Es una pena que la serie de televisión de Outcast vaya argumentalmente por delante de su versión en cómic, ya que es el único apartado en el que va por delante. Ya comentamos en el tomo anterior algunos porqués de la afirmación anterior, pero debo insistir en que la existencia de una serie en TV le hace un flaco favor a un cómic como Paria, donde el suspense y los giros argumentales son el principal ingrediente.
En este cuarto tomo, titulado Bajo el ala del diablo, comenzamos con Kyle, nuestro protagonista, en una situación que ya es un clásico: atado de pies y manos presa del malo de la película, en este caso el maquiavélico Sidney. A partir de aquí tendremos rescates, huidas y más de una sorpresa y vuelta de tortilla. También habrá algunas explicaciones y aunque termine de aclarar interrogantes que teníamos desde el principio, Robert Kirkman cuida mucho de no salirse de ese ambiguo terrenos sobre el que caminamos en Paria.
Con cada nueva revelación, descubrimos que la historia de posesiones que creíamos estar leyendo quizá no es tal y que todo lo que sabíamos del cielo y el infierno puede ser falso. O tal vez al final sea todo una argucia de Kirkman para hacérnoslo creer, como si del mismo Diablo se tratara. En todo momento la duda se asomará por la cabeza del lector. No sólo es que cualquiera pueda ser uno de ellos, no es ni siquiera que consiga que los antagonistas tal vez no sean los malos, sino que incluso te hace plantearte si realmente los buenos son los buenos. Durante toda la serie se asoma esa pregunta: ¿Podría ser que Kyle y el Reverendo Anderson sean sin saberlo los que están equivocados?
Obviamente no todo el mérito es de Robert Kirkman. Más allá de su sobria pincelada o de su habilidad para el manejo de las masa blancas y negras, Paul Azaceta maneja una discreta pero efectiva narrativa que rara vez tiende a artificios. De hecho prácticamente el único truco narrativo que se permite es esa superposición de planos de detalle que ya se ha convertido en la marca de esa casa llamada Paria. Puede que el hecho de ser poco proclive a alardes pueda hacerle parecer mago de un solo truco, pero nada más lejos de la realidad. El hecho de repetir técnica no responde a una ausencia de ideas sino a un sello de identidad narrativo que la distingue automáticamente de cualquier otro cómic en un vistazo rápido y que aporta coherencia al discurrir de la historia. Una falta de recursos limitaría el truco a un único uso repetido, pero Azaceta sabe cuándo emplearlo para crear tensión o sospecha, cuándo para anticipar algo, cuándo para distraernos, cuándo para aportar algún tipo de contenido simbólico… lograr que una sola técnica acceda a tantos registros comunicativos es sin duda síntoma de la calidad de Paul Azaceta.
Y si la incertidumbre constante y la paranoia de la historia de Kirkman y la contundencia narrativa con la que la apoya Azaceta no fueran bastante, la atmósfera cae de lleno en las manos del color de Elizabeth Breitweiser. Aprovecha las luces dramáticas de Azaceta para introducirnos en un ambiente oscuro y agobiante donde las pocas luces que entran desagarran la austeridad del resto de la paleta tanto por el contraste como por el trabajo de textura.
En el abarrotado mercado independiente del cómic a Paria sólo le faltaba tener que competir contra sí mismo en televisión y más cuando la fórmula con la que está trabajando Kirkman está condenada a una duración limitada antes de que comience a estirarse artificialmente. Quizá por esto Paria no esté sonando tanto como correspondería a la profesionalidad con la que está ejecutado. Hacedme caso, en esta ocasión también el libro es mejor que la peli.