Parece que fue ayer cuando aquellos tebeos de Los Reyes Elfos nos traían a aquella joven promesa del cómic español, pero ya han llovido más de 20 años de carrera en la que ha alternado producción nacional con su trabajo para Estados Unidos, Francia o incluso Japón. No es arbitrario comenzar esta reseña de Sukeban Turbo haciendo este breve repaso geográfico a la obra de Víctor Santos, dado que estamos ante una obra publicada originalmente en Francia por Glénat, con un guionista de origen belga, ambientada en los USA (y publicada allí por IDW) manejando conceptos de cultura japonesa como son las Sukeban.
Es cierto que las fronteras identitarias del cómic USA, europeo y el manga se han diluido bastante en los últimos tiempos, pero en el caso de Sukeban Turbo es mucho más patente. Sukeban Turbo pone el foco el Shelby Buckman, una adolescente de 17 años jefa de las Sukeban Tribe, una banda uniformada y motorizada basada en las pelis pinky violence de los 70, cuya idea de diversión es apalizar al primero que se les cruza, extorsionar a sus compañeras de instituto y vender coca. Por otro lado tendremos la historia de Sam, el miembro de una boyband de éxito cuyo declive parece próximo. Ambas historias discurrirán en paralelo hundiéndose cada vez más en sus respectivos fangos.
La exploración de la rebeldía adolescente no es algo nuevo. Son montones los delincuentes juveniles que nos ha dado la ficción. Películas tan dispares como Rebelde sin causa, La naranja mecánica o El Vaquilla nos han contado la espiral de crimen y violencia con la que jóvenes rotos afrontan ese abismo existencial inherente a la adolescencia. Sukeban Turbo guarda elementos en común con ellas pero también mantiene su propia mirada, sobre todo más en consonancia con nuestros días. Son varios los motivos por los que la pegan a la actualidad. Uno de los más evidentes es que las protagonistas y ejecutoras de esta violencia son mujeres. Sin embargo, por más que no fuera habitual que las mujeres protagonizaran este tipos de historias de jóvenes violentos, tampoco se trata de un hecho novedoso y se encargan de recordárnoslo. Nuestras protagonistas se basan en un movimiento que surgió en los años 60 y tuvo su auge en los 70. Grupos de colegialas armadas en respuesta a los banchô, exclusivamente masculinos. Sin embargo, otro de los motivos que hace Sukeban Turbo hija de nuestro tiempo es que el crimen no surge de la marginalidad. Shelby y sus compañeras provienen de familias relativamente pudientes. La violencia surge como la respuesta a tratar de llenar un vacío, es una huida hacia adelante y una respuesta absolutamente visceral, lo cual llevará a nuestras protagonistas a meterse en aguas cada vez más pantanosas. Una espiral de autodestrucción que las llevará de la extorsión de baño de instituto a las redes de redes de tráfico de drogas metidas en mafias cada vez más turbias.
Al contrario de lo que el título, la portada o la publicidad que la comparaba con Akira pudiera indicar, Sukeban Turbo no es una historia de acción, sino un noir que nos trae el lado más oscuro de la adolescencia. No está exenta esta visión de un cierto halo romantizado y es que algo tienen este tipo de culturas vintage sobre la violencia juvenil que las hace atractivas en la ficción. El mismo Sylvain Runberg ya había explorado algo similar en Motorcity, el thriller en torno a la cultura raggare sueca que también editó Norma, y contaba también con experiencia en mujeres autodestructivas, como con la Lisbeth Salander de la saga Millenium. De algún modo, corrupción y frivolidad conviven en este tipo de ideas.
En ese sentido Víctor Santos toma el planteamiento de Sylvain Runberg y lo hace caminar del lado de sus estilizaciones y señas características, si bien también introduce pequeños cambios para adaptarse. Precisamente porque no es una historia de acción, podemos encontrarlo mucho más comedido al plantear la página, más fiel a la cuadrícula y algo más moderado que de costumbre a la hora de descomprimir acciones. Sin embargo, tal vez el cambio que más llama la atención está en el color, que deja parcialmente de lado los pinceles digitales en favor de unas aguadas que pueden recordar en cierto modo a Tim Sale. Esto nos solo aporta una textura mucho más palpable y viciada, sino que hace caminar al color hacia la búsqueda de iluminaciones mucho más duras, cosa que normalmente dejaba al trabajo de blanco y negro. Tal vez incluso se podría apreciar que este recurso se acentúa hacia el final, donde también la paleta se vuelve más extrema al precipitarse la trama.
Tal vez lo peor de Sukeban Turbo es que sabe más a principio que a final, es decir, para cuando termina, hemos trasladado a un contexto las inquietudes de los autores, hemos visto un desarrollo de personajes y completado una trama, pero es casi como si nos faltara un momento de catarsis e incluso un mayor desarrollo e interconexión entre las dos tramas principales. Es como si cuando Runberg y Santos nos acaban de enganchar, nos cerrasen la puerta. No parece haber noticias de una segunda parte de Sukeban Turbo, pero serían sin duda bien recibidas.