Escuché hablar de Javi de Castro por primera vez en 2013. Rafa Domene, padre fundador de esta web, me hablaba de algo llamado Agustín, que tenía una visión muy sui generis de los planteamientos de los superhéroes, y me puso tras su pista. Desde aquel fanzine, cada nuevo trabajo generaba más comentarios que el anterior, a la vez que iba perdiendo cualquier resquicio de amateurismo hasta mostrarnos en Villanueva un autor en toda su plenitud.
Antes de llegar a Villanueva, llegarían obras como Sandía para cenar, Que no, que no me muero o Larson, que nos presentaban a un autor de trazo sintético, con especial interés en lo narrativo y con un punto de vista y enfoque personal y fácilmente identificable. Y entonces llegaría The eyes en 2019, una propuesta de cómic digital que le valdría una nominación a los Eisners y otra a los Harveys, y ya su nombre empezaría a estar en el runrún popular. Villanueva es su primer trabajo tras de Th eyes y, como ha convertido en costumbre, vuelve a superarse.
Javi de Castro lleva el folk horror a un pueblecito de León de la mano de Miguel y Ana, una pareja que espera un bebé y, debido a una acumulación de deudas, se acoge a una iniciativa de ayuda para familias que se muden a pueblos de la España vaciada. Poco a poco veremos que ni la joven pareja ni el pueblo son tan idílicos como parecían, pero puede que ya no haya marcha atrás.
Villanueva evoca otras historias similares como El hombre de mimbre o Midsommar, pero Javi de Castro se las apaña para engarzarlo con las tradiciones, festividades populares e iconografía del ámbito rural de León, provincia de la que es originario, y no solo conseguir que encajen en el ambiente de terror, sino que no sería extraño que los lectores se llegaran a plantear hasta qué punto dan miedo las tradiciones de sus respectivas comarcas.
La historia comienza poniendo el foco en la pareja protagonista. A la vez que los conocemos, iremos viendo las fisuras en lo que trataba de aparentar normal. El trabajo de caracterización es el pilar principal de Villanueva. Tanto a nivel de diseño, acting o diálogos, la fuerza de esta historia es cómo nos van llevando de lo mundano y cotidiano a lo terrorífico de manera gradual y natural, sin darnos apenas cuenta de que se calienta el agua hasta que entra en ebullición.
Otro de los méritos por los que esta historia funciona como lo hace es el modo en el que enfoca la idea del pueblo. Habría sido fácil caer en los estereotipos de la España negra o ambientes similares a lo que podíamos ver en películas como Perros de paja, que por más que sigan siendo perturbadores, ya suenan un tanto anticuados y manidos. Javi de Castro nos presenta una realidad mucho más actual, de esos pueblos que mezclan la tradición y las viejas costumbres con ideas nuevas de autogestión y permacultura. Los pueblos siguen siendo pueblos, pero con un aire modernizado y comprometido del que para nada cabría esperar algo como lo que vamos a encontrar.
Con este marco, en Villanueva no encontramos un pueblo terrorífico, sino todo lo contrario. Poco a poco vamos viendo una mirada aquí, un gesto allá, un comentario sospechoso y el ambiente se va tornando más perturbador. El terror en Villanueva no reside en lo que vemos sino en lo que se nos sugiere. De hecho las escenas más escabrosas quedan en off u ocultas, pero los detalles que dejan a nuestra imaginación serán lo que vaya haciendo crecer esa bolita de ansiedad en el estómago del lector.
El discurso sobre el choque de culturas y la mirada crítica también son parte de Villanueva. A través de los personajes de Ana y Carmen, sobre las que se articula la historia, descubrimos a dos mujeres muy distintas, de mundos casi opuestos, que sin embargo, comparten problemas comunes.
En una historia como esta, la inmersión del lector es fundamental y si bien la dosificación de la información tiene algo que decir, la conexión emocional es definitiva y el dibujo es la herramienta esencial para conseguirlo. El estilo sintético, minimalista y de línea fría de Javi de Castro es a ratos deudor de la ola de ese indie americano de finales de los 90 encarnado por Adrian Tomine, Seth o Andi Watson y, en primer instante, puede parecer poco adecuado para la carga emotiva de Villanueva, pero todo lo contrario. La treta del dibujante es reducir los rasgos a su mínima expresión, de tal manera que el detalle más mínimo cobra una importancia capital, pero a la vez sus líneas neutras y serenas nos sumergen en una eterna calma antes de la tormenta.
Además, si conocemos The eyes, ya sabemos cómo se las gasta el autor en cuanto a planificación, composición o uso narrativo del color (por más que aquí sea bitono), con lo que el cómo se nos cuenta esta historia es tanto o más importante que el qué.
Villanueva es una de las grandes sorpresas del año sin ninguna duda y la consolidación definitiva de Javi de Castro como autor de primera fila.