El 23F de 1981 yo estaba a menos de un mes de cumplir los ocho años. Mis recuerdos del intento de golpe de estado de Tejero son bastante difusos, y creo que no me enteré de gran cosa; era un niño que estaba por entonces en 2º de EGB. Lo que sí recuerdo es cómo era el día a día en los colegios de los barrios obreros en los años 80, y en ese aspecto hay que decir que Antonio Trashorras, David Muñoz y Javier Rodríguez hacen un retrato impecable de la época en la que se ambienta Miedo, que ahora reedita Astiberri, veinte años después de su publicación original en una edición ampliada.
Miedo no es una historia sobre el 23F. Es una historia que ocurre durante el 23F. Una historia en la que los protagonistas son unos chavales de EGB, en un colegio de un barrio obrero como el de mi infancia, durante la idealizada década de los años ochenta. Una idealización que, como los tres autores nos muestran aquí, era bastante distante de la realidad. Llevábamos poco más de dos años de democracia en la época en la que está ambientada esta historia, pero la brutalidad de la dictadura previa seguía presente en casi todos los ámbitos de la sociedad.
Quizás, el tema principal de Miedo sea el bullying. El acoso a los niños más débiles y el abuso que sufren, no sólo de otros compañeros, sino también por parte de los profesores. Se escucha últimamente en algunos sectores de la población que lo del bullying es algo nuevo, que antes no pasaba, que lo que ocurre es que los niños de hoy en día tienen la piel muy fina y bla bla bla. Pero de nuevo, hay mucha gente que tiene idealizada su infancia básicamente porque era más joven. Los 80 es la década de las canciones de tontipop de la Movida Madrileña, pero también de la plaga de la heroína. Es la época en la que coinciden Marta tiene un marcapasos y El Vaquilla. Pero siempre nos quedamos con los recuerdos de lo bueno.
En Miedo, los protagonistas son dos niños de diez o doce años, Adrián y Raúl, que son víctimas de todo tipo de vejaciones en su colegio. Son un chaval con sobrepeso y otro con una discapacidad en una pierna. Un gordo y un cojo, como dirían los que afirman que las palabras no hacen daño. Dependiendo del lado en el que estés de la palabra, claro. Pero no sólo insultos reciben este par de chicos: también agresiones físicas, robos, humillaciones, y se deja caer que incluso agresiones sexuales. Y en el colegio no es que hagan oídos sordos: es que además los profesores también forman parte de los acosadores. Como mi señorita Mancy, que tenía la mano más larga de la cuenta, o un profesor que, curiosamente, tenía el mote de Tejero y al que le gustaba especialmente humillar en público a los alumnos.
Miedo es, además de un reflejo perfecto en lo emocional de una época de nuestro pasado reciente -no sólo está el miedo de los niños al abuso, también el de los padres hacia los atentados terroristas o al regreso de una dictadura que ya creíamos muerta y enterrada-, un retrato visual espectacular en lo gráfico. Los vagos recuerdos que nos quedan de la época a lo que la vivimos encuentran una fiel representación en el dibujo de Javier Rodríguez, un autor que en los últimos años se ha convertido en uno de los dibujantes más interesantes e imaginativos del mercado superheroico (atentos a Zatanna: Abajo la sala, de próxima aparición en castellano, llamado a ser un clásico instantáneo), pero en esta obra, publicada originalmente hace ya veinte años, refleja la cotidianidad como pocos. Pero además, su capacidad narrativa para contarnos la historia que escriben Trashorras y Muñoz es simplemente espectacular.
La edición de Astiberri está hecha con el mimo habitual de la editorial. Además de una portada nueva creada ex profeso para la ocasión, cuenta con una extensa sección de extras en la que tenemos una cronología de acontecimientos importantes de los doce años anteriores al momento en el que está ambientada esta obra, la tradicional sección de lápices y bocetos, la transcripción de una conversación entre los tres autores y seis páginas totalmente terminadas de Metal, lo que iba a ser la secuela de Miedo, y que no llegó a finalizarse por motivos que los propios autores cuentan.
Cuando Glénat publicó originalmente esta obra, me pasó totalmente por debajo del radar. El hecho de que a día de hoy su dibujante se haya convertido en una estrella internacional del medio ha hecho que muchos que la ignoramos en su día le vayamos a prestar una atención que se merece totalmente. Una lectura absorbente, fascinante, y que pone a la nostalgia en su sitio.