Cuando hablamos de aquella primigenia Image de los años 90, por defecto nos vienen a la cabeza toda una serie de tics, gimmicks y marcas de fábrica y, también por defecto, tendemos a asimilar a estas particularidades toda la producción de los primeros años de la editorial. Un vistazo más a fondo, nos revelaría que, obviamente, The Maxx, Trencher o 1963 eran otra cosa y, aunque a veces pueda parecer lo contrario, tal como vimos en el tomo anterior y seguimos viendo en Savage Dragon 2, la obra de Erik Larsen también lo era.
Por descontado que en Savage Dragon 2 tenemos los músculos desemsurados hasta lo imposible, la hipersexualizacion femenina hasta límites absurdos, los pistolones tamaño jumbo, el festival de splash pages de acción y prácticamente el pack completo al que aludíamos en el párrafo anterior… y aún así insisto en afirmar que lo que hacía aquí Erik Larsen no era lo mismo que lo que hacían sus compañeros Todd McFarlane, Rob Liefeld o Jim Lee. Revisitando 30 años después estos tebeos, la perspectiva nos debería ayudar a detectar algo que no podíamos ver en los títulos del resto de autores citados. Se trata de algo que supone hasta cierto punto una situación adelantada a su tiempo y que hace que, pese a todos sus vicios, Savage Dragon haya envejecido francamente bien, hasta el punto de continuar hoy día con prácticamente las mismas claves. Y es que desde 1992, Erik Larsen ya jugaba con una ventaja que no era frecuente ver en aquellos tebeos: la autoconsciencia.
Larsen era un gran amante y seguidor de siempre del género superheroico. Había sido formado en los tebeos de tendencias más clásicas de la silver y la bronze. En el tomo anterior, de hecho, ya pudimos ver en los extras una primera versión de Dragon de los 80 mucho más clásica y conservadora en sus modos. Conocía y veneraba los códigos del pijameo tradicional y, cuando en sus tebeos abrazaba lo que después hemos llamado noventerismo, era perfectamente sabedor de lo que estaba haciendo, de sus ventajas, pero también de todos sus absurdos e hipérboles. Ser conocedor de todo esto y aún así abrazarlo y, más aún, divertirse con ello a sabiendas, será lo que haga que, hoy por hoy, Savage Dragon siga siendo un tebeo de los más disfrutón.
Pero antes de seguir incidiendo sobre esto, conviene ubicarse en qué momento de la historia del policía más grande, verde y badass de todo Chicago estamos. Comenzamos con el agente Dragon recuperándose tras la paliza sufrida a manos de Overlord y el Círculo Vicioso. Pero, amigos lectores, estamos ante el policía más jodidamente duro de la ciudad del viento, así que ya nos tememos que no va a aguantar demasiado tiempo en cama. Partiendo de este punto, tendremos básicamente dos grandes tramas de fondo, que serán la búsqueda de Cyber Face para poder desvelar la identidad y acabar con Overlord y el enfrentamiento con Fiend, una especie de parásito que se alimenta de odio y posee a aquellos que buscan venganza contra nuestro protagonista. Pero en medio de todo esto tendremos a She-Dragon, robots metamorfos, vigilantes, el misterio de la identidad de Dragon, romances, crossovers, cameos y más peleas por malentendido de las que caben en los límites de lo razonable.
Contando la miniserie original, para cuando empiezan los cómics recogidos en Savage Dragon 2, ya habían pasado casi dos años desde el primer número de la serie. Larsen ya se ha asegurado de que es todo un éxito y se plantea, no solo manejar subtramas que ir cociendo a un fuego algo más lento e historias más ambiciosas, sino que se permite ponerse muchísimo más juguetón.
A estas alturas, Savage Dragon ya tenía varios spin-offs como Superpatriot, Freak Force, Vanguard o The Deadly Duo y uno de los universos más amplios del espectro Image. No hay número en el que no aparezca un nuevo héroe, villano o secundario, donde no haya un cameo de algún invitado y empieza a pasar eso tan de superhéroes tal que cuanto más grande es su universo, más pequeño es. Es decir, tenemos montones de personajes pero todo sucede en torno a Dragon y a las mismas personas. Todos se conocen entre ellos, todo en este mundo gira en torno a Dragon y todo es personal. Este tipo de casualidades son parte de ese código al que ya adelantábamos que Larsen profesa un enorme apego. Sin embargo, Savage Dragon era la herramienta que le permitía jugar con los juguetes del código de los superhéroes sin ataduras, con sus reglas y rompiendo sin miramientos cualquiera de las preestablecidas, desde el más absoluto cariño, pero también con ganas de retozar, de romper límites y pasárselo tan bien como no podría con Marvel o DC. Y si ya de paso podía soltar algo de mala baba, pues mucho mejor.
Esta serie es su celebración personal, su particular fiesta de los superhéroes permitiéndose tantos excesos como le apetece. Savage Dragon 2 tiene lo mejor y lo peor de los años 90, pero lo curioso es que en más de una ocasión son las mismas cosas. En Savage Dragon todo es exagerado, desmesurado y testosterónico hasta lo grotesco, pero es, hasta cierto punto, un ejercicio consciente que es parte del juego. Larsen entiende de qué va esta salida de madre de los tiempos que corrían y se deja llevar por ella. Es por eso que podemos encontrar aquí personajes como Jimbo, el robusto cangrejo o el desfile de villanos a cual más estrafalario. Y es que lo extravagante forma parte indisoluble del universo Savage Dragon.
Erik Larsen toma los tópicos superheroicos y los mezcla con los tipos duros antiheroicos del cine de acción y las series policiacas de la época. Todo es badass y exageradamente afectado. No poco se ha hablado de la mala interpretación que se hizo en su día del The Dark Knight Returns de Frank Miller, pero en el caso de Larsen, se apropia de este tipo de hipérboles y las convierte en una celebración. La diferencia de Savage Dragon con un Spawn o unos Wild C.A.T.s es que Larsen se lo toma con muchísimo humor y eso lo cambia todo. Maticemos de todos modos, Savage Dragon no es un tebeo de humor, pero si es consciente de lo que hace, de sus excesos, sus afectaciones y sus absurdos y decide revolcarse en ellos y regocijarse sin complejos.
Si nos fijamos en un ingrediente absolutamente superheroico como es el romance culebronesco, en Savage Dragon toma los lugares comunes y los sube de drama y de tono. El papel de la mujer es tan absurdo, estereotipado y delirantemente hipersexualizado, que de algún extraño modo, dentro de este código salido de madre hasta funciona. Savage Dragon 2 está repleto de hormoneo adolescente, novias en la nevera y personajes ridículos, pero dentro de su contexto de hipérbole estrafalaria, todo tiene su sentido.
Y es que Savage Dragon es una serie pensada para el puro disfrute sin ataduras de su autor y de todos aquellos que decidamos seguirle el juego. Y dentro de este patio de recreo también queda sitio para un poco de mala leche. Así, habrá recaditos y guiños ácidos a Marvel, a DC e incluso a sus propios compañeros. En Savage Dragon 2 tenemos lo que se vino a llamar el mes X. En septiembre de 1994, los fundadores de Image intercambiaban sus colecciones por un número y, mientras Larsen se encargaba de los Wild C.A.T.s, Jim Lee haría lo propio con Savage Dragon. El autor sería finalmente el propietario de dicho número, aunque no fuera parte de la serie de su creación. De este modo, podemos ver en Savage Dragon 2 páginas de WildC.A.T.s #14, repleto de chistes a costa de las creaciones de Lee, pero no podemos ver el Savage Dragon #13 original que había realizado el hoy por hoy jefazo de DC. Ni corto ni perezoso, Erik Larsen hizo una segunda versión del número 13, que es la que tenemos en este tomo. Y sin entrar en lo ético que pueda llegar a ser este movimiento, casi podría decirse que los lectores salimos ganando, ya que la visión de Jim Lee no participaba de este juego un poco mamarracho del que nos estaba haciendo partícipes Larsen.
Y la verdad es que además gráficamente tampoco un Jim Lee funciona en Savage Dragon. Entre sus compañeros fundadores, tal vez unos Todd McFarlane o Rob Liefeld, que hacen gala de un registro más salido del tiesto y menos realista que el de Lee podrían haber resultado, pero es que es el estilo de Larsen el que va que ni pintado. No sabría decir si el tebeo hizo al estilo o el estilo hizo el tebeo, pero es que lo bueno de Savage Dragon es que todo rema en el mismo sentido. Larsen combina todos los excesos noventeros con un clasicismo kirbyano, que ya estaba empezando a aflorar y con el tiempo estallaría, y una especie de cartoon hipertrofiado e hiperhormonado. En ese aspecto de tomar la herencia kirbyana y llevarla a un segundo nivel de estilización, es evidente la influencia de Walter Simonson y del equipo que el rotulista John Workman hacía con él. No obstante, este Larsen sería una versión más excesiva y más caricaturesca aún.
Viendo el modo en que escribe y dibuja Erik Larsen, es difícil saber qué parte es caer en la vorágine de las tropelías noventeras y qué parte es mirarlas con ironía. Sin embargo, tal vez en no tener claro ese límite está gran parte de la gracia de Savage Dragon 2. Si queremos pararnos a mirar todo lo que ha envejecido mal y todo lo absurdo que sin duda tiene este tebeo, que muchas veces es un chiste de mal gusto, hay otros tantos cientos de tebeos nuevos que leer cada mes, pero si has venido a jugar, Savage Dragon es tu tebeo.