Presentar una obra de Brian K. Vaughan a estas alturas es complicado. Hablamos del Titanic de los autores de cómic, el guionista que a día de hoy no para de acaparar premios Eisner, Harvey, Shuster, Hugo y hasta algunos que tal vez se hayan creado para dárselos a él.
Tal vez sea por este motivo que también existe una corriente crítica con Vaughan. Es inevitable que cuando un autor está en el ojo del huracán se le mire con lupa. Es entonces cuando se habla de sus cliffhangers tramposos, la falta de contenido que aporta una sola grapa, la huída hacia delante sin rumbo que muchas veces son sus historias y otros vicios que tienden a repetirse en Paper Girls, Saga, Y el último hombre y algunas otras de sus obras más conocidas. Y es entonces cuando llega The Private Eye a cerrarnos la boca.
Tal vez sea por la segunda mitad de esta obra, el barcelonés Marcos Martín, que sin duda es uno de los dibujantes más en forma de todo el panorama actual o tal vez por lo contenido de la obra (tan solo 10 números), pero The Private Eye es probablemente la obra más inspirada que han dado sus autores.
Como suele ser habitual en Vaughan, The Private Eye parte también de una premisa tan imaginativa como espectacular. Estamos a finales del siglo XXI. Hace años la nube estalló y con ello los datos de todo el mundo quedaron expuestos. Hasta el más íntimo de los secretos de cada usuario, cada gobierno y cada institución fueron revelados públicamente y todo esto desembocó en la abolición de la red. The Private Eye nos sitúa 50 años después de la explosión con el polvo asentado pero en una sociedad muy distinta de la que vivimos, donde la privacidad y mantener la identidad oculta es la prioridad. Los paparazzi son una especie de detectives privados y Patrick Immelman (P.I. para los amigos, aunque en realidad no sea su verdadero nombre) es uno de ellos. Por peculiares que sean, si hablamos de detectives, es de suponer que en algún momento recibirá un encargo y a partir de ahí todo se irá al garete y se verá envuelto en una conspiración más grande de lo que puede manejar.
Uno de los sellos de identidad de Vaughan es dejar algún tipo de subtexto más allá de la propia historia, unas veces más logrado que otras. Afortunadamente en The Private Eye trasciende la crítica obvia a la sociedad de la información descontrolada para ir un paso más allá y establecer un juego irónico. Puede que en la edición de Gigamesh (que por otro lado está cuidada al detalle) se pierda un poco el juego, pero The Private Eye nació como un tebeo exclusivamente digital. Es decir, Vaughan y Martín eran conscientes de que aquel que lo leyera era a su vez una pieza más en el engranaje que ha generado la distopía donde se ambienta su historia.
Más allá de la premisa y todo lo que rodea a este peculiar mundo, estamos ante una historia puramente noir, género con el que tradicionalmente hemos visto hermanarse la ciencia ficción más de y que ha dado resultados como Blade Runner o Días Extraños, por citar algunos de los más populares. Sin embargo, pese a que la premisa que nos lleva a este curioso futuro es completamente ciencia ficción, The Private Eye guarda más semejanza con los clásicos de Raymond Chandler o Dashiell Hammett que con Asimov o Arthur C. Clarke. Es esta estructura de novela de detectives la que hace que la obra fluya pese a la costumbre de Vaughan de huir hacia delante y que las cosas se expliquen por el camino si es que lo hacen.
Realmente en un marco tan complejo como el que nos presenta The Private Eye, puede llegar a ser un problema saltar sin una base sólida, pero para eso tenemos a Marcos Martín. Sin secuencias expositivas y sólo con detalles en el dibujo de Marcos Martín, todo lo que Vaughan nos plantea detrás de esta historia queda asentado. No necesitan explicarnos lo que vemos porque nos lo definen con detalle sin usar una sola palabra. Encontramos a un Vaughan mucho más contenido en sus trampas y funcionando de modo mucho más sólido del acostumbrado, pero a la vez mantiene toda su frescura y capacidad de enganche y quizá esto se debe al trabajo de Marcos Martín y Muntsa Vicente.
El hecho de que todo el mundo vaya disfrazado es un recurso que en manos del tándem barcelonés se convierte en un espectáculo. Ese don de Marcos Martín para componer con muy pocos elementos no tiene rival en la industria. En sus páginas el espacio vacío tiene tanta importancia como los elementos dibujados y consigue con ello que todo se mueva con el ritmo trepidante que requiere Vaughan. Las persecuciones que dibuja Marcos Martín son sencillamente insuperables y cada una (siendo no pocas en este tebeo) es diferente de la anterior. Más allá de los experimentos que de vez en cuando se saca de la manga para dejarnos boquiabiertos, cada pequeño elemento está compensado tanto en los momentos de tensión como en los de calma.
La atrevida paleta de Muntsa Vicente cierra el broche para un tebeo casi perfecto y no sólo es osada y visualmente potente, sino que ambiental y narrativamente está como mínimo a la altura de Vaughan y Martín.
Si el formato digital no os convence y no leísteis en su día The Private Eye desde Panel Syndicate, Gigamesh nos trae ahora este tebeo que consigue que el apaisado sea incluso más cómodo que el formato convencional y nos sumerge en un mundo donde internet es una batallita del abuelo, donde los coches vuelan pero no hay un mísero CD y las bibliotecas son como bancos. Cuidado con quién te vigila en The Private Eye.