es Anthony? Nada más y nada menos el amor de la adolescente Candice «Candy» White, fallecido en un lamentable accidente ecuestre. Ese episodio de la serie Candy Candy se emitió en televisión un domingo por la tarde a mediados de los ochenta, y el lunes siguiente no se hablaba de otra cosa en los colegios de toda España (no recuerdo semejante monopolio de conversación de patio hasta la Nochevieja de 1987). Porque para los que por aquel entonces apenas contábamos 8 ó 9 años, Candy Candy no era una serie más de dibujitos japoneses: era un culebrón en toda regla. La historia de una huerfanita que sufre todo tipo de desgracias a lo largo de su infancia y adolescencia, hasta que por fin, en su madurez, alcanza la tan ansiada felicidad (final que no llegamos a ver en televisión, puesto que TVE sólo compró los 52 primeros episodios de los 115 que ocupa la historia al completo). La historia de Candy Candy, que vio la luz por primera vez en formato manga en 1976, estaba fuertemente inspirada en las aventuras de Ana de las Tejas Verdes, un libro inmensamente popular en Japón desde poco antes de la Segunda Guerra Mundial. De lectura casi obligada en las escuelas japonesas, no sería de extrañar que las aventuras de la huérfana Anne, adoptada por los hermanos Matthew y Marilla Cuthbert en la canadiense Isla del Príncipe Eduardo, sirvieran de inspiración para la escritora Keiko Nagita (seudónimo de Kyōko Muzuki) a la hora de crear a su Candy. Como anécdota, aquí dejo caer que la dibujante del manga Candy Candy, Yumiko Igarashi, también adaptó al manga las aventuras de Ana de las Tejas Verdes, publicado en España por la editorial Panini.
Desde 1998 está prohibida la difusión del anime en todo el mundo debido a que las dos autoras (Mizuki e Igarashi) mantienen un pleito legal por los derechos de autor. Una curiosa (y en mi opinión, injusta) sentencia judicial japonesa impide a Igarashi publicar material de Candy Candy sin el permiso de la escritora, y sin embargo ésta no necesita de la autorización de Igarashi para publicar novelas del personaje (aunque sin ilustraciones). Y es de esta novela de la que hablaremos ahora: publicada inicialmente en 1978 como novelización de la historia original en tres tomos por parte de Kodansha, contaba con las ilustraciones de Yumiko Igarashi en sus primeras ediciones. Después de varias reediciones, finalmente en 2010 Keiko Nagita reescribe la historia completa, añadiendo fragmentos de la vida de Candy en su treintena, y la publica bajo el sello Shodensha en dos volúmenes, que Yermo Ediciones, mediante su sello Arechi Manga, recopila aquí en uno solo.
No debemos olvidar que, aunque el anime acabara siendo visto tanto por niños como por niñas, Candy Candy nació en forma de publicación para niñas adolescentes. Tanto el manga como el anime y la presente novelización siguen el esquema de la novela romántica, con una protagonista huérfana que vive mil peripecias, de las que siempre sale airosa gracias a su incansable optimismo y bondad. Candy es capaz de ganarse el corazón de todos aquellos con los que se cruza, y de perdonar a todos los que le desean mal (que, por fortuna, son los menos). Las comparaciones con la vida de Ana de las Tejas Verdes son inevitables, si bien, mientras que Anne sólo quería disfrutar de su vida rural en la (ficticia) localidad de Avonlea, Candy sueña con ser adoptada por una familia adinerada y vivir una vida de lujo y comodidades (nada que reprochar ahí, ¿acaso no soñamos todos con eso?). A lo largo de su vida Candy conocerá el amor de manos del soñador Anthony y del malote Terry, si bien en su vida adulta es con un amado anónimo con quien finalmente se asienta. La identidad de este desconocido no nos es revelada por la autora, aunque deja unas cuantas pistas acerca de su identidad (para mí está muy claro de quién se trata, pero me lo reservo para no hacer spoiler a nadie).
Las 400 páginas a lo largo de las cuales viviremos el mundo de Candy no se hacen pesadas, si bien hay que estar acostumbrado al formato de novela romántica. También hay que intentar ponerse en la piel del personaje, y comprender que se trata de una jovencita adolescente, criada en lujosos entornos de Chicago y Londres, y escrita por una veinteañera japonesa. Pese a que a nosotros nos resulta hoy día incomprensible cómo el personaje protagonista puede aceptar con tanto estoicismo y resignación todo lo que le echan encima, el contexto tanto de la obra como de la propia autora nos obligan a darlo por bueno. Resulta un poco rebuscado, sin embargo, y aquí sí que me han hecho alzar la ceja más de una vez, cómo todas las piezas encajan al final, y todas las personas a las que Candy conoce a lo largo de su vida terminan en el futuro por desempeñar un importante papel para su tan ansiada felicidad. Todos los personajes que aparecen están, o terminan por estar, relacionados unos con otros, y las vidas de todos giran alrededor de Candy. Inverosímiles giros de guion que te ves venir con un centenar de páginas de antelación pero no quieres creer que se van a cumplir, personajes que se comportan de una manera totalmente incongruente entre distintas apariciones… Todo son fórmulas esenciales del género de la literatura romántica, del que el culebrón televisivo toma muchas de sus técnicas narrativas.
El sello Arechi Manga ha publicado las 3 partes de la historia original, que en otros países ha sido publicada en dos volúmenes, para sacar aquí en un solo tomo Candy Candy, La Historia Definitiva. Un lujoso tomo de 400 páginas en tapa dura, con cinta marcapáginas de tela rosa y una portada que representa la variedad de rosa Dulce Candy a la que tanta referencia se hace en la obra. La única pega que se le puede poner a esta edición es el tipo de letra tan reducido que han escogido, probablemente para poder contener toda la historia en 400 páginas y no hacer el volumen aún más grueso. Pese a ser una lectura dificultosa en sus primeras páginas, enseguida se acostumbra uno y se hace más llevadero. Si, como yo, disfrutaste de ese culebrón infantil que fue Candy Candy en televisión, o no lo viviste pero quieres empaparte de una buena dosis de empalagosa literatura romántica, éste es tu libro. Para mí ha sido un pequeño placer culpable, pero conociendo mi devoción por la obra de Lucy Maud Montgomery, a nadie debería extrañarle.