Decíamos el año pasado que Los hermanos del Infinito, primera parte de la trilogía con la que Jim Starlin se va a despedir de Thanos -y de Marvel- era uno de los cómics más interesantes que se habían hecho en los últimos tiempos del Titán Loco. Además, es una de las obras más inspiradas que Starlin ha hecho sobre su creación más conocida, probablemente la más memorable desde el legendario Guantelete del Infinito. Pero si Los hermanos era un principio fascinante, esta segunda entrega, El conflicto del infinito, nos deja claro que Starlin va a salir de Marvel por la puerta grande y haciendo un mic drop épico.
Se podía esperar de esta historia, como segunda parte de una trilogía, que no tuviera la potencia del arranque que suelen tener las primeras partes ni los fuegos de artificio que corresponden a las conclusiones, y que éste fuera el momento de la pausa, de desarrollar lo presentado en el principio y encaminarse hacia el gran final. El nudo entre el planteamiento y el desenlace, utilizando terminología más clásica. Pero no, Starlin sigue teniendo material de primera dentro de su cabeza, y más de cuarenta y cinco años después de crear a Thanos aún es capaz de firmar historias memorables. Y si Los hermanos del Infinito fue una historia tremendamente sólida y una de las mejores que se habían hecho del personaje en los últimos años, con El conflicto del Infinito Starlin consigue dejar al lector con la boca abierta.
Cuando Starlin escribe esta historia, ya sabe que está despidiéndose de su creación, que su divorcio de la editorial ya es inevitable. Así que su última historia de Thanos tiene dos características fundamentales: la primera, la sensación de recapitulación, de mirada atrás de toda una vida escribiendo a su creación más popular. Así, tendremos por aquí a Adam Warlock en su tradicional ciclo de muertes y resurrecciones, y una mirada al pasado, a los tiempos en los que Thanos fue el guardián de la Gema de la Realidad de la Guardia del Infinito.
Pero también tenemos una mirada hacia delante. En esta segunda parte de la historia, vemos el camino que sigue Thanos para llegar a convertirse en esa versión futura cósmica suya que ya vimos en la primera parte. Y si el camino hacia la omnipotencia en ocasiones anteriores había pasado por la posesión de objetos varios -gemas del infinito, cubo cósmico y demás, ahora toca intentar una nueva vía diferente, que a la vista de la presencia de su versión futura, va a tener éxito. Visto que el tener no ha funcionado, ahora toca el ser. En convertirse en las entidades cósmicas que ya intuíamos en la imagen del Thanos futuro.
En El conflicto del infinito, Starlin vuelve a utilizar a sus personajes para mostrar sus inquietudes filosóficas y morales. Aunque la absorción de entidades conceptuales es algo que ya se había visto en el Quasar de Mark Gruenwald, aquí tiene un trasfondo más reflexivo, que incluso puede traer a la cabeza el Tener o ser de Erich Fromm. Por otro lado, Warlock se encuentra ante la tradicional pregunta sobre si el fin justifica los medios. Hay una forma de derrotar a Thanos, pero si eso implica tomar una vida inocente, ¿qué es lo correcto? Se podrían escribir -y de hecho, se han escrito- ríos de tinta para responder a esa pregunta. Pero ya sabemos cómo va a reaccionar el Adam Warlock de Jim Starlin.
La lectura de esta última trilogía, y en especial El conflicto del infinito, nos está trayendo de vuelta al mejor Jim Starlin. A ese autor que aunque siempre ha tenido algo interesante que decir con sus personajes ha tenido una trayectoria un tanto irregular. Quizás estos números no estén a la altura de sus historias de los años 70 -el torrente de creatividad desbocada de la juventud del autor se ha convertido en una madurez más reposada y reflexiva-, pero sí que es lo mejor que Starlin, acompañado en esta ocasión de un Alan Davis al que hacía mucho tiempo que no veía tan inspirado, ha hecho en el plano cósmico en el último cuarto de siglo. Una lectura obligada para todos los seguidores de la Marvel más cósmica, la que es algo más que batallitas en el espacio.