Raoh y Toki son hermanos de sangre: aprendieron juntos el Hokuto Shinken antes de separarse irremediablemente. Su enfrentamiento estaba predestinado. Movimiento y solaz, explosión y parsimonia… Ninguno de los dos cede ni un milímetro en el duelo que simboliza sus respectivas formas de vivir. Y a la que Toki, a punto de recibir a la muerte, ejecuta su técnica, ¡la estrella del augurio mortal empieza a resplandecer al mismo tiempo sobre las cabezas de ambos! “¡¡Vamos a cerrar el telón del destino, Raoh!!”
Como dijimos en la reseña del anterior volumen de esta colección, El Puño de la Estrella del Norte fue una de las primeras colecciones de manga publicadas por Planeta DeAgostini allá por los primeros noventa. Evidentemente, nos voló la cabeza a todos, con esa mezcla de hipermolonismo apocalíptico, artes marciales, testosterona a raudales y personajes que te decían que te iban a matar de una hostia antes de, efectivamente, hacerlo. Eran los noventa, la época en la que el cómic de superhéroes se pobló de héroes duros e hipertrofiados, chaquetas de cuero y rifles que parecían aspiradoras gigantes. No sabemos si esta tendencia que tanto afectó al cómic mainstream USA llegó a Japón, pero el caso es que las aventuras de Kenshiro se publicaron en nuestro país en el momento justo. Los lectores de cómic de superhéroes estábamos más que preparados para ese héroe lacónico y superfuerte, que finiquitaba una pelea en menos tiempo del que tardaba en subirse la cremallera de su chaleco de cuero. Ken no podía molar más, y sin embargo… Planeta canceló la colección después de tan sólo 23 prestigios, dejándonos huérfanos de esos puñetazos como panes de pueblo.
El problema que suele afectar a este tipo de historias es que no asistimos a una evolución del protagonista: cuando le conocemos ya ha completado su entrenamiento y se dedica a vagar por la tierra rescatando a aldeanos indefensos y dando palizas de muerte a los malvados. Sin embargo, a medida que Kenshiro se va enfrentando a adversarios cada vez más fuertes, vamos descubriendo nuevas habilidades que no había mostrado hasta entonces. Y es aquí donde reside la trampa: no son habilidades que Ken haya aprendido por el camino, sino que ya las tiene desde el principio de la obra, y el guionista las va desvelando según le conviene. Las técnicas que Ken exhibe pasan a ser absolutamente sobrehumanas, haciéndonos dejar atrás cualquier vestigio de emoción que hayamos podido sentir por el personaje. Ken no es un hombre, es un mero arquetipo: sin emociones, sin evolución, sin carisma. Es la personificación de la lucha, del combate a muerte. No empatizamos con él porque sabemos que no perderá ningún combate: ya se encargará el guionista de sacarse de la manga alguna técnica milenaria o arcana para sacarle las castañas del fuego. Es en este octavo tomo de la colección donde vemos combates que ya duran más de un par de páginas, al enfrentarse Ken a dos grandes adversarios de su pasado. Hasta este momento, cada combate se había limitado a un par de golpes mortales que recibía el villano de turno después de 100 páginas para mostrarnos lo malvado que era y lo mucho que merecía morir. Ahora al menos asistimos a cierto intercambio de golpes, aunque sabemos que Ken no corre ningún peligro. Nunca es una pelea justa. Ningún rival está a su altura. El Hokuto no Ken es el arte marcial invencible y Kenshiro es su principal exponente.
Entonces, ¿qué gracia tiene El Puño de la Estrella del Norte? Precisamente esa: la historia gira alrededor de Ken, pero sin afectarle lo más mínimo. Ken ya ha alcanzado su máximo potencial como luchador. No puede aprender nada nuevo porque ya domina su arte marcial. Imparte justicia con rostro impasible. Puede que hasta le veamos sufrir y llorar, pero no nos lo creemos. Son los personajes de su entorno los que evolucionan. Toki, y su enfermedad mortal; Raoh y su ansia por dominar el mundo; el emperador Souther y su búsqueda de aceptación… Son ellos los que hacen avanzar la trama, mientras que la única función de Ken es abrirse paso a puñetazos por ese mundo. Ken es la retribución personificada, el vengador implacable, el que invierte las tornas para los malvados: cuanto más cruel es el villano, más truculenta es la muerte que le espera. El protagonista no es un héroe: es una excusa.
Cuidado: esto no quiere decir que El Puño de la Estrella del Norte sea un mal tebeo. No lo es en absoluto, siempre que tengamos claro por qué estándares nos estamos rigiendo, y de qué va el tebeo. Ésta no es una serie de personajes, ni de argumentos profundos, ni siquiera la podemos englobar en la categoría de «el viaje del héroe». Va, sencillamente, de violencia, de cuerpos que explotan, de molar más que los demás, de que si eres malo vendrá el coco y te dará un puñetazo en los meridianos. Hay en total dieciocho tomos de esto, y sólo vamos por el octavo. No quiero ni pensar lo que nos espera.