Que Bill Sienkiewicz es un dibujante que ha marcado una época en la historia del cómic, lo sabemos. Que tiene un estilo que le convierte en un artista único en esta industria, también. Por ello, los fans más acérrimos del dibujante americano están de suerte porque Astiberri saca una obra que vio la luz hace más de 30 años y que, para más inri, adapta uno de los clásicos de la literatura contemporánea. La dificultad que tiene adaptar una obra como Moby Dick es evidente: en primer lugar porque se trata de una obra de más de 700 páginas y, además, porque al ser un referente como es, su lectura se puede hacer de manera más crítica de lo habitual, por el conocimiento del libro original. ¿Estamos ante una buena adaptación? En mi opinión, no. ¿Estamos ante uno de los mejores trabajos de Sienkiewicz como dibujante? Probablemente, el dibujante estadounidense estaba en uno de los puntos más álgidos de su carrera y su estilo resulta apabullante aquí. ¿Estamos ante un cómic? No lo creo. Lo consideraría más bien un relato ilustrado. La narrativa aquí brilla por su ausencia.
Hablar de la obra de Melville es como hablar del Quijote. Todo el mundo sabe conoce cuando menos su sinopsis, y que trata de la odisea de un capitán de barco ballenero que busca a la ballena blanca que hizo que perdiera una pierna, y cuya muerte se ha convertido en la única meta en la vida. La obra está contada por Ismael (sí, el del famoso «llamadme Ismael») que se enrola en la tripulación del Pequod en busca de aventuras, pero no se imagina siquiera dónde se ha embarcado.
Moby Dick es mucho más que una historia de aventuras. La obra se considera un clásico de la literatura por la cantidad de referencias que tiene: la diversidad de orígenes de la tripulación del barco, la obsesión por la vendetta de Ahab y cómo prioriza su consecución a la propia seguridad de sus hombres, las continuas referencias religiosas, o el camino hacia la locura del capitán del barco.
¿Vemos alguna muestra de todo esto en esta adaptación? Sería imposible abarcar tanto en tan poco espacio. Bastante difícil es adaptar un relato como este a un guión de 48 páginas, y en ese sentido, no se les puede achacar demasiado a Chichester ni a Sienkiewicz, que se vuelcan en evocar esa locura de Ahab y en su descenso a los infiernos a través de un relato asfixiante y a unas ilustraciones sucias, distorsionadas, oscuras… que transmiten perfectamente la sensación de la novela. Y, vale, no es necesario conocer todos los detalles que el propio Melville vivió en sus carnes como tripulante en su juventud de este tipo de barcos, aunque recortar tanto una novela tan conocida tiene el riesgo de que la representación de personajes como el indígena Queequeg o el resto de la tripulación (Starbuck, Stubb, Flack…) puede dejar con cierta sensación de insatisfacción. No obstante, hay que saber lo que estamos leyendo.
Repito que Sienkiewicz está en uno de sus momentos más dulces artísticamente, y su dibujo es probablemente lo más destacable de esta adaptación, si asumimos la ausencia de secuencialidad de la que adolece. Aunque solo fuera para ver esta obra como un mero artbook del dibujante ya merece la pena, pero lo mejor de todo es cómo consigue aportar una sensación claustrofóbica a un relato que, de por sí, queda excesivamente resumido y carente de ritmo y de épica en sus escenas más memorables. Del enfrentamiento entre Ahab y Moby Dick nos quedamos con un puñado de ilustraciones con un indiscutible valor artístico de por sí, aunque como escena o secuencia se nos antoje excesivamente resumida.
En definitiva, Moby Dick es una obra para el disfrute específico del dibujo de un artista único, y para conocer su peculiar visión sobre uno de los relatos más conocidos de la literatura universal. Si vas buscando una adaptación a cómic de la obra de Melville, tal vez no sea el mejor ejemplo, pero si vas dispuesto a disfrutar de las ilustraciones de su autor, sin duda te va dejar con ganas de más. La edición de Astiberri es en tamaño aumentado, en cartoné, con un papel estucado de alto gramaje, que permite disfrutar el dibujo en su totalidad.
Lo mejor: El dibujo de Sienkiewizc, en un momento particularmente dulce.
Lo peor: Las carencias tanto como adaptación como en narrativa secuencial.