Después de su etapa más fanzinera y dejar por el camino algunas joyas como Rowlf o Grim Wit, Richard Corben pasó a demostrar su genialidad en la Warren a base de portadas que quitan el hipo y pequeñas historias, en su gran mayoría, encuadradas dentro del género de terror. Ávido experimentador con el color y la profundidad del dibujo, subiría de nuevo el listón con la publicación de Den, dentro de la revista Métal Hurlant. Ciencia ficción, acción, fantasía y erotismo se daban la mano en infinidad de títulos que coparían el underground de aquella época con la ya mencionada Métal Hurlant, la Heavy Metal, que nacería un lustro después a rebufo de su prima hermana francesa, y otras revistas que durante una década proliferaron como hongos de Yuggoth. Y entre esas otras publicaciones, encontramos la 1984 (Zona 84 en España a partir del año que le da nombre), espacio donde vería la luz Mundo mutante, obra que ECC Ediciones recuperó a finales del año pasado en una edición en cartoné, igual que haría poco después con su continuación, Hijos del Mundo Mutante.
En un principio, Corben pensaba en su «mundo chungo» como un desolador paisaje sobre el que trazar mugrientas pinceladas de decadencia por aquí y por allá, para luego conectar esa antología de ideas de alguna forma; pero justo de tiempo —y puede que algo atascado—, decidió finalmente delegar la escritura del guion en alguien con quien ya había trabajado anteriormente en más relatos posholocausto. Y pródigo en la construcción de mundos postapocalípticos, Jan Strnad fue el elegido para transformar Mundo mutante, junto a su amigo, en una historia con un personaje principal, Dimento, al que seguir el rastro entre viñetas.
Brutote, fornido y con la inocencia de un niño, Dimento no es otra cosa que un «cromañón» de un futuro alternativo que sólo trata de buscar comida y huir de la soledad. Aunque para desgracia de Dimento, toda la maldad que le falta a él, le sobra al resto de habitantes de Mundo mutante; mujeres voluptuosas, charlatanes y predicadores de fe en venta, militares, científicos y horrendas criaturas pululan por las mismas tierras que nuestro protagonista, cargados de pillería y mala baba. Así, el pobre Dimento termina siendo un constante saco de boxeo por el que sentir más lástima que otra cosa.
Si bien es cierto que no deja de ser una historia muy pequeña y sencilla que a nivel argumental no hay que buscarle muchas vueltas —porque ni las tiene ni lo pretende—, la crítica a la religión y los mensajes antibelicistas se dejan caer; trasfondo recurrente en la obra del artista de Misuri. Y al igual que sucederá en su continuación, Hijos del mundo mutante, el principal atractivo es deleitarse con el arte de Corben y esos personajes que parece nos van a golpear en la nariz.
Más allá de que sea o no una de sus mejores obras, sin duda es de las más populares, gracias en parte a un título fácil de recordar y con mucho punch. Un ejemplo maravilloso de lo que era capaz este señor pintando directamente sobre los fotolitos. La tridimensionalidad y fuerza de las figuras del tebeo no tienen parangón, potenciadas además por una combinación de colores, muchas veces suplementarios, que hacen del contraste entre elementos en primer plano y fondos, toda una experiencia sensorial. Siempre recordaré en este sentido la primera vez que vi la portada de Bloodstar con los azules y naranjas explotando en mis ojos. Algo parecido pasa con los verdes y morados combinados de Mundo Mutante en muchas de sus páginas.
Y ya aprovecho el apartado gráfico del tebeo para pasar a hablar un poco de su secuela, Hijos del mundo mutante, un tebeo que aunque sigue teniendo el sello y espectacularidad de los lápices de Corben, el coloreado digital hace que pierda algún entero. No obstante, sigue dejando viñetas impresionantes.
Además de esta, tiene otras peculiaridades que lo diferencian de su predecesor (hay un buen puñado de años entre ambas que lo explican), como el hecho de que muchos personajes secundarios tengan caras muy simplificadas rayando la caricatura, y que con un casco de obra podrían pasar por curris de los Fraggle Rock. Y a nivel argumental y de trama, aunque la hija de Dimento es el gancho del cómic, Hijos del mundo mutante es una historia mucho más coral donde tenemos tres o cuatro grupúsculos que irán confluyendo con el paso de las viñetas. En ese sentido, esta secuela se aproxima más a la protoidea que resultó ser el germen del Mundo mutante, esa amalgama de situaciones que harían un todo. Pese a todo, en Hijos del mundo mutante, Jan Strnad opta por una estructura más convencional de introducción, nudo y desenlace; con sus héroes y villanos colisionando en un final en alto. Esto hace que parezca un cómic más trabajado por el guionista, pero yo me quedo con la caótica originalidad del primer tebeo, con un espíritu más Métal Hurlant.
No obstante, ambas entregas son ese vehículo alejado del mainstream para la experimentación, dando cabida a ideas locas y a mundos imaginarios con un punto macarra muy atrayente. Un estilo que tiene un algo diferente que te empuja a caer en sus redes; probar qué es eso. Ese rollo contracultural tan molón que no te quieres perder. Las mieles de un dibujante único.
Por cierto, a finales de año tendremos un recopilatorio con las dos obras, y seguramente merece la pena esperar si quieres hacerte con ellas.
Por todo esto, siendo un neófito en esto de los tebeos y después de ver algunas páginas sueltas de Den y Bloodstar, fui como una centella a Nexus-4, centro de operaciones de nuestro añorado Óscar Muñiz. Nada más entrar le pregunté por ese material: «Óscar, busco tebeos de Richard Corben». En la sonrisilla que me devolvió había aprobación, y también la certeza de que era difícil que diese con un material tan jugoso y de escasa reedición. Era como un niño en el analógico Mundo mutante buscando desesperado pilas para la Game Boy. No obstante, ese día me ayudó a descubrir otras joyitas del noveno arte… como siempre hacía.
Gracias, Óscar.