Una más que termina. Ultimates ha sido otra de esas series con un nivel de calidad por encima de lo que nos tiene acostumbrados la Marvel actual, una de esas series periféricas con su propio toque diferenciador que por algún motivo no han gozado del favor del público.
Sin embargo a Ultimates el cierre le ha pasado una factura especialmente abultada. Hay veces que un cierre abrupto es claramente incompleto, pero aporta una conclusión para salir al paso. Otras, una cancelación repentina obliga a dejar todo en el aire e improvisar algo que parezca un final. Este último es el caso de Ultimates.
Al Ewing nos planteaba una epopeya sobre las más grandes entidades cósmicas de Marvel. Nos daba una historia que reflexionaba sobre la propia cosmogonía del Universo Marvel y aportaba riqueza a esa situación tan ambigua en la que lo había dejado las Secret Wars de 2015. Las entidades que encarnan a las fuerzas primarias del universo ahora evolucionaban y parecía que lo que antaño era inmutable ahora caminaba hacia algo… algo que al parecer nunca veremos.
Son cuatro los números que componen este Ultimates nº4: La Guerra de la Eternidad. Sin duda, ya son menos de los que realmente habrían necesitado Al Ewing y su equipo de dibujantes para terminar la historia como se merecía. Por desgracia, todo esto se agrava cuando hay que incluir un crossover con Imperio Secreto que no aporta nada al evento ni a los Ultimates y, por si no fuera poco, además deberán hacer ciertas concesiones al grupo original de Ultimates con motivo del número 100. El resultado es que la gran batalla final entre las entidades cósmicas que definiría el destino de la Eternidad, se soluciona apresuradamente, con demasiadas trampas, de forma confusa y poco concluyente.
Vemos de todos modos grandes ideas y conceptos que son presentados en este tomo y que solo tienen un par de números para fraguar, dejando buena parte de ellos a un festival de guantazos. Dejan bien claro que al tratarse de fuerzas primordiales, el recital de mamporros sucede en el plano metafórico, pero incluso usando esa marcianada del plano metafórico en su favor para sacarse de la manga el final, Ewing resuelve todo este fasto cósmico a hostia limpia.
La sensación al terminar Ultimates nº4: La Guerra de la Eternidad es de falta de espacio para desarrollar la saga, de que faltan cosas por explicar y mil cabos que cerrar. Definíamos Ultimates como esa mezcla entre The Authority y los 4 Fantásticos y por eso mismo en este tipo de mitología sideral estábamos llegando a niveles a los que no llegaba la primera familia, pero en su lugar terminamos con un deus ex machina bastante absurdo y que realmente no responde las preguntas enunciadas.
Achacaremos todo esto a esta muerte súbita de esta colección ya que vemos errores que hasta ahora no había tenido Al Ewing en Ultimates. De hecho, aunque seguimos teniendo un Galactus absolutamente memorables, el resto de los personajes principales son poco más que figurantes de cartón. Que conceptos tan potentes como la Guardia de la Eternidad o los Ultimates definitivos sean presentados al final, hacen fantasear con que había algún plan para ellos que nunca veremos. El villano de la obra aparece de la nada con un plan metido con calzador y zanja todos aquellos conceptos tan potentes y locos con los que habíamos disfrutado hasta ahora. Y para colmo, probablemente consciente del batiburrillo incoherente con el que ha forzado la conclusión nos deja un mensaje en el que el propio universo nos dice que algún día lo entenderemos
Gráficamente Ultimates nº4: La Guerra de la Eternidad adolece del mismo mal que ha padecido desde que Kenneth Rocafort dejó la serie. Puede que Travel Foreman nos deje un mejor trabajo en estos últimos números de lo que nos dio el tomo anterior, pero la falta de cuidado en algunos fondos y el hecho de que tenga que ser sustituido en algunas páginas nos llevan a pensar que las prisas se apoderaron del resultado final. De igual modo le sucede a Aud Koch, en quien también queda patente el ritmo apresurado y con un estilo quizá más proclive a la temática intimista, con lo que en cualquier caso, la identidad gráfica de la serie se resiente con una coherencia más bien nula.
No puedo dejar de recomendar esta serie que tan buenos momentos ha dado, ya que un mal final no invalida el resto del camino, pero el amargor se aferra al paladar ante lo que podía haber sido esta serie con un final a la altura y nunca jamás será.