Cuando desde Blackie Books se anuncia Niño prodigio como un cruce entre el Fun Home de Alison Bechdel y El Guardián entre el centeno, por mucho que sepamos cómo funciona aquello de la publicidad, es inevitable sentir curiosidad. Si además descubrimos que viene avalado por un premio de la crítica, otro de la Biblioteca Pública de Nueva York, otro más de Publisher’s Weekly y otro de Comics Beat, tal vez haya que descubrir por qué tanta gente la ha considerado una de las obras del pasado año en USA.
Y así llegamos a la obra de Michael Kupperman, un autor galardonado con un Premio Eisner en 2013 por Moon 1969: The True Story of the 1969 Moon Launch, del que no hay casi nada publicado en España. De hecho, Niño prodigio es la primera obra larga que nos llega de su cosecha y apenas lo hemos podido ver en algunas historias breves en antologías mainstream como Bizarro comics, Relatos Extraños o Deadpool 1000.
Y así llegamos a Niño prodigio, un relato autobiográfico un tanto curioso porque el protagonista no es el autor. Joel Kupperman, padre de Michael, fue toda una celebridad en su tiempo debido a su participación en el concurso Quiz Kids, que fue un éxito en la radio y televisión americana entre 1940 y 1956. Michael Kupperman repasará la vida de su padre en ese momento en el que su extraordinaria inteligencia y memoria viven sus peores momentos.
Lo mejor de Niño prodigio son las cosas de las que Michael Kupperman nos habla a través del hilo de los diferentes acontecimientos de la vida de su padre sobre los que se detiene. La maquinaria de dinero y propaganda sin escrúpulos, la egoísta necesidad de triunfar a través de otros, el alcance de las secuelas sociales y emocionales de ambas y sobre todo, la experiencia del autor sobre todo esto. El relato de la vida de una persona nos sirve para ilustrar una serie de trastornos que funcionan en diferentes índoles y escalas, desde la relación padre-hijo hasta lo más profundo del sueño americano.
No hay duda de que la experiencia personal y emocional del autor tienen mucho que decir en Niño Prodigio, ya que al fin y al cabo la historia que se cuenta es responsable del tipo de persona en el que Michael Kupperman se ha convertido, el momento vital concreto en que se encuentra motiva la propia realización de la obra y la relación con su padre (fruto de los distintos hechos narrados) marca el eje central del tono de la narración. No obstante, quizá el mayor problema de la obra sea una falta de equilibrio del ego autor con respecto a la historia que nos lleva a él. La historia de Joel Kupperman es francamente apasionante a todos los niveles, tanto en el ámbito histórico o social como en plano íntimo, pero es como si Michael quisiera imponerse en todo momento a la historia de su padre y francamente el relato emocional del autor no resulta ni de lejos tan interesante.
En determinado momento encontramos la frase “ahora está perdiendo la cabeza para huir de que yo lo comprenda” y de algún modo podría definir toda la obra. Por un lado habla tanto de la relación padre-hijo como de la pérdida de lo que le hizo especial y le hundió la vida, pero también de esa necesidad del autor de que todo en la historia gire en torno a él. En ciertas ocasiones observamos tales piruetas de realidad para que todo encaje con el retrato de su ego que el autor siente la necesidad de dar, que llega a poner en compromiso lo que por otro lado es una historia interesante y bien contada.
Por volver a la comparación con Fun Home con la que abríamos, existe al menos una diferencia importante entre ambas. Mientras que la obra de Bechdel nos habla de lo cotidiano que es tener una familia quebrada, Niño prodigio parece empeñarse de algún modo en resaltar lo especial que se es por tenerla.
Más allá de lo que cuenta y el enfoque, una de las mayores curiosidades de niño prodigio es el método que elige para narrarlo. En un primer vistazo sorprende que se haya elegido el medio del cómic para esta historia por más de un motivo. Por un lado estamos ante una obra de aires de gran novela americana que perfectamente podría contarse solamente con prosa. Este sentimiento de partida se ve reforzado porque la solución gráfica elegida para este relato. Predominantemente Niño prodigio se basa en estáticas acompañadas de texto en off y no es fácil ver acción directa con diálogos o viñetas cuyo formato no sea panorámico. Además el uso del calco de fotos o la rotulación mecánica alimentan las dudas sobre lo procedente del lenguaje cómic para esta historia. Sin embargo, con el transcurso de la lectura algo te dice que funciona y es que esa distribución hierática con esos dibujos de línea clara y fría unidos al texto como premeditadamente desligado de la imagen contribuyen a esa sensación de manual de instrucciones de Ikea que impregna la obra.
En Niño prodigio todo está provisto de ese halo misantropía, de ausencia o quizá supresión de emociones, de tal modo que es el texto el que lleva el peso de la acción, pero son los dibujos los que te dicen lo que ésta encierra. Lo que en otro tipo de historia podría ser un error o falta de habilidad narrativa por parte del autor, en Niño prodigio consigue un efecto de catálogo de miradas frías que nos conduce al interior de sus personajes.
Si pensáis en el estereotipo de “novela gráfica”, todos sus aciertos y desaciertos están en Niño prodigio. Tenemos una gran historia de partida, un modo interesante y peculiar de contarla, pero también unas ciertas ínfulas sin las que probablemente la obra sería más redonda.