A mediados de los años 80, el guionista Philippe Bonifay (Piratas) y el dibujante Frank Pé (Little Nemo) coincidieron, casi por azar, en el salón del cómic de la ciudad francesa de Maubeuge. A raiz de ese encuentro, un par de años después Pé le hizo una propuesta de una historia a Bonifay, que se materializó en el primer álbum de Zoo, publicado por Dupuis en 1994. La serie concluyó en 2007 con su tercer álbum, y no había sido editada en castellano hasta esta reciente edición de Norma Editorial. Vamos a ver qué nos encontramos.
Zoo es una obra ambientada en un pueblecito de Normandía a principios del siglo XX, donde el médico rural Célestin de Chateaudouble utiliza una herencia recibida para crear un zoo, en el que vive con Manon, su hija adoptiva, Buggy, un artista con el que su hija tiene una relación sentimental, y Anna, una exiliada rusa mutilada. Con la llegada de la Primera Guerra Mundial, Célestin siente que debe abandonar su pequeña comunidad para ir al frente de batalla a prestar sus servicios como médico.
Zoo es una obra en la que lo que está contando es, posiblemente, lo menos importante de todo. Lo que más llama la atención a primera vista, sin duda, es el espectacular arte de Frank Pé, y terminada la lectura queda claro que el dibujo ha sido uno de los puntos más fuertes de este álbum. En el plano argumental, más que la historia que nos cuenta, se puede destacar la caracterización de los personajes. Todos ellos resultan tremendamente carismáticos, y sin unos personajes tan bien construidos, aún con el precioso dibujo que nos deja con la boca abierta página a página, habría sido una historia bastante olvidable. La bondad de Célestin, la pasión de Manon y la creatividad de Buggy les hacen personajes a los que el lector coge cariño con rapidez, pero sin duda, quien destaca por encima de todos ellos y quizás empiece en un plano un tanto secundario es Anna.
Pero no sólo con personajes carismáticos se atrapa al lector. Bonifay también hace un trabajo magnífico creando una atmósfera de casi irrealidad, con la que al principio de la historia podemos llegar a dudar si estamos en nuestro mundo o en un entorno de fantasía. El propio zoo art noveau de Célestin es un refugio idílico en un mundo que está al borde de la guerra, y pudiera parecer que el tiempo transcurre en su interior a un ritmo distinto que más allá de sus muros.
Y aunque el ambiente que plantea el guionista sea tremendamente absorbente, sin un artista a la altura de lo que pide no habría sido posible transmitir las sensaciones que pretende dar la historia. Y hay que decir que una muy importante parte del éxito en la implicación emocional del lecctor es mérito del belga Frank Pé. No sólo se nota que disfruta dibujando animales -y qué bien que lo hace-, también la expresividad de los personajes tiene un altísimo nivel que consigue que empaticemos profundamente con ellos, y que sintamos la alegría, la tristeza y la desesperación que sienten ellos, emociones que llegan a ser en momentos tan intensas como si fueran un personaje más de la historia. A la intensificación de los ambientes ayuda también un espectacular tratamiento del color, que oscila entre una paleta de tonos vivos en los momentos más felices y unos apagados grises en las escenas del mundo exterior.
Quizás Zoo no sea la historia más original ni innovadora que vayamos a leer. Pero no hay que juzgar esta obra por lo que nos cuenta, sino por el cómo nos hace sentir. Es una obra sobre sensaciones, sobre personajes, más emocional que cerebral. Y si el lector consigue entrar en el juego que le proponen los autores, quedará totalmente satisfecho del tiempo pasado en este mundo de hace más de un siglo.
