Aunque hoy en día quizá no sea el personaje más popular de Valiant, Shadowman es el mayor éxito de la editorial creada por Jim Shooter en 1989. Con sus dos primeros volúmenes logró vender más de cinco millones de copias y protagonizó dos videojuegos. Aunque su creación está acreditada a Jim Shooter, Steve Englehart y Mike Manley quien realmente dio forma a su primera encarnación fue Bob Hall, que escribió y dibujó la mayor parte del volumen uno.
En su segunda encarnación, más cercana en escena y temática al videojuego contó con autores de la talla de Garth Ennis, Jamie Delano, Dan Abnett, Andy Lanning, Ashley Wood o Charlie Adlard.
Y así llegamos a esta tercer etapa que dio comienzo en 2012 y tras ser publicada originalmente por Panini y Aleta en varios tomos, nos llega ahora en edición de lujo de la mano de Medusa.
En este volumen de Shadowman nos distanciamos de las anteriores encarnaciones para conocer a Jack Boniface que, sin saberlo, es heredero del legado de un saga de guardianes que protegen de las fuerzas del mal la frontera entre la tierra y la Zona Muerta. Con la ayuda de Dox, antiguo ayudante del padre de Jack, y su pupila Alyssa tendrán que enfrentarse con el temible Darque.
A simple vista el argumento no suena excesivamente original. Un héroe por accidente se hará cargo de un legado que le viene grande frente a un enemigo mucho más poderoso que él. Sin embargo, no creo que la intención de Justin Jordan, Patrick Zircher y el resto de autores implicados sea ni mucho menos reinventar el género de superhéroes, sino todo lo contrario. Lo sobrenatural es uno de los ejes centrales, pero en esta encarnación, toda la magia de Nueva Orleans con su viejos ritos y su inimitable cultura son poco más que testimoniales en favor de la acción.
Incluso se encargarán a través de las figuras de Dox y Alyssa de contener en una explicación lo que antaño era un puro misterio. Las energías de la vida y la muerte parecen sistematizadas y más cercanas a los superpoderes a los que nos tiene acostumbrados el género de superhéroes que al oscuro misticismo del viejo vudú.
Cuando en 2012 se dio inicio a esta nueva andadura de Valiant, la intención estaba clara: Crear un nuevo universo superheroico. El problema es que para ello han quedado diluidos muchos otros aspectos de cada personaje, que podrían haber marcado la diferencia. En el caso de Shadowman la ciudad de Nueva Orleans prácticamente desaparece. No oímos su música ni paseamos por su ancestral folklore. Aunque el elemento sobrenatural sigue ahí, en Shadowman se potencia el lado más superheroico: Las luchas, los plot twist, los villanos con diálogos cliché… en muchos momentos se hace tanto hincapié en los códigos del pijameo que la serie puede quedar demasiado genérica para la potencia del planteamiento de partida.
Aún así el tebeo salva la papeleta gracias a esa especie de efecto Valiant que asegura un nivel mínimo de oficio y buen hacer en sus autores. Sin embargo, este efecto Valiant también se ha esgrimido en más de una ocasión en su contra, ya que si bien casi todos sus cómics aseguran este nivel, rara vez brillan. Shadowman entra de nuevo en este grupo. No podemos poner grandes pegas al guión: los personajes adquieren rápidamente su propia voz, el desarrollo del héroe es coherente, los secundarios tiene peso en la trama, es innegable el carisma de los villanos, la conspiración está bien construida… del mismo modo, los dibujos de Patrick Zircher apoyan con eficacia el sentido de la acción en que se basa la serie, pero de algún modo se echa de menos un plus, algún tipo de sinergia donde el guion alimente al dibujo o viceversa o bien algún rasgo particular que permita hacer de Shadowman algo memorable
Pese a todo esto, Shadowman sigue siendo un entretenimiento sólido y bien ejecutado mientras la pareja Jordan/Zircher se mantiene al timón. Sin embargo, hacia la mitad del tomo el desfile de dibujantes hace perder consistencia con un resultado tan desigual y con tantas voces como nombres implicados en el dibujo. Poco tienen que ver los estilos de Roberto de la Torre y Neil Edwards, por poner un ejemplo, y por más que el color de Brian Rebber trate de guardar una coherencia interna, el lápiz cambia de manos con demasiada frecuencia.
De nuevo Valiant se queda a las puertas de la brillantez. De nuevo un concepto con una potencia de partida de lo más prometedora con autores sólidos se queda a las puertas de dar un poco más que un entretenimiento de consumo rápido realizado con oficio. Una maldición vudú a la que ni siquiera Shadowman puede vencer.
