Zombis por todos los lados. No estoy seguro de si la culpa la tuvo la saga de videojuegos Resident Evil o la película 28 Días Después, pero esta última década hemos sufrido una superpoblación de zombis como no se vivía desde los ochenta. Cine, videojuegos, literatura, televisión y, por supuesto, el cómic se han impregnado de este fenómeno. En 2003, de la mano de Robert Kirkman y Tony Moore y bajo el manto de Image Comics nacía el máximo exponente actual del género de zombis en el comic: Los Muertos vivientes.
Rick Grimes, un policía de Kentucky, despierta en el hospital tras salir del coma en el que lo indujo una bala recibida en un tiroteo. Ahí comenzará su pesadilla ya que acaba de hacer la primera parada en el apocalipsis zombi. Pese a las similitudes que pueda tener el principio con el de 28 Días Después, Kirkman ha comentado más de una vez que su guión existía meses antes del estreno de la película y que si no se publicó se debió a una serie de retrasos por parte de Image. Parece un caso más de ideas flotando en el aire como el que comentaba hace unas semanas hablando de Sleeper, que un plagio de uno u otro. Al fin y al cabo se trata de un recurso bastante elemental para involucrarnos como lectores en el papel del protagonista, somos nosotros los que despertamos en ese infierno en la tierra.
Rick partirá en busca de su mujer y su hijo y desde este punto tendremos un ir y venir de personajes y situaciones que harán de Los Muertos Vivientes uno de los títulos que marcarán esta década en el comic por derecho propio.
Cuando comenzaron esta aventura, Robert Kirman y Tony Moore apenas eran un par de veinteañeros que habían dado sus primeros pasos en el mundillo del comic con el irreverente aunque primerizo Battle Pope. Años después, aunque Tony Moore se ha labrado un nombre en la industria destacando por meritos propios en Fear Agent o Los Exterminadores, es Kirkman quien se ha convertido en una estrella. Comenzando por sus dos grandes éxitos Los Muertos Vivientes e Invencible y terminando por la multitud de trabajos que ha hecho para Marvel, destacando Marvel Team Up y Marvel Zombies, no hay duda que es uno de los guionistas del momento.
A partir de séptimo números se uniría el inglés Charlie Adlard en sustitución de Tony Moore. Es curioso, ya que pese a ser un dibujante más curtido que su predecesor, fogueado en series como en 2000 AD, The X-Files, Shadowman o Mars Attacks!, su oficio no le impidió que le costará sacarse de encima el carisma de Tony Moore. No obstante hoy ya es por derecho El Dibujante de Los Muertos Vivientes (así con mayusculas) con siete años de serie a sus espaldas. Con un proyecto de serie de TV en ciernes, los jóvenes entusiastas que comenzaron esta historia están muy lejos de donde partieron.
Pero volviendo a la obra en sí, nada mejor que las palabras del propio Kirkman para explicarlo:
¿Cuántas horas al cabo del día pasas viendo la televisión? ¿Cuándo fue la última vez que cualquiera de nosotros de verdad hizo algo para conseguir lo que quería? ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que cualquiera de nosotros necesitó algo de lo que quería? El mundo que conocíamos ya no existe. El mundo del comercio y las necesidades superfluas ha sido reemplazado por un mundo de supervivencia y responsabilidad. Una epidemia de proporciones apocalípticas ha barrido la Tierra haciendo que los muertos se levanten y se alimenten de los vivos.
En cuestión de meses la sociedad se ha desmoronado, sin gobierno, sin supermercados, sin correo, sin televisión por cable.
En un mundo gobernado por los muertos, por fin nos vemos obligados a empezar a vivir.
Kirkman no se detienen a explicar la causa de la aparición de los zombis. Los zombis son tan solo una excusa, el recurso metafórico del que ya se sirvió el gran George A. Romero para llevarnos a la destrucción de la sociedad tal como la conocemos, la caída de todos los valores establecidos a favor de la supervivencia. La exploración cada aspecto del ser humano en estas condiciones únicas es lo que motiva a Kirkman más allá de contar una historia concreta.
De este modo, a lo largo de las entregas de esta saga iremos conociendo a todo un reparto coral que, por suerte o por desgracia tienen un nivel de rotación tan grande como de carisma. Kirkman fue un niño en los ochenta y bebió directamente de las aguas del primer boom zombi y hará uso de los tópicos del género con la habilidad y respeto de la que sólo un verdadero fan podría hacer gala. Sin embargo, el gran mérito de esta serie es ir un paso más allá. En alguna ocasión se ha podido ver referirse a Los Muertos Vivientes como lo que sucede cuando termina una película de Romero. Se trata de convertirnos en observadores y partícipes de esta nueva sociedad y dejar aprendamos con cada uno de los personajes (Rick, Lori, Carl, Morgan, Duane, Shane, Gelnn, Tyresse, Michone, Allen, Carol y tantos otros). Casi se podría decir que independientemente de los acontecimientos, esta serie consiste en conocer a cada uno de sus personajes, integrarnos en su grupo y encariñarnos con ellos, pero sólo en la justa medida que nos ofrece saber que cualquier día puede ser el último para cualquiera de ellos. Los ‘mordedores’ serán la excusa para presentarnos un catálogo de inquietudes, miedos y valores que en otro momento pudieran haber sido tildados de ambiguos o extremos que remueven todos los convencionalismos sociales. La muerte como posibilidad y casi certeza a corto plazo altera cada aspecto del comportamiento humano, social o individual, y lo mejor para el individuo y el grupo no es siempre lo que nos habían enseñado.
Sin embargo, por muy atrayente que suene el concepto, no promete dar de sí los siete años que Los Muertos Vivientes aguanta con tan buena salud en público y crítica. Y es que el equipo formado por Kirkman, Tony Moore y más tarde Charlie Adlard (más Bill Crabtree y Cliff Rathburn embelleciendo con grises) no duda en articular todo tipo de situaciones para explorar un poco más dentro de nuestro grupo protagonista: desengaños, infidelidades, traiciones, sospechas, giros de último momento, muertes inesperadas, tensiones internas y amenazas externas, aunque siempre con una increíble mesura y sentido del ritmo. Incluso cuando oparece que empezamos a pillarle el sistema (alguien comete un error o se deja llevar por su propia condición humana y de nuevo tenemos una masacre en ciernes) y esperamos un nuevo giro a la misma tuerca, Kirkman nos enseña cómo juega con nosotros y nos deja la mandíbula por el suelo y una cara a medio camino entre atónitos y idiotas (leed el tomo octavo y sabréis de qué hablo).
Todo este complejo cocktail de atmósferas internas y externa s consiguen eso tan difícil en el comic que es conseguir el terror en un comic, crear la tensión suficiente para que no haga falta ese tipo de sustos repentinos del cine para que nos reconcoma el suspense. Los Muertos Vivientes se ha ganado un hueco en la historia de los comics de la última década y resulta ser un arma sorprendentemente eficaz para enganchar profanos al redil del comic. Haced la prueba.