A los que los años noventa o incluso puede que más tarde les pilló estudiando en un instituto vasco, es muy probable que recuerden Behi euskaldun baten memoriak (Memorias de una vaca), de Bernardo Atxaga, como lectura obligatoria. Han pasado más de treinta años desde su salida y la obra no ha envejecido un solo día, pero sin duda, merece esta segunda vida que Pello Varela y Juan Suarez le están dando en viñetas bajo el escueto título de Mo.
Y es que más allá de la devoción que se pueda tener en las tierras vascas por el escritor de Asteasu, Memorias de una vaca, con su cobertura de fábula amable de animales parlantes, se antoja una lectura ideal como introducción a toda una serie de temas adultos y complejos que encierra esta obra.
Si bien la publicación de este relato pilló a Pello Varela habiendo dejando atrás sus tiempos mozos, no es ello óbice para que desarrollara un cierto fervor por él. Resulta sorprendente aún así que, tras mascarlo durante décadas, terminará en 2019 dando los primeros pasos para su adaptación a guion de cómic, ya que es prácticamente el debut en viñetas de este guionista vitoriano, mucho más bregado en el séptimo arte y sobre todo en el mundo del cortometraje.
Más experimentado en el mundo de las viñetas viene Juan Suarez. Este dibujante, artista plástico y tatuador colombiano procede de la publicación en revistas de su país, como Gorgona, Dr Fausto o Ficciorama. Para la realización de Mo ha contado con el apoyo La Maison des Auteurs de Angouleme, con quienes ya realizaría dos años antes Groto, así como de la Casa del autor Zapopan, que vendría a ser una especie de homólogo mexicano.
Ya habremos podido comprobar que Mo no surge de los cauces más usuales de los cómics que encontramos cada mes en los estantes de nuestras librerías y, tal vez por eso sus influencias también miran a otras artes foráneas, aunque vecinas, y nos dejan un verso libre tal vez enfocado a un público más abierto del parroquiano habitual de librería especializada.
La historia de Mo se mueve en el tiempo entre los tiempos de la Guerra Civil y los de posguerra y, en el espacio, entre el caserío guipuzcoano de Balanzategui y un convento de Zuberoa, en el País Vasco francés, donde tiene lugar el presente de partida de la historia. Mo es el nombre de la vaca protagonista, a la que seguimos desde su nacimiento hasta el momento en que, alejada de su hogar, su corazón rebosa de añoranza y el regreso a casa se aproxima. Casi como en una especie de aventura de autodescubrimiento, seremos testigos de la vida de Mo, a la vez que vamos desvelando una trama de fondo que envuelve a los maquis y al misterio de un bosque lleno de ojos.
Pero más allá del sustrato histórico y social de la época, Mo nos habla de buscar nuestro lugar en el mundo y de elegir entre los caminos establecidos o forjar los nuestros propios, pero sin caer en lo pueril del discurso manido de la rebeldía gratuita. Mo medita sobre el valor de hacerse preguntas, de equivocarse, aceptar los errores y rectificar, asumir la naturaleza contradictoria de nuestra propia existencia y aprender a ver los grises. Y sí, todo eso a través de la historia de una alegre y juguetona ternera parlante que está aprendiendo a vivir.
Mo está contado como un cuento, pero no sólo por el punto de vista inocente, apasionado y en cierto modo mágico en el que nos sitúa a través de nuestra protagonista o por su capacidad de hablar como si tal cosa, tanto con otras vacas como con humanos o con Pesado, su peculiar voz de la conciencia. Este cómic es una especie de matrioska de cuentos, una historia de historias, que salta en el tiempo y el espacio y que contiene además otros relatos, sueños e imaginaciones.
Y a tal efecto, heterogéneo, contradictorio y fantástico a la par que dramático es el trabajo de Juan Suarez. Mo está dibujado con estilo sintético y expresionista, que combina las formas simplificadas y el poder emotivo de la caricatura con un hatching y una pincelada sucia y agresiva. Aunque tal vez lo más llamativo es la una paleta de color drásticamente restiringida ytambién un tanto extrema y expresionista, de colores planos y con bordes violentamente texturados. Nos sumerge en el terreno del drama y ese camino que podría iniciar la pérdida de la inocencia, pero también la esperanza que de nunca llegue a desvanecerse del todo, en esa atmósfera fabulística y todo ello a través de sus viñetas sin bordes y una absoluta falta de miedo a recurrir a todo tipo de grafismos que no tienen ningún tipo de equivalente en la realidad, como líneas cinéticas, contornos de color o todo aquello que le sirva para contarnos cualquier cosa que nos dé un empujoncito a ver más allá y adentrarnos en segundas lecturas de lo que nos están contando, porque es ese el poder los cómics.
Es por eso que Mo, del mismo modo que lo fue en su día Memorias de una vaca, es una obra perfecta para el descubrimiento y no solo de las cuestiones adultas para adolescentes que comentábamos al inicio, sino también un modo de repasar aquellas que tal vez los adultos tenemos demasiadas asumidas y además, en una especie de carambola, como punto introductorio de las maravillas que ofrece el arte de las viñetas a los no tan habituales. Todos los años salen unos pocos tebeos perfectos para ser regalados a nuestras madres, hijos, amigos o sobrinos y podéis estar seguros de que Mo es uno de esos.