Me gustaría empezar con un pequeño aviso y es que es posible que os podáis encontrar en otros sitios reseñas de Space Riders que hablen de metatextualidad, de experimentación con los colores primarios, de juego de arquetipos o deconstrucción de los tópicos de la space opera, pero no hay más que escuchar a Alexis Zirit, principal instigador de esta criatura para darse cuenta de que por más que queramos ver algo de todo eso, no son sino daños colaterales de la animalada que han parido Ziritt y Fabián Rangel Jr. en este par de tomos.
Space Riders acompaña al Capitán Peligro en sus andanzas por el espacio a bordo de la Santa Muerte, una nave en forma de calavera. Lo acompañan la robot Yara y el mandril antropomórfico con devoción religiosa llamado Mono. Con esto anterior ya os podéis ir haciendo una idea, pero además Space Riders está plagado de estereotipos, de oneliners de patio de colegio, de giros con calzador y tópicos chuscos, de saltos de valla anatómicos y horror vacui en el dibujo. Incluso el propio Ziritt ha llegado a decir que está coloreado en primarios “porque es más fácil”. Sin embargo, creo que tal vez no estoy dejando claro que Space Riderses un cómic maravilloso. Sin la más mínima ironía, lo que nos dan Ziritt y Rangel es una absoluta voladura de cabeza y se disfruta con vísceras a las que no muchos tebeos más académicos o sesudos llegan.
¿Y cómo es posible que un tebeo lleno de todo este tipo de taras pueda ser tan bueno? Lo es cuando acoges las taras como parte de la historia, cuando asumes que Space Riders ha sido hecho por el hijo bastardo de John Carpenter y Jack Kirby cuando tenía trece años. Ziritt quería conseguir ese tebeo barato que coges de la pila de saldos y al abrirlo te volaba la cabeza y es sin duda lo que consigue. Coge todos esos tópicos que hoy en día podrían resultar rancios y los abraza sin complejos, casi reivindicando esa cultura caduca que nunca caducó, pero ni siquiera con un estudio consciente, sino simplemente porque mola. No hay duda de que hay una visión posmoderna y autoconsciente en Space Riders, pero nada de profundidades ensayísticas, sino pura diversión y molonidad. Por decirlo claramente, a Alexis Ziritt se la sudan los metatextos y las deconstrucciones. Esto es como una exploit italiana de un western galáctico. Rangel se sumerge en la idea de Ziritt y el resultado es un tebeo que parece salido de una sola cabeza.
Esta locura de Heavy Metal Pop (tal como lo definía, mi compañero Ángel en el podcast) tal vez funciona mejor en el primer tomo que en el segundo, que si bien mantiene el tono delirante, pierde el punch de la sorpresa. En esta segunda historia titulada Galaxia de brutalidad se pone aún mucho más Kirby, aunque sin abandonar ese toque a lo Benjamin Marra, Johnny Ryan o Victor Puchalski en el panorama patrio.
Gigamesh edita en dos tomos de tapa dura las dos primeras miniseries USA y aunque es perfectamente entendible el formato en términos de conservación y comercialidad, este es el tipo de tebeo que pide un formato grapa con el papel más amarillento que podamos encontrar (textura y color que se imita digitalmente).
Nos queda por saber si cuando termine en su edición original en USA por Black Mask, Gigamesh nos traerá la tercera miniserie de esta majarada deliciosa repleta de vikingos moteros del espacio, exuberantes hechiceras del espacio, calamares gigantes del espacio, sacerdotes elefantes del espacio y [meter aquí la barbaridad más gorda que se te ocurra] del espacio.