Con el arranque de la pasada década, tuvo lugar una explosión de ese nuevo «cómic indie» que se alejaba de las lindes alternativas, herederas del underground, para abrazar las historias de género. Al abrigo del éxito de la llamada Image 2.0, nacerían varios sellos y editoriales independientes como Vault Comics, la responsable de publicar Otoñal en su país de origen.
Vault es una empresa joven — 7 años con una pandemia de por medio — y familiar en su sentido más literal, ya que fue montada por los hermanos Adrian y Damian Wassel y su primo Nathan Gooden y es tal vez por esto que tal vez no es tan conocida como Boom!, Aftershock o AWA, con mayor infraestructura detrás. Bueno, en realidad, por eso y porque los editores españoles se están mostrando algo tímidos a la hora de traer su material. No obstante, ya ha llegado un puñado de títulos como los cómics de Vampiro: La Mascarada, el Costas Salvajes que nos descubrió a Ram V, Heathen, Estrellas oscuras o la divertidísima Barbaric, pero sin duda Otoñal es la joya de la corona de cuanto nos ha llegado a España de esta editorial ubicada en Montana.
Dada la modestia de Vault se hace difícil contar con nombres de primera línea o, como mucho antes de que lo fueran, como Ram V, pero el caso de Daniel Kraus es algo curioso. En el momento de la salida de Otoñal, Kraus es un completo desconocido en el mundo del cómic, pero cuenta en su haber con varias novelas en las listas de bestsellers del New York Times. También ha desarrollado varias colaboraciones con Guillermo del Toro, como la novelización de La forma del agua o Trollhunters, la novela juvenil con su propia serie en Netflix. si a eso le sumamos que ha sido el elegido para terminar la novela que George A. Romero dejó inacabada, tal vez sería buena idea que pensemos en poner la mirada en los cómics que ha desarrollado después de Otoñal, como la precuela de Year Zero — serie inexplicablemente inédita en España —, el thriller fantástico Trojan, para AWA, o Nightfall: Double Feature, repitiendo con Vault, repitiendo en género de terror y repitiendo con su compinche en Otoñal, Chris Shehan.
El currículum de Sheehan es algo más escueto, pero hablamos de un dibujante joven y en el transcurso de los últimos 3 o 4 años, ya ha firmado títulos como The Plot — también incomprensiblemente inédita — , Specs, La casa Slaughter — el spin off de Hay algo matando niños — o este mismo Otoñal, con lo que se le atisba un próspero futuro.
Sin embargo, más allá de ubicar la obra, la lectura de Otoñal es suficiente credencial para avalarla, más allá de logros y hazañas de sus autores. Otoñal es una historia de lo que podríamos llamar folk horror, pero digamos que no llegamos a extremos tan «folclóricos» como algunas de las obras de referencia del género, como The Wicker Man o Midsommar. El pueblo de Confort Notch, donde transcurre nuestra historia, nos lleva a un entorno digamos algo menos rural de lo que suele ser costumbre en el género, pero por supuesto encierra su propia leyenda popular y oscura.
Todo comienza cuando Kat Sommerville recibe la noticia de la muerte de su madre y el legado en herencia de la casa en el pueblo que la vio nacer. Kat es madre soltera, con un pasado cuestionable, una vida precaria y una hija con problemas de ira en el colegio. Nada la ata a Chicago y por más que la relación con su madre se rompiera siendo ella niña, volver a su pueblo natal parece buena idea.
Otoñal comienza con calma y se toma su tiempo para explorar a los personajes de Kat y su hija Sybil, así como la relación entre ambas, cosa que será crucial en el desarrollo de la trama, pero incluso desde el principio irán dejando pequeñas pistas de que algo no está bien. Progresivamente iremos entrando en el misterio de Confort Notch en un continuo crescendo en la línea de los cánones del género, pero con una habilidad que convierte Otoñal en una historia profundamente inmersiva.
Más allá del modo en que se construye el misterio o se generan las dudas que flotan hasta el último momento, el mayor mérito de Otoñal está en la caracterización. Por supuesto que el misterio que encierra el pueblo es sugestivo y que genera esa anticipación ansiosa por parte del lector, que resulta tan fundamental para conseguir el terror en un medio como el cómic, que no juega con los trucos del cine. Sin embargo, el atractivo no está tanto en la propia resolución del misterio sino en qué va a pasar con unas protagonistas con las que rápidamente tendemos un vínculo emocional.
Pero incluso siendo el cómic un medio eminentemente visual, la mayoría del mérito corresponde al modo de dialogar de Kraus. No es que Chris Shehan haga un mal trabajo, pero le falta tal vez algo de rodaje. Alterna momentos de acting muy acertados con otros aquejados de una cierta rigidez. Narrativamente también resulta todo muy neutro y un tanto falto de vida, pero correcto al fin y al cabo. Tal vez el conjunto llega con algo menos de fuerza de la que nos sugiere el guion, pero sus dibujos cumplen con la misión de brindarnos la historia sin apenas obstáculos. Y digo apenas porque la propuesta de color de Jason Wordie puede generar ciertas reservas. Hablamos de un planteamiento de color muy vibrante y sobrecargado de textura, que puede evocar hasta cierto punto esas alfombras de hojas que caracterizan el otoño y tal vez sea esa su intención, pero genera un exceso de ruido y trabaja completamente al margen de la propuesta, más austera, que maneja Sheehan.
Aún con sus ciertas pegas en lo gráfico, Otoñal es una de las historias de terror en cómic más atractivas e interesantes de los últimos años, lo cual no es decir poco en un tiempo donde el terror en viñetas ha tenido un importante repunte en el mercado norteamericano. Y es que Otoñal puede mirarle a la cara sin demasiado miedo a obras como The Silver Coin, Ice Cream Man o Gideon Falls. Y lo que es más, todo esto en un solo tomo, que no es poca cosa.