Tal vez no sea muy ortodoxo empezar la reseña de un cómic por su contraportada, pero es mirar la de Tungsteno y los premios casi no nos dejan ver el dibujo. Tungsteno no es ni por asomo la primera obra de Marcello Quintanilha, pero si es sin duda la que lo consagró a nivel internacional. Ahora ECC se propone recuperar las obras de este autor brasileño afincado en Barcelona y comienza por este cómic que en su día nos trajo La Cúpula en algo que casi podríamos llamar una coproducción con la editorial Veneta y que incluso llego a tener adaptación al cine.
Así que tras triunfar de nuevo el año pasado con otro montón de premios por Escucha, hermosa Marcia, nos llega así está nueva edición de Tungsteno en tapa dura, ampliada con extras y prólogo de Darko Macan.
Tungsteno comienza en Salvador de Bahía, cuando dos furtivos deciden pescar con dinamita, aunque en realidad es la historia de Richard, un policía entrado en kilos que… o bueno, tal vez en realidad nos habla de Caju, un camello de poca monta, o puede que vaya del Sr. Ney, un viejo cascarrabias anclado en su supuesto pasado glorioso en el ejército… o probablemente habla de Keira, una esposa maltratada que está a punto de romper con su pareja… Bueno, en realidad, Tungsteno es la historia de todos ellos y de unos cuantos más. Quintanilha hila una trama de pequeños relatos cruzados que tienen la suerte o la desgracia de coincidir en un mismo sitio en un mismo momento.
Del mismo modo que es difícil decantarse por un personaje como protagonista, también lo es decidirse para un género para Tungsteno. Quizá a primera vista se podría hablar de un relato costumbrista, pero he aquí que la línea entre el costumbrismo y el género negro resulta muchas veces tremendamente fina y quebradiza. Por más que la palabra noir nos haga venir a la cabeza detectives de gabardina y sombrero, las bases del género son, por un lado, el mundo criminal, y por otro ese lado más oscuro de la sociedad, inherente a cada uno de nosotros. Tungsteno cumple ambos requisitos, pero, por el lugar en que nos sitúa Quintanilha como espectadores, esta historia se nos muestra como un hecho cotidiano, algo que podría ocurrirle cualquier día a cualquiera de estas personas, que no se distinguen demasiado de cualquier otra de Salvador de Bahía. Olvidaos de voces en off, humo de tabaco y bares de noche, no hay nada más negro que la realidad mundana en una playa a pleno día.
Y es que por ejemplo, arrancamos con ese tipo de diálogos superfluos y completamente ajenos a la trama principal, que popularizara Quentin Tarantino dentro del noir en sus primeras películas, y no son sino otro síntoma de que el genero negro es, a fin de cuentas, la cara en sombra de la cotidianeidad. No hay más que ver cómo empieza Tungsteno entre risas y diálogos de besugos en la terraza de un chiringuito playero para saber que Quintanilha lo ha tenido muy en cuenta. Y tal vez también por eso también podría venir uno de los aspectos más criticados de la obra: no hay una trama en Tungsteno. Matizo, existe un entramado y no poco intrincado de cómo cada una de las historias individuales se hilan entre sí. Existen también arcos de personaje, pero no hay algo parecido a un planteamiento, nudo y desenlace al uso. Casi podríamos decir que la historia no empieza ni termina, sólo nos abre la ventana a un momento y a un lugar concreto, porque en cada vivencia hay una historia, un aprendizaje y un cambio en sus actores, pero la realidad no se comporta con esa coherencia y consecuencia a la que la ficción nos tiene acostumbrados.
Quintanilha parece querer explorar en Tungsteno esa otra ficción que realmente imita a la realidad, pero la sazona con una cierta intensidad noir, con violencia y montones de persecuciones. De hecho, es también muy curioso a este respecto el estilo que elige para contarlo. En Tungsteno aún no ha llegado al nivel de estilización y síntesis que veremos más adelante en Talco de vidrio o Escucha, hermosa Marcia y dibuja más, está todo mucho más definido y, pese a que su registro es más realista, su línea y uso del blanco y negro recuerdan en cierto modo a la plasticidad de Bastien Vivés. Sus perspectivas forzadas o la cinética de sus figuras, probablemente extraidas en ambos casos del manga, quedan reforzadas por el trabajo de blanco y negro con gris plano, que tabién nos acerca a reminiscencias de Japón, Sin embargo, el trabajo de escenarios estñá repleto de detalles, pero descritos de un modo pedestre, lo cual nos vuelve a acercar a la realidad. En ese mismo sentido, la historia baja el noir a la calle, pero no a esas calles romantizadas del cine clásico, sino a la que pisan en Salvador de Bahía cada día o, al menos, las que podían pisarse hace una década, cuando Tungsteno fue realizada.
Por paradójico que parezca, Tungsteno es una historia cotidiana tremendamente atípica. Es un ejercicio que lleva la ficción a caminos distintos de sus reglas y tropos habituales. Es un trabajo que nos abre por un momento una ventana a una historia que son muchas y que continuarán más allá cuando ya no estemos mirando.
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