Mark Millar es un culo inquieto. Hace veinte años que creó el sello Millarworld, y desde entonces ha ido publicando una miniserie tras otra, tocando todo tipo de palos. Esta circunstancia se ha acrecentado por culpa de un acuerdo con Netflix, que tiene los derechos en exclusiva de explotación de sus obras con la excepción de “Kick Ass”, “The Kingsman” y “Wanted”. Desde entonces el autor y el gigante del streaming no han parado de buscar el siguiente gran petardazo transmedia… y todavía no ha llegado. Todos los proyectos de Millar con la gran N o se han cancelado o no han pasado de la primera temporada. Solo el tiempo dirá lo que sucederá con “Night Club”, el cómic que ocupa esta reseña, y cuyo desarrollo catódico estaba en marcha incluso antes de que se publicara el primer número.
Night Club, los vampiros molones de Mark Millar
Decíamos más arriba que Mark Millar ha ido saltando de género en género, con el piloto automático escribiendo tebeos con su plantilla basada en tres elementos: 1. Protagonistas molones, 2. Acción disparatada y 3. Final explosivo. Esta fórmula le ha permitido parir algunas miniseries bien majas como “El rey de los espías” y otras no tanto como “Prodigy”. Ahora, el autor británico nos ofrece “Night Club”, su particular versión de los chupasangres que no puedo evitar comparar con “Crimson” (aquella serie escrita por Bryan Augustyn, dibujada por Humberto Ramos y publicada entre finales del siglo pasado y comienzos de este) tras haberla terminado. No obstante, este primer volumen de “Night Club” es notablemente más cafre y entretenido, yendo mucho más al grano que la mencionada “Crimson”, pero el punto de partida de adolescente que es convertido en vampiro de forma involuntaria se mantiene.
Con “Night Club”, Millar se aleja del mito victoriano del vampiro taciturno para abrazar el lado más salvaje y lúdico del mismo, que hemos visto en obras como “El baile del vampiro”, “Rapaces” o las sagas fílmicas de “Underworld” o “Blade«. El prota de la obra se llama Danny García. Típico adolescente, que está de hostia perpetua, que pretende ganarse la vida haciendo vídeos de acrobacias con la bici para subirlos a youtube y forrarse gracias a sus patrocinadores. En media docena de páginas, Danny se pega la hostia madre y es convertido en vampiro por un tipo del que no diremos más. Lo cierto es que Millar pisa el acelerador desde el minuto uno para que no paren de pasar cosas.
Aquí llega lo divertido. Pensad, sois adolescentes, unos parias en el insti y de repente podéis hacer cosas alucinantes gracias a los poderes vampíricos, ¿qué es lo primero que haríais? Exacto, ¡fardar! Y otra cosa no, pero al escritor se le dan muy bien ese tipo de escenas. Tampoco voy a engañaros, no todo “Night Club” va en la misma dirección, pues nuestro vampiro adolescente mantendrá parte de su moralidad humana para convertirse en una suerte de vigilante urbano que recordará bastante a la primera miniserie de “Kick Ass” ilustrada por John Romita Jr.
Sin pudor alguno, el creador de “Night Club” nos disparará a la cara toda una colección de tópicos que nos tragaremos encantados, porque si entras en el juego que te plantea, no soltarás el tomo hasta que te lo hayas bebido de una sentada.
Mark Millar se marca otro “¿Qué no hay huevos?”
La clave de “Night Club” es la manera totalmente desacomplejada en la que Millar va contando los acontecimientos. No le importa que las habilidades exhibidas por estos vampiros sean las de siempre, ni que el grupo de villanos jodidamente enfermizos recuerde a las mil y una fuentes que el propio autor no esconde. Da igual que el final sea algo precipitado (pero no por ello menos satisfactorio), lo que importa es que sabe dar en las teclas precisas para que queramos más y más y deseemos que haya más aventuras de Danny y sus amigos en el futuro.
Para el final dejo unas cuantas alabanzas a Juanan Ramírez, el artista de “Night Club”. Hace unos meses Mark Millar publicó en su cuenta de Twitter que fichaba a un grupo de artistas españoles con el escueto mensaje: “Si robas talento, roba el mejor”. De esta forma anunciaba que Pepe Larraz, Jorge Jiménez y el propio Juanan pasaban a ser parte de su escudería. El trabajo del artista barcelonés es para hacer una ovación en cada página. Ya sea su narrativa todo terreno con unas escenas de acción tan dinámicas que parece que sus figuras se van a escapar por los márgenes del papel, o por esas composiciones que evidencian una efervescencia creativa fuera de lo común (echad un ojo a su “Darkhawk”), el caso es que el apartado artístico de “Night Club” está en un nivel por encima de la media. También me ha gustado el mimo y detalle a la hora de mostrar el lenguaje corporal de los chavales o su vestuario para que parezcan adolescentes de verdad.
El volumen lo completan una serie de ilustraciones que se nutren de las portadas alternativas de Matteo Scalera y unas biografías de los autores.
Lo dicho, si queréis pasar un rato entretenido con un tebeo macarra que ofrece sana diversión a raudales, “Night Club” os garantiza eso y un poquito más.