Más de cinco años han pasado ya desde que vimos por primera vez al Motorista Fantasma Cósmico, en la etapa de Donny Cates al frente de la serie de Thanos. Los seis números de este guionista sirvieron básicamente para cabrear a Jim Starlin y darle un motivo para abandonar definitivamente a Marvel y para presentar a un personaje nuevo que resultaría ser una mezcla entre el Motorista Fantasma y el Castigador con la estética y la actitud de Lobo, el czarniano de la competencia. Desde entonces, el personaje ha tenido cuatro series limitadas, la última de las cuales, Doble Identidad, acaba de ver la luz en castellano.
La esencia del Motorista Fantasma Cósmico es la de ser una macarrada descerebrada con un punto de mala leche, una personaje con el que utilizar conceptos de Marvel pero sin el lastre de ningún tipo de continuidad. O con ella para ignorarla, qué más da. La mala leche es fundamental. El caso es que, tras el arco argumental de Thanos en el que se presenta y las dos primeras miniseries, llegó una tercera cabecera en la que se apreciaba un cierto agotamiento de la fórmula. Lo que era una macarrada provocadora empezó a dar la sensación de “más de lo mismo” tras un camino recién comenzado, lo cual es bastante preocupante. Y en este Doble Identidad… la sensación es un poco la misma.
En este nuevo volumen del personaje arrancamos un poco con la sensación de estar en un western en el espacio. Un western crepuscular, al estilo de Sin Perdón. Frank Castle está cansado y ha decidido dejar de ser el Motorista Fantasma Cósmico, retirándose a un planeta en mitad de la nada, a trabajar como encargado de mantenimiento de un bar de mala muerte. Pero claro, como en toda historia de estas características que se precie, los problemas vienen a buscarle a él, y aunque no quiera hacerles frente, la gente que se ha relacionado con él acaba sufriendo. Sí, de momento, un estereotipo con patas. O con ruedas y poder cósmico, en este caso.
El caso es que mientras Castle hace de fontanero estelar, otro personaje, con un aspecto muy similar al de Castle anda haciendo de las suyas en otro punto del espacio. Y el Imperio Shi’ar lo quiere detenido, así que contrata para ello a Monark Starstalker, una creación de Howard Chaykin en los años 70 que tuvo que esperar más de treinta años para tener una segunda aparición, ya de la mano de Dan Abnett y Andy Lanning en su memorable serie de Nova. El caso es que no hay dos Motoristas Fantasmas Cósmicos. Parece haber más. De colorines. Lo que ha empezado como Sin Perdón se está convirtiendo en Del Revés en el espacio. Esto…
El guion de Stephanie Phillips (Pícara y Gambito, Harley Quinn) resulta un tanto disperso. Pega bandazos y, aunque tiene algún momento divertido, no consigue atrapar el interés del lector en ningún momento. Lo cual es una muy mala señal en un personaje de acción humorística, y en una serie limitada de corta duración.
Pero es que en el plano artístico tampoco es que la cosa vaya mucho mejor. Lo de siempre, inestabilidad visual. En cinco números tenemos tres dibujantes (Juann Cabal, Jonas Scharf y Guiu Vilanova). En una serie limitada. Que no es una serie regular que salga quincenalmente y lleve sesenta años saliendo, que en casos así los imprevistos ocurren y la periodicidad es más importante incluso que la continuidad. Es un fallo de edición que hace que el trago sea más amargo aún. Y no es que ninguno de los tres dibujantes hagan un mal trabajo -los tres tienen buenos momentos, de hecho-, sino que el cambio de estilo cada pocas páginas llega a cabrear incluso.
En resumen, tenemos una serie limitada del montón, que no resulta especialmente llamativa ni para la corta trayectoria de un personaje recién llegado. No es una lectura ofensiva, pero tampoco es precisamente disfrutable. Al final de la historia tenemos un avance de lo que puede ser un cambio futuro en el personaje, pero si la siguiente serie -de haberla- no remonta el vuelo, quizás sea el momento de abandonar el personaje.