Os voy a contar un secreto. Para cuando escribo estas líneas, acabo de terminar mi jornada laboral y estoy en pijama. Sí he trabajado todo el día en pijama y lo hago habitualmente. No es la primera vez que tengo que salir corriendo a por una sudadera porque tengo una videollamada. Y, sí, efectivamente, en pijama he tenido el placer de leer Memorias de un dibujante en pijama, de Paco Roca.
Las gran mayoría de las historias que aquí se recopilan, salvo una historia extra para el integral y un par de rescates, habían salido antes en tres volúmenes también de la mano de Astiberri: Memorias de un hombre en pijama (2011), Andanzas de un hombre en pijama (2014) y Confesiones de un hombre en pijama (2017). Pero incluso previamente a estos volúmenes, estas tiras habían ido saliendo aquí y allá, fundamentalmente en el diario Las provincias y El País semanal. Con esto en cuenta ya hay dos grandes condicionantes a la hora de hacer estas historias: Por un lado, se realizan con un ritmo más o menos periódico y un plazo tendiendo a ajustado, con lo que es mejor tender a historias sencillas, temas cotidianos y cercanos sin mucho retruécano. Por otro lado, van a ser leídas por un público que no tiene por qué ser lector habitual de cómics, con lo que conviene inclinarse a lo sencillo y salvo en alguna de las historietas exclusivas, Paco Roca opta por rejillas regulares donde abundan las secuencias de plano fijo.
Tenemos entonces historias sencillas, cercanas que el autor debe tener a mano, es decir, lo cotidiano y lo personal van a tener la voz cantante en Memorias de un dibujante en pijama, y aquí llega entonces el modo elegido para que Paco Roca se nos muestre. Como bien sabemos en el gremio de teletrabajadores en pijama, no hay forma más auténtica de mostrarse que con tan ilustre atuendo. Ni siquiera desnudos somos más francos o nos exponemos más. Cuando estamos desnudos automáticamente se activan nuestras defensas y nuestros complejos. En pijama nos mostramos tal cual somos, con las alarmas desconectadas y la guardia bajada por completo, casi podría decirse que en nuestro estado natural.
Y así es como recibimos a un Paco Roca honesto y sincero, pero también inseguro, neurótico, no excesivamente desenvuelto en lo social, repleto de una sana ironía tanto como de neuras y fobias, orgulloso de su síndrome de Peter Pan y no muy amigo de salir de su zona de confort (con lo bien que se está ahí).
Asistimos así a historias de distinta extensión y temática según donde fueran publicadas originalmente, que comienzan abordando estos devenires más costumbristas y personales, para después irse abriendo a casi cualquier cosa: política, vacaciones, compañías telefónicas, el correo electrónico, el proceso creativo, la colección o el aparcamiento, por citar algunas y variadas. Poco a poco, sin embargo y sin perder su aire liviano, las historias van ganando en complejidad, con mayor implicación social, mayor uso del componente mágico, rupturas de la linealidad narrativa e incluso el lujo de trabajar con running-gags o meterse en algún que otro tema meta. Siguen siendo historias asequibles para absolutamente todo el mundo, pero ya tienen un cierto plus, tanto por la propia progresión del autor, como también a modo de recompensa al lector que lo sigue desde las primeras tiras.
Ya conocemos del dibujo de Paco Roca esa capacidad de sus personajes para transmitir emociones — qué grandes actores hay siempre en los tebeos de Paco Roca — y esa concreción en su línea que siempre nos lleva a donde quiere, que pese a que cambia y evoluciona a lo largo de Memorias de un dibujante en pijama hacia una pincelada más suelta mantiene inalterado el mismo espíritu. Sin embargo, tal vez fruto de esos formatos más cerrados y regulares que solo rompe al final, hay un aspecto en el que no se suele hacer tanto hincapié con Paco Roca y que en este caso es incluso superior a otras de sus obras más largas o libres. Hablamos del color. Con frecuencia, el uso no naturalista del color nos marca ritmos de lectura, nos crea paradas, nos cambia secuencias y, en general, nos crea de forma muy intuitiva todos aquellos malabares narrativos que suplen los que podríamos haber llegado a perder por la rejilla constante y regular. Rejilla y uso del color se retroalimentan e incluso hay recursos de color y ritmos que no funcionarían igual en una rejilla más libre y es que hay algo que no debemos olvidar, con su aire humilde y ese personaje despistado y quizá hasta pusilánime que proyecta, detrás de Memorias de un dibujante en pijama sigue estando el autor de la trilogía de la memoria, Los surcos el azar o El invierno del dibujante, sin duda, uno de los más grandes maestros en activo del cómic español.