Atención: Esta reseña contiene imágenes de alto contenido erótico y violento. Que las disfruten.
La década de los Ochenta trajo bajo el brazo una revolución social y cultural cómo antes no se había conocido. Músicos, actores, filósofos, artistas plásticos, y por supuesto, dibujantes de comics, fueron los abanderados de esta Movida, que tanta nostalgia parece traer todavía en estos días (sobre todo para aquellos que nunca la vivieron).
De la noche a la mañana, se pasó de tebeos dedicados a un lector juvenil a lecturas dirigidas a lectores adultos, donde la sátira, la violencia y el sexo, se codeaban entre relatos de ciencia ficción provenientes de Metal Hurlant (y de su versión americana Heavy Metal), entre las historias más underground de los autores más indie de los USA, hasta llegar a la obra de los maestros del cómic europeo. Todas estas viñetas estaban impresas en infinidad de revistas que surgieron a finales de los setenta. Y en una de ellas, nació la versión más descarriada de J.M. Barrie, Peter Pank.
Creación del dibujante barcelonés Max (Francesc Capdevila) en el año 1984, las aventuras de Peter Pank fueron serializadas en la revista El Víbora, donde conoció sus mayores cuotas de popularidad. A pesar de tomar el nombre de la novela original, esta parodia de Peter Pan, se acerca más a la versión animada de Disney que a la de papel, de ahí su perfil gráfico tan trasgresor.
La Cúpula recupera, de nuevo, todo el material publicado hasta la fecha de Peter Pank, en un tomo repleto de curiosidades e ilustraciones que acompañan las historias cortas y los tres álbumes que protagonizó este peculiar personaje anárquico y antisistema.
Tomando como base las tribus urbanas que habitaban en las calles y bares de esa España de la Transición, Max nos presenta en el primer álbum Peter Pank (1984) a Los Chicos Descarriados de Peter Pank, los punks, a Los Piratas del Capitán Tupé, los rockers, a Los Indios, los hippies, y a Las Sirenas, ninfómanas carnívoras, habitantes todos de la Isla de Punkilandia, reino de Peter Pank, al que una de sus jugarretas (se trae a tres hermanos desde el mundo real, para poder tirarse a Ana, la hermana mayor) le terminará trayendo su caída en desgracia, al amotinarse toda la Isla en su contra.
En este primer relato, la violencia gratuita y el sexo más explícito se dan de la mano del consumo de todo tipo de drogas, así como del humor más negro e irreverente posible. Debemos entender que han pasado treinta años, en esos días la libertad de expresión estaba en su pleno apogeo y descontrol, con lo que este tipo de declaraciones podían llevar a escandalizar a la sociedad más pulcra, pero visto con ojos actuales, nos resulta más bien poco subversivo.
Max en Peter Pank reúne todos los elementos de la mal llamada Cultura Basura, recopilando homenajes en sus viñetas, ya no solo a los dibujos animados de Disney o Los Loney Toons, sino al cine de terror y Serie B, además de los tebeos de Robert Crumb o Marvel, con ese grandioso homenaje a La Espada Salvaje de Conan.
Tres años después, Max recupera al personaje en el segundo álbum, El Licantropunk (1987), pero suavizando el tono con respeto al primer álbum. Dejando un poco de lado las poses anárquicas y el aire trash que poseía el primer tomo, El Licantropunk introduce nuevas tribus urbanas, los siniestros y los skins como protagonistas de las aventuras de un Peter Pank lobotomizado por El Amo de la Isla Siniestra, que ordena a Peter Pank matar a Drakula, llevándole a visitar la ciudad de Londres y las tierras escocesas.
Homenajeando la película Un Hombre-Lobo americano en Londres o la famosa primera página de cualquier historieta de Asterix, Max relata una divertida historia de aventuras narrada a dos bandas; por un lado tendríamos a Peter Pank intentar matar al señor de los vampiros, y por otro lado a Kampanilla, que lidiará con unas hadas muy particulares, siempre con un humor muy negro pero menos agresivo que antaño.
En 1990, Max dibuja el último capítulo, Pankdinista!, con una intención más crítica y política. Peter Pank regresa a Punkilandia, para verla dominada por políticos, empresarios (los pijos y los yuppies) y militares, que han creado un Estado dominado por el Capitalismo y la Propiedad Privada, adjetivos muy alejados de su visión de la Anarquía.
Con la ayuda de los heavies y los raperos/grafiteros, Peter Pank inicia su revolución armada para recuperar Punkilandia liderando a estos nuevos rebeldes. Max hace referencia en el guión de la Revolución Sandinista de 1979 como base de esta última historia hasta la fecha de Peter Pank, donde el humor brilla por su ausencia, para dejar paso a la crítica y a la violencia callejera.
A pesar de la agradable lectura que proporciona este tomo recopilatorio de Peter Pank, está patente que la obra entera es un hijo de su época, ya no solo por la infinidad de referencias contraculturales y sociales de los Ochenta, sino por la actitud del protagonista y sus secundarios, obviando aquellos que parecen villanos de opereta, siempre en desacuerdo con la autoridad y el cambio socio-político. La estética, la forma de vestir, la facilidad de hablar de drogas como si no fueran más que un divertimento inocente y no la plaga que consumió a infinidad de jóvenes, no tienen mucha cavidad a día de hoy, más que como movimiento de moda puntual y comercial (véase las camisetas de Los Ramones que se venden para delicia de quinceañeras y modernillas que ni conocen al grupo y al movimiento que los vio nacer), sin ser un golpe en la mesa para enterrar represiones pasadas.
Solo nos queda recuperar canciones de Alaska y los Pegamoides o The Clash, ponernos la chupa de cuero de nuestro tío, pillar un mini de calimocho, para divertirnos leyendo a Peter Pank, ese hombre machista que tu hermana besaría por llevar la contraria a tus padres.