Scott Lang es un inteligente ingeniero que ha salido de la cárcel tras cumplir su condena por realizar un acto digno de Robin Hood, devolver el dinero a los empleados de su antigua empresa que sus directivos habían “olvidado” repartir en sus respectivos despidos. En un intento de seguir el buen camino y mantener la custodia compartida de su única hija Cassie, Scott tendrá que ponerse bajo el amparo de un antiguo científico y superespía de SHIELD, el doctor Hank Pym, para impedir que el trabajo de toda una vida caiga en manos equivocadas.
Calificar una película tan dispar cómo es Ant-Man/El Hombre Hormiga como una película de superhéroes, es quedarse corto. Por no decir erróneo. La nueva incursión cinematográfica de Marvel entra dentro de ese privilegiado club donde todo es posible y no pertenece a un género en concreto donde asentarse y acomodarse.
Ahí tenemos nuestra ración de Ocean’s Eleven (o Atraco a las tres para barrer hacía casa), cualquier película de la saga Misión Imposible, y por supuesto, ese toque fantástico de Cariño he encogido a los niños. Todo ello añadido en la mezcladora con un humor salvaje e inteligente y una buena dosis del toque Marvel (del brillante eso si) para saborear una experiencia única más grande que la vida, pero inmersa en un frasco muy diminuto.
El Hombre Hormiga es uno de los productos más redondos que han surgido desde Marvel Studios, a pesar del abandono de su impulsor el director británico Edgar Wright y su compinche Joe Cornish, autores del guión y cuya mano se nota en prácticamente toda la película a pesar de los retoques de Adam McKay (rumoreado futuro director de Los Inhumanos) y el protagonista de la cinta, el actor Paul Rudd, hijos díscolos ambos de SNL. Este guión a cuatro manos nos presenta una historia mucho más adulta que alguna de sus predecesoras, véase Guardianes de la Galaxia, con un contenido que esconde elementos más dramáticos de lo esperado, pero que dentro de esa vorágine que es esta fabulosa Ant-Man cualquier espectador de cualquier edad podrá disfrutar sin sentirse desplazado por no llegar a comprender todo lo que ocurre o entrar en el juego.
Parte de este logro, no viene solamente de la dinámica entre Michael Douglas y Paul Rudd, Maestro y pupilo, ambos protagonistas de la función, sino del pulso y el medido montaje que ha realizado el director que debía meterse en los pantalones de Edgar Wright, Peyton Reed. Director de diversas comedias románticas y juveniles, productos sin mucho margen para la innovación visual o narrativa, la elección de Reed se antojaba de parche por parte de una Marvel necesitada de contar con un director solvente (a pesar de su filmografía), pero que tras el visionado de la película, su elección ha sido todo un acierto, realizando un blockbuster de calidad, con un tempo dinámico y nada lineal, aún con la historia que tiene entre manos, sabiendo alejarse lo suficiente del universo compartido para buscar su lugar.
De esa habilidad a la hora de narrar, el humor se equilibra a la perfección con la acción, que junto con las escenas de Soldado de Invierno, las más originales y espectaculares de todas películas estrenadas por parte de Marvel Studios, ya sea acompañado de su legión de hormigas o realizando un mano a mano contra los recurrentes villanos o esa Chaqueta Amarilla que también queda en pantalla en esa épica batalla final en el tren de juguete de Cassie Lang.
Pero ante todo, más allá de los chascarrillos, los dramas familiares, lo más importante que vamos a ver en Ant-Man es el Legado, ese concepto poco utilizado en este tipo de películas. Hank Pym cede su legado y puesto a un Scott Lang más carismático y real que el resto de sus compañeros de mallas, a excepción de un Steve Rogers que es muy posible que siga el camino de los tebeos en su vertiente de celuloide. La compenetración entre Michael Douglas y Paul Rudd no resulta un pulso continuo con el espectador para convencer esa química que desprenden ambos juntos y por separado, cuyo desenlace final, la redención de ambos es la respuesta lógica.
He de confesar que Paul Rudd siempre ha sido una debilidad, y en el momento que supe que iba a ser el elegido por parte de Wright y Marvel para enfundarse el traje del Hombre-Hormiga y Scott Lang, mi favorito de todos los que han llevado alguna vez el manto, tenía más que asegurada mi atención.
De todos modos, Ant-Man no es una película perfecta, pero si redonda, que aún continuando ese estilo Marvel tan criticado cómo efectivo, es capaz de deslizarse de vez en cuando por otros derroteros para buscar su lugar. Ahí tenemos al villano de la función (tras desaparecer el rol de Jordi Moyá cómo dictador presumiblemente cubano en el pasado de Hank Pym), un Darren Cross protagonizado por Corey Stoll con unas motivaciones más que definidas y un odio por su antiguo mentor, que lleva el apellido de la empresa que regenta, condiciona su temperamento y acciones a lo largo de todo el metraje, aunque siga estando al final un poco desaprovechado. En el otro lado de la balanza, se encuentra la hija de Hank Pym, Hope van Dyne, interpretada por una más que correcta Evangeline Lilly, elemento desestabilizador de la trama, ya sea por su poca afinidad con su padre o por su desaprobación por contar con un ladrón excarcelado.
No podría terminar sin mencionar a Michael Peña y su papel de Luis, el compañero de celda de Scott y su amigo en el mundo real, el contrapunto humorístico ante tanto drama y superación de los protagonistas, posiblemente uno de los papeles que más ha ganado con la entrada de Peyton y McKay en el desarrollo creativo. Para disfrutar de sus escasas apariciones, debo recomendaros su visionado en versión original.
Nunca un robo pudo ser tan grande. O pequeño según se mire.