No hace mucho que hablábamos por aquí del primer volumen de Pygmalion, publicado por Hidra en mayo. Como ya sabréis, la obra se compone de tan solo tres tomos. Pues bien, estos fueron publicados en junio y julio. Una periodicidad impecable que ojalá se repitiera en otros productos de la misma casa, como en la estupenda Pétalos de reencarnación. Pullas inocentes aparte (de hecho, Hidra ha confirmado la continuación para este mismo mes y un buen número de novedades para el último trimestre), estamos ante un manga que te lo puedes merendar en su totalidad de una sola sentada.
Vale, Pygmalion no es una obra perfecta, tampoco lo pretende, ni le hace falta. De sus defectos hablaremos más adelante. Pero, sin duda alguna, lo que hay que alabar del primer manga de Chihiro Watanabe es que ha contado una historia interesante en una cantidad bastante limitada de espacio y le ha dado un final que podrá ser del gusto de cada uno o no, pero, al fin y al cabo, tiene un desenlace claro.
Recordemos brevemente la premisa de Pygmalion: Un buen día, durante la celebración del festival de las mascotas en Japón, los miles de personas que llevan disfraces se convierten de manera súbita e imprevista en monstruos que siembran el pánico. En mitad de la masacre tenemos a los protagonistas Keigo y Makoto, dos hermanos huérfanos que deberán sobrevivir.
Una vez leído el nudo y desenlace de Pygmalion, tengo claro que a Watanabe le gusta mucho el manga de Attack on Titans. Keigo y Makoto tienen mucho más en común con Eren y compañía de lo que parece a simple vista. En especial, todo lo relacionado con extraños lazos familiares y regresos del pasado que siempre llegan en el peor momento posible.
El mangaka sigue dando un ritmo frenético a una historia que nos vuelve a regalar unas escenas gore sumamente crudas y espectaculares. No obstante, sobre esto, tengo la intención de que el autor va a medio gas, y tras el recital de vísceras del comienzo, o bien cambió de idea o le cortaron un poco las alas. Una pena porque creo que el nivel de locura que podría haber circulado por estas páginas, así como las transformaciones (algunas más cercanas a la nueva carne de Baker o Cronenberg que a otra cosa) podrían haber sido mucho más locas e imaginativas.
Hemos dicho que el hecho de que sean tres tomos es una ventaja por aquello de tener una historia, que siempre es como mínimo entretenida, contenida que no se alarga más de lo necesario. El inconveniente es que el margen de maniobra y el tiempo para desarrollar según que cosas es bastante limitado.
Ahí es donde naufraga un poco Pygmalion. El volumen final ofrece un desenlace algo precipitado en el cual hasta las sorpresas resultan un poco forzadas, como si hubiera obligación de meter giros de guion y revelaciones hasta el punto de frenar un poco el ritmo de la historia y llegar a torcer el gesto.
Que pena que Watanabe no haya optado por seguir con la línea de Mad Doctors y con su violencia desenfrenada. Pese a todo, la lectura de Pygmalion te garantiza un buen rato de evasión y, sinceramente, muchas veces no hace falta nada más.