Parece mentira pero ya han pasado 30 años desde la publicación de una de las obras más emblemáticas del gallego Miguelanxo Prado. Para celebrarlo, Norma Editorial publica Trazo de tiza. Edición 30 aniversario, una edición con numerosos extras en forma de portadas, bocetos y planteamientos de página, además de una introducción a cargo del divulgador Álvaro Pons. La edición se completa con las páginas de los tributos a Hugo Pratt y Franquin, en los que Prado llevó al corsario más famoso del cómic y los cómics de Marsupilami al islote remoto de la obra que hoy reseñamos.
Trazo de tiza nos traslada a una isla en el Océano Atlántico adonde el protagonista Raúl acaba llegando con su barco huyendo de un temporal. Allí se encontrará que solo está habitada por Sara, la dueña de una cantina que sirve igualmente de tienda, restaurante y posada; y de su hijo, que no da muestras de excesiva inteligencia ni es especialmente sociable. También ha llegado recientemente Ana, una mujer que pasa el tiempo esperando a alguien, que casualmente también se llama Raúl, y que no se muestra receptiva a los intentos de acercamiento por parte del Raúl que está en la isla.
Con un tono sosegado y melancólico, Prado nos va contando poco a poco una historia en la que nada se revela con claridad, en la que un halo de misterio nos hace estar siempre alerta sobre lo que puede pasar en la isla. Pero a su vez, nos va presentando a personajes con un carácter muy fuerte, marcado por sus experiencias pasadas: Raúl intenta un acercamiento con Ana, que se muestra especialmente reacia y roza la descortesía en algunas ocasiones, mientras que Sara rezuma tristeza y desidia comprensibles por ese entorno solitario en el que lleva viviendo demasiados años. Su hijo Dimas, más callado y solitario aún, pasa sus días disparando a gaviotas…
Trazo de tiza se publicó originalmente en las revistas Cimoc en España en los números 134 a 141 y posteriormente en la revista francesa Á Suivre con el nombre «Trait de craie». La obra fue acaparando premios allá por donde pasaba: Salón del Cómic de Barcelona, Francia, Portugal, Austria… convirtiéndose en la obra más premiada que ha tenido el autor. Precisamente esa edición capitulada original aporta un ritmo a la historia especial, donde la separación por capítulos es más que una mera división de páginas, y cada capítulo tiene su propia entidad que va sumando junto con el resto de la historia pero tiene su particular tempo.
Pero el gran fuerte de Trazo de tiza es el aspecto gráfico, con ese dibujo a pintura que dota al guión de una atmósfera tan bucólica como misteriosa, capaz de convertir esta historia con tintes sobrenaturales en uno de esos relatos en los que lo fantástico se ve como algo ajeno, como pueda suceder en las obras de Borges o en el Castillo de arena de Lévy y Frederik Peeters, obra que creo que bebe mucho de esta y que utiliza lo ilusorio como vehículo para hablar realmente de un tema distinto, en este caso, la soledad y cómo las relaciones pasan sin que prestemos realmente atención a las personas con las que nos cruzamos.
En definitiva, Trazo de tiza. Edición 30 aniversario es una oportunidad magnífica para recuperar una rotunda obra de arte en una edición cuidada y con extras interesantes. Si no habéis tenido oportunidad previamente para leerla, ahora no tenéis excusa, puesto que es una de esas obras intemporales que, de haberse publicado por primera vez este año, tendría la misma fuerza e impacto que cuando se publicó originalmente hace 30 años. Obra representativa del realismo mágico, que requiere de la interpretación del propio lector para darle su verdadero sentido, con un final cerrado pero abierto a la interpretación de cada uno. Indispensable en la biblioteca de cualquier amante del cómic.
Lo mejor: El dibujo de Prado, y cómo contribuye a la atmósfera de la historia. Cómo utiliza un entorno bucólico para contar esta historia con tintes fantásticos.
Lo peor: Dejarla pasar.