Cada año, el Último fin de semana de enero tiene lugar el Festival Internacional de la Bande Dessinée de Angouleme, probablemente el salón del cómic más importante de todo Europa, que además este año cumplirá su quincuagésima edición.
Cada año, miles de visitantes y más de un centenar de autores (entre invitados y no invitados), se dan cita en el recinto del festival y, como no podía ser de otra manera con semejante afluencia, se convierte en el lugar donde montones de vivencias y anécdotas tienen lugar. Cualquier visitante más o menos habitual de salones del cómic tiene alguna historia para contar que le pasó aquí y allá y es que, como bien ha sabido ver Bastien Vivès, se trata de un escenario burbujeante, perfecto como marco donde ambientar una historia.
Es justo esto lo que hace en Último fin de semana de enero, nos cuenta la historia de Denis Choupin, un dibujante de mediana edad, veterano de Angouleme, que acude un año más a una cita más, que terminará por ser completamente distinta.
Antes de meternos en la historia de amor, por así llamarla, que tendrá lugar en Último fin de semana de enero, hay otra cosa que nos deja ver Vivés. Para los aficionados, Angouleme es un festival, una serie de jornadas de celebración en las que reunirse con su ídolos y otros amigos que comparten su afición, pero para muchos autores, más allá de que ellos también aprovechen para encontrarse con amigos, un festival de este tipo es un lugar de trabajo: Sesiones de firmas, charlas, contactos con editores, ventas de originales… bajo el ambiente festivo existe todo un movimiento industrial, que obviamente tiene mucho de rutinario, monótono y hasta exasperante, como sucede en cualquier trabajo visto desde dentro.
Los fans atesoramos cada minuto que podemos compartir con nuestro autor favorito sin ser conscientes de que es muy probable que la nuestra sea la enésima vez que el autor tiene la misma conversación.
Y en medio de un capítulo tan gris como los que adornan los siempre vivaces dibujos de Vivès en esta obra, aparecerá una mujer. Se trata de una mujer casada con un fan de la historieta que pese a ser acomodado y atractivo, permanece de algún modo obsesionado con su afción. Todo se volverá loco, pero tan loco como puede volverse en un fugaz fin de semana. Tan loco como para dar un vuelco al corazón, pero condenado a desaparecer para siempre.
De nuevo, el autor de Polina o Lastman toma del manga su maestría a la hora de permitirse el lujo del detenimiento y recrearse en lo contemplativo, para dejar que los sentimientos que flotan en sus páginas permeen en nosotros. El blanco y negro y la rejilla inamovible en tres tiras nos atan a la rutina y la melancolía, mientras que alterna entre 3 y 6 viñetas en función del ritmo y la intensidad del momento con sorprendente precisión y sin permitirse el lujo de ser artificioso. Los poblados fondos que acentúan la sensación de soledad del protagonista o la ausencia total de estos, que nos mete a los personajes dentro de sí mismos, se une a ese acting fuera de serie que no siempre dice lo que los personajes hacen salir de sus labios. La gracia de su trazo aparentemente desgarbado pero lleno de energía completa el pack… Todas estas son las cosas que hacen de Bastien Vivès un autor que podemos considerar entre los grandes maestros actuales, pese a no haber cumplido aún los 40.
Entre agudos retratos retratos de las distintas aristas de la industria del cómic, Vivés nos regala un momento de calidez en la monocroma historia de un festival en el frío del invierno de Angouleme, solo para incidir en lo fugaz del mismo. Último fin de semana de enero es uno de esos momentos tan hermosos que solo pueden dejarnos tristeza cuando los recordamos.