Tras el dramático final del tomo anterior, en el que Betty Cooper tenía un accidente de coche durante una carrera a lo Grease entre Archie Andrews y Reggie Mantle y quedaba postrada en una cama de hospital sin poder mover las piernas, se veía venir un cambio de tono en la serie. Era bastante obvio que lo que teníamos por delante no se iba a limitar a un cambio de movilidad en uno de los personajes protagonistas y ya. Tampoco se iba a convertir la serie en un reflejo oscuro de la comedia teen que fue en el pasado, aunque algo de eso hay. En el tramo final de su etapa al frente de Archie, Mark Waid le dedica un arco argumental completo a un personaje por el que muestra un especial cariño. En este tomo veremos por qué Betty es el alma de Riverdale.
Evidentemente, la parálisis de Betty va a ser algo temporal. Que se vaya a dar visibilidad al tema de la discapacidad no quiere decir que se vaya a convertir una de las series más longevas del cómic americano en un título que gire alrededor de ello, pero se agradece que, al menos de forma puntual se toquen temas un poco más serios. En este tomo se exploran dos ideas relacionadas con el accidente anterior. El primero, las consecuencias. Tanto Archie como Reggie tendrán su cruz particular, y cada uno tendrá que cargar con ella a su manera. Pero no sólo este par de descerebrados tendrán que asumir sus responsabilidades. La familia Cooper también tendrá que hacerse a la idea y adaptarse a la nueva situación, y ver cómo una persona tan vital como Betty queda atada a una silla de ruedas es un mazazo que no es fácil de digerir.
El segundo tema que explora este tomo es qué representa Betty para Riverdale. Desde el primer momento de New Riverdale hemos visto que Betty es la vecina adorable, la buena persona, la persona en la que confiar. No es que Verónica no tenga su público, que lo tiene -yo mismo soy #TeamVeronica-, pero es que Betty es parte del cemento que une a la comunidad, es esa persona que dedica sus escasos ratos libres a ayudar a los demás haciendo de Riverdale ese lugar utópico en el que vivir.
Que Betty volvería a andar antes o después es algo que tras la revelación del tomo anterior teníamos totalmente claro. Pero este tomo no va de eso, no va del cómo ni el cuándo, va de qué representa Betty para cada uno de los habitantes de Riverdale y de las responsabilidades sobre sus actos que tienen que asumir estos jóvenes que empiezan a encaminarse a la edad adulta. Es, posiblemente, el tomo más maduro y más intimista de los publicados hasta ahora, quedando sólo un volumen más escrito por Mark Waid, ese autor nunca suficientemente apreciado que ha hecho que lectores de cuarenta y tantos nos enganchemos como críos a lo que aparentemente era un culebrón adolescente y ha terminado siendo mucho más.
