Dejemos clara una cosa. En el cine (y en el cómic, y en prácticamente cualquier medio de expresión audiovisual) hay dos tipos de productos. El de autor y el de encargo. En el primer caso, dices «vamos a ver la nueva película de Clint Eastwood» o «voy a comprar el último disco de Joe Satriani». En el segundo, hablas de «la última película de Marvel», no «la última de Peyton Reed» (he tenido que mirar cómo se llamaba el director de Ant-Man) o «el disco de Lady Gaga», no «el disco en el que toca Doug Aldrich».
Así, cuando un estudio contrata a un autor para formar parte del proceso de producción de una película, ambos tienen que tener claro qué se espera de cada uno. Si le pides a Clint Eastwood que te haga una película, le das libertad absoluta para que haga lo que le dé la real gana. Si la estrella es la marca, que el autor se agarre un berrinche por injerencias en el proceso creativo no tiene sentido. Dudo que si, en lugar de Peyton Reed, Ant-Man hubiera estado dirigida por Edgar Wright, hubiera habido una sustancial variación en la recaudación en taquilla.
Todo esto viene a cuento del legendario cabreo que se agarró Frank Miller con las múltiples reescrituras de sus guiones para Robocop 2 y Robocop 3. Dijo en una entrevista en 2011,
There was a lot of interference in the writing process. It wasn’t ideal. After working on the two Robocop movies, I really thought that was it for me in the business of film.
Parece ser que los productores catalogaron el guión original de Miller como infilmable, y lo sometieron a múltiples reescrituras, haciendo que la película que rodó finalmente Irvin Kershner no tuviera mucho que ver con la idea original de Miller. Y, hombre, entiendo que a nadie le gusta la idea de que trasteen con su trabajo, pero por muy importante que haya sido Frank Miller en el mundo del cómic (sí, en pasado), el guión de Robocop 2 fue su primera colaboración con el mundo del cine. Y en 2003, Avatar Press publicó una adaptación a cómic de este guión original, escrita por Steven Grant y dibujada por el gaditano Juan José Ryp, que nos ha llegado aquí de la mano de Aleta Ediciones y acaba de tener su tercera edición.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que en 1990 estamos en el punto álgido de la carreta de Frank Miller como historietista. En los cinco años que van de 1986 a 1991 firma (atentos) Dark Knight, Daredevil: Born Again, Batman: Año Uno, Elektra: Asesina, Hard Boiled, Give Me Liberty, Elektra Lives Again y el primer Sin City. Y las bases ideológicas sobre las que se desarrollará gran parte de su carreta ya están bien asentadas, así como los lugares comunes que son marca característica del autor.
Así, en este Robocop 2 (versión del guionista) nos encontramos con el característico desprecio del Frank Miller libertario confeso hacia toda forma de autoridad, ya sea política o corporativa, y en oposición, al héroe solitario como glorificación del individuo ante el grupo. Quizás en este aspecto, la obra más cercana a este concepto sea Elektra: Asesina, con el liberal adorador de Satán a un lado y el Reagan trastornado al otro.
El concepto básico de la idea original de Miller se respeta completamente en la película. Los políticos de Detroit son una panda de incompetentes y están llevando la ciudad a la ruina. A la vez, la OCP, la malvada macrocorporación que es el auténtico poder en la sombra, manipula a todo el mundo para sacar tajada, fomentando una huelga policial para poder imponer un cuerpo de seguridad privado y buscando derribar un vecindario de la ciudad para construir nuevas viviendas. Ah, el clásico pelotazo urbanístico, omnipresente en todas las épocas y culturas. También tenemos el lanzamiento de un nuevo ciborg para la seguridad urbana, de nombre Robocop 2, y una psicóloga en el equipo de desarrollo, encargada de la selección de la parte humana del mismo y responsable de la integración de una tonelada de nuevas e inútiles directrices en la parte mecánica de Alex Murphy que anulan por completo su correcto funcionamiento.
Entonces, ¿a qué vino el cabreo de Miller?
En cierto modo, es comprensible. Aunque el fondo de la obra sea el mismo, la forma está totalmente cambiada. Quizás hoy en día estemos más acostumbrados a la ultraviolencia explícita, pero hace 26 años, la idea de proyectar una película con las imágenes que podemos ver en este tomo sería impensable, es una auténtica salvajada para la época. Por otro lado, Al igual que en Elektra: Asesina, el ritmo de este Robocop es totalmente alocado, y por momentos bastante desquiciado, como corresponde al estilo cyberpunk de la obra. La película coge básicamente la misma trama, rebajando mucho el nivel de violencia y utilizando una narrativa mucho más clara. Explica todo mucho más, dejándolo más mascadito, convirtiéndola en una película más apta para el público generalista, y mete personajes nuevos más definidos. Por ejemplo, el tipo elegido para entrar dentro del nuevo Robocop en el guión de Miller es un psicópata del que no conocemos prácticamente nada más allá de su cara con una cicatriz y su nombre. En la película un personaje nuevo aparece: Caín es el líder de una mafia de tráfico de una nueva droga de diseño que cumple una doble función. Por un lado, humaniza la parte orgánica de Robocop 2, y por otro da pie a unas escenas que muestran más explícitamente la ineptitud y la corrupción de gobierno municipal. ¿Quiere decir que la película es mejor que el guión original? En absoluto. Es más amable para la época, un producto de más fácil digestión, menos anárquica. Por ello es también un producto más normalito, alejado de la personalísima primera parte, un Robocop Hacendado. Y luego están los niños. ¿A qué vienen los niños criminales? Se me escapa.
Mirando este tomo por lo que es en si mismo en lugar de como lo que podría haber sido la película y no fue, hay que decir que el guión de Steven Grant (Punisher: Círculo de Sangre, 2 Guns) cumple a la perfección y respeta totalmente el espíritu Milleresco del texto que está adaptando. Y el dibujo de Juan José Ryp (Wolfskin, Otro Romance Suburbano), no siendo un prodigio de narrativa y llegando a ser confuso en algunos momentos con su característico horror vacui, recuerda -salvando las distancias- al estilo ultraviolento y recargado de Geoff Darrow en Hard Boiled, siendo una elección bastante acertada para este trabajo.
No es ni de lejos una de las mejores obras de Frank Miller. De hecho, este cómic ni siquiera es una obra de Frank Miller, es una adaptación de otros autores de un texto suyo, y la única implicación directa que tuvo con él son las portadas alternativas de la serie limitada original. Pero si te gustan las obras de este autor de principios de los 90, es un material francamente disfrutable.