Hablemos de Planetes. No, no me estoy refiriendo a las bolitas celestiales en un amago de lenguaje inclusivo, sino del debut en el mundo del tebeo del mangaka Makoto Yukimura.
Antes de embarcarse, y nunca mejor dicho, en esa epopeya vikinga titulada Vinland Saga, que para quien frecuenta tiendas y webs comiqueras conocerá al menos de oídas, el escritor y dibujante de Yokohama nos regaló un cómic enmarcado en un género que poco se destila en viñetas: ciencia ficción espacial sin tintes fantásticos. ¿Y qué clase de género es ese, mente obtusa? Sé que está cogido con pinzas, pero prefiero evitar hablar de hard sci-fi para no llevar a confusión a quien esté dudando si probar estas mieles, porque no es exactamente eso.
Entre 1999 y 2004, Yukimura nos trajo con Planetes una historia futurista ambientada en los años 70 de este siglo, en un escenario en el que los humanos han colonizado la Luna y Marte, y ya tienen el ojo puesto en Júpiter. Los protagonistas son tres: Hachimaki, Fee y Yuri; un japonés, una estadounidense y un ruso respectivamente, quienes conforman la tripulación de una nave encargada de deshacerse de toda la basura espacial que vaga por la órbita terrestre. El equipo de limpieza del futuro; un futuro en el que parece ser que las nociones de navegación espacial te abren más puertas que los idiomas o los lenguajes de programación.
En este manga que supera por poco el millar de páginas, podremos monitorizar la evolución de estos personajes a lo largo de los años. A golpe de episodio —que en ocasiones nos retrotrae a un pasado que no se aleja tanto del presente del lector—, Planetes nos muestra poco a poco en este extraño marco de cotidianidad espacial, cómo el trío se supera y vence barreras que en ocasiones son familiares y, otras veces, derivadas de sus propios caracteres. Y en este sentido, no todos ellos tienen el mismo peso, ya que Hachimaki goza en el global de un mayor protagonismo que Fee, y ésta que Yuri, así que al final no es tan coral como parecen indicar los primeros compases. Hachimaki es el personaje más joven, con tradición cosmonáutica dentro de su propia familia, y con una gran obsesión por la exploración, así que, aunque hay capítulos para todos, tanto él como sus allegados centran mayores atenciones. Y entre esos personajes que van a estar muy ligados a Hachimaki se encuentra Ai Tanabe, quien en principio accede al grupo como becaria, y que con el paso de las fases (así se denominan los capítulos en Planetes) irá ganando peso dentro de la historia.
Pero Planetes no es sólamente un slice of life en un contexto poco habitual, ya que precisamente el futuro que se nos plantea trae consigo una serie de temas que invitan a la reflexión: ¿cuál debe ser la mentalidad de una persona que se plantea un viaje que durará años?, ¿cuáles serán las enfermedades y peligros para la salud del futuro cuando los cuerpos se tengan que adaptar a diferentes presiones, gravedades, radiaciones solares…?, ¿sentiremos los terrícolas desapego por nuestro propio planeta hasta el punto de verlo como un lugar de veraneo cuando lo observemos desde emplazamientos distantes?, ¿y los que ni siquiera han nacido en la Tierra qué pensarán de ella?, ¿nuestro futuro podría estar en riesgo como consecuencia de los desechos espaciales que podrían impedir a las naves circular por la órbita de la Tierra?, ¿por entonces seguirá habiendo grupos de tecnófobos y gente en contra del progreso más allá de nuestra atmósfera?
La mayor parte de estas cuestiones no siempre se abordan de una manera directa, pero están recogidas en Planetes de una forma u otra. Son preguntas que bien podrían llevarnos a ver este manga como un claro y rarísimo ejemplo de lectura hard sci-fi en viñetas. Es más, para el anime homónimo que vio la luz en 2003, incluso consultaron a la JAXA (Agencia Espacial Japonesa).
Aun con todo y repitiéndome, no lo catalogaría de hard sci-fi, porque aunque el tebeo comienza muy fuerte en este aspecto, poco a poco el intimismo, costumbrismo, slice of life… o como lo queramos llamar, le gana terreno a la ciencia ficción. Eso sí, en ningún momento se pierden las maravillosas estampas cósmicas. Y atención, porque está muy lograda en este aspecto la sensación de inmensidad y soledad en preciosas splash pages y grandes viñetas repartidas a lo largo de todo el cómic. El dibujo, aunque no siempre, también sabe ser detallista cuando se necesita, como por ejemplo en interiores de instalaciones o naves.
La pérdida de humanidad, confrontada con amor y familia, es bastante recurrente, pero al menos lo hace como parte de la búsqueda de equilibrio emocional por parte del astronauta, y no cae en conclusiones tontorronas en las que algunas películas espaciales recientes se enfangan.
En Planetes nos encontraremos un futuro con discos de tres y medio, salas de fumadores en estaciones lunares y otra serie de elementos que con ojitos del 2020 van a intuirse como anacronismos en 2075. Hay que entender que es una obra que arrancó en 1999, y eso repercute en estas situaciones así como en el lenguaje que se emplea. Para mí, esto es un claro punto a favor, porque le confiere un sutil aroma añejo que me encanta. Entiéndase Akira o Ghost in the Shell como añejo, y perdónenme los más «experimentados». Esto me lleva a pensar que, aunque es un tebeazo lo pille quien lo pille, puede que los veteranos que gusten de leer manga lo disfruten un poco más.
¡Ah! No.
¿No… qué?
No se me ha olvidado hablar de la edición. Hay que hablar de la edición.
Si bien hace 15 años Panini lo sacó en 4 tomitos, en esta ocasión se han decantado por la madre de todos los integrales. Si los ómnibus de Conan o la última edición de Bone os parecen una temeridad, esperad a posar Planetes sobre la mesa y ver cómo vuestro gato empieza a acercarse como si no quiere la cosa a esa «caja» azulada tan apetitosa. Es un mamotreto bueno, pero también os digo a todos aquellos que dudéis de la seguridad de vuestras articulaciones, que no me parece nada incómodo de leer. Se dobla bien y el cartoné hace que el lomo no sufra. El papel transparenta un poco en los bordes bajo una buena luz, pero eso es todo; no es mal gramaje (¿qué hago hablando de gramaje?). Después de leerlo al completo tanto sentado como tumbado en la cama, la experiencia ha sido satisfactoria y todas las páginas siguen en su sitio, así que me preocuparía más por si os queda espacio en la estantería.
Me atrevería a decir que goza de menos fama de la que merece. Para mí, una de las lecturas más gratificantes de este año.
Por cierto, por si alguno quiere hacer la prueba, si lanzáis una canica contra el tochal de Planetes, podréis ver cómo empieza a orbitar alrededor del tebeo. Y si no os sale, tirad de imaginación. A no ser que cambien mucho las cosas, las actuales generaciones de lectores la vamos a necesitar si queremos surcar las estrellas.