Me pasa con los boxeadores como con los cirujanos o los asesinos a sueldo, por mucho que me esfuerce no me puedo ver ejerciendo su profesión. Es un ejercicio de abstracción inalcanzable por diferentes motivos… evidentemente. ¿Qué pasa por esas cabezas para dedicarse a lo que se dedican? Está claro que bien sea por las circunstancias de su entorno o por características intrínsecas a su carácter, no entran dentro de la media. Y supongo que es por eso que las ficciones basadas en ellos son tan atractivas. “Toro salvaje”, “The Fighter”, “Warrior”, “Rocky”, “Huracán Carter”, “Marcado por el odio”, “Million Dollar Baby”… y podría seguir. Secaría un Bic anotando un palito por visionado. Pero olvidemos por un momento el celuloide y centrémonos en un tebeo que me ha vuelto a recordar porqué me gustan tanto las historias de personajes forjados a golpes: El Boxeador.
Rubén del Rincón, guionista y dibujante, y Manolo Carot, guionista y dibujante, han estado practicando con el saco y el punching durante un tiempo, y han decidido pasar a la acción. Se han puesto los guantes y calzado las botas de competición para gestar El Boxeador, de la mano de La Cúpula. De hecho, esta misma editorial ya ha publicado otros trabajos de Rubén como Entretelas o Nassao Views.
Antes de centrarme en el relato me veo obligado a analizar el formato de presentación, porque supone un elemento diferenciador. Veamos, tapa dura y de dimensiones importantes (29 x 21,5), en formato apaisado (que no os engañe la portada doble) y conformado por dos relatos diferentes, de manera que el lector deberá comenzar a leer por cada lado del tebeo, confluyendo las dos historias en una doble página situada hacia la mitad del libro. Este mismo esquema lo hemos visto hace poco en el Trillium de Jeff Lemire, ¿recordáis? Aún así se agradece la apuesta porque, además de ayudar a escapar un poco de la monotonía del esquema tradicional, sirve para afianzar esta estructura, ya que en ambos tebeos funciona a la perfección. ¿Qué será lo próximo?
A raíz de todo esto, podría dar pie a un off-topic infinito sobre si un medio tan visual como el tebeo tiene mucho más potencial del que demuestra, en cuanto a esquemas se refiere, por la fuerte influencia del cine. Porque siempre hablamos de cómo en los últimos años el cine se está nutriendo del tebeo, pero este debate no se suele plantear a la inversa… y puede que lleguemos a conclusiones en que la simbiosis no siempre es de doble sentido.
Para otro día.
Volviendo a lo que nos ocupa… ¡en el rincón rojo! Huérfano, viviendo desde chico en una habitación de un burdel dirigido por una antigua amiga de su padre, pasional, sin miedo, no rehúye una pelea cuando la pelea le encuentra, puro músculo y un juego de pies envidiable… ¡RAFA a.k.a. “WAAAAAARMACHINEEEEEE”! Y ahora, ¡en el rincón… también rojo! Joven de familia acomodada, hijo de medallista olímpico, noble, distante, frío, con unos problemas afectivos más grandes que su tupé, con un físico envidiable, con una técnica fina depurada al máximo y con nombre de héroe homérico… ¡HÉEEEEECTOOOOOOR!
Dos boxeadores, Rafa y Héctor. Rafa con orígenes más humildes y que gusta de vivir la vida a todo trapo, con un amor a este deporte que le viene desde pequeño cuando su padre le llevaba a los rings en noches de velada, y que no se doblega ante nada ni nadie, al menos sin intentar caer de pie. El Toro Salvaje en este viaje, la pasión, la decisión. Héctor, por el contrario, proviene de una familia acomodada y con dinero suficiente para cimentar una carrera deportiva a Héctor, con cualidades innatas para ello, sin ningún tipo de problema. Los conflictos de Héctor son de corte muy diferente a los de Rafa. El padre de Héctor es un narcisista sin remedio. Agresivo y sin ningún tacto (siendo extremadamente amable con los calificativos), provoca un distanciamiento de Héctor con el mundo que le rodea, de manera que el chico se refugia en el deporte, ejercido incluso con una rutina militar impuesta por él mismo, a modo de evasión. Ve en el boxeo otra manera de probarse, descargar ira, y desafiar en cierto modo a su padre, a quien desearía no odiar de la manera en que lo hace.
Sí, el relato de Rafa se ajusta más al prototipo de boxeador al que estamos acostumbrados, y por ello son más acentuados los clichés es su mitad de la historia. Es una apuesta segura para que el tebeo te enganche. Sin embargo, pese a ser algo más rocambolesca la trama de Héctor, me ha resultado más satisfactoria, en gran parte porque he encontrado detalles más originales y que me han sorprendido gratamente. En cualquier caso, ambos personajes se complementan a la perfección, y esa dicotomía de influencias de la figura paterna en uno y otro me parece excepcional.
El hecho de utilizar personajes que interactúan con ambos boxeadores, a distinto nivel, en ambos relatos, dota de mayor empaque a la historia como un todo dividido en dos partes.
Creo que hay diversas maneras de encarar la lectura de El Boxeador. Sin tener ni idea de lo que me iba a encontrar, visto el esquema, decidí empezar con Rafa, parar de leer justo antes de que se subiese al ring en la pelea final con Héctor para pasar al otro lado del espejo, y hacer exactamente lo mismo con Héctor. Situados ya los dos en el ring he vuelto a Rafa para volver de nuevo con Héctor y terminar. Y diréis: «a ver, colgado, ¿qué nos importa?». Supongo que poco, pero os diré una cosa: el final guarda sorpresas, y si termináis por completo con una de las dos mitades sin haber comenzado a leer la otra, las sorpresas se van al garete. Así de claro.
Y voy con otra sorpresa… también tenemos una batalla épica a los guiones y los lápices: mientras que Rubén del Rincón está detrás de la historia sobre Rafa, la historia de Héctor viene a cargo de Carot aka Man. Un detalle importante en el que no había reparado, y que en una posterior revisión del tebeo me he dado cuenta de que la línea de una y otra historia eran diferentes. La línea de Man es una línea más fina que la de Rubén, y otra diferencia que aprecio es que Man tiene por momentos un arte más abstracto, jugando con sombras y desproporciones en situaciones frenéticas. En cualquier caso, ambos están a un gran nivel, aunque debo decir que me gusta algo más el arte de Man. Para mí es una victoria a los puntos. Cuestión de gustos.
Aprovechando el formato apaisado encontraremos composiciones de página destacables. Buenas anatomías y grandes escenas de boxeo en las que puedes sentir los golpes. Lo único que no me convenció del todo fue el hecho de que, buscando el dibujante que miembros de una misma familia tenga rasgos compartidos que el lector pueda identificar para hacer el relato un poco más redondo, sucede que hay un par de personajes a los que es fácil confundir a primera vista, aunque sus líneas de diálogo no dejan lugar a la duda. Una nimiedad en un dibujo excelente.
Aparte del formato, el color es el otro aspecto del tebeo que te entra por los ojos nada más abrirlo. Rojo, muy rojo. Todos los acontecimientos confluyen en un sangriento combate final que salpicará el tebeo de tonalidades carmesí. Blanco, negro y rojo. Si vas a emplear sólo un color aparte del blanco y el negro, en primera instancia un color cálido no suele ser la apuesta, quizás por miedo a saturar al lector… pero no olvidemos que el rojo es el color tradicional de los guantes de boxeo, de los sacos y los punchings… de la sangre y las pasiones. Y por todo ello, creo tiene perfecta cabida en este cómic.
En resumen, si os gustan las historias de boxeo, en El Boxeador vais a encontrar lo que buscáis. Además, es fiel a este deporte y explicativo en algunos aspectos, con gráficos sobre los diferentes movimientos y golpes. Y si no sois aficionados encontraréis dos historias muy humanas y con un guion correcto cargado de la épica característica del género que os llevará en volandas hasta el ring. Lo que quizás no me convence tanto es el formato apaisado en una edición de grandes dimensiones (un combate a doce asaltos en la cama para leerlo)… aunque esto ya son manías mías. Otro cómic patrio que añadir a la pila de recomendaciones del fructífero 2016 al que ya dimos boleto. ¿Cómo no se va a nutrir el cine del tebeo?
¡¡Adrian!!
¡¡Adrian!!