Por mucho que hayan tenido etapas puramente superheroicas a lo largo de su existencia, incluso en sus años fundacionales, la esencia de Los Cuatro Fantásticos es la ciencia ficción. Los Imaginautas son los encargados de descubrir y explorar nuevas dimensiones, de forzar los límites de la ciencia y de hacer avanzar el Universo Marvel. Tras unos inicios titubeantes, Dan Slott ha conseguido por fin cogerle el pulso a la colección y, tras un tomo anterior que empezaba a conquistarnos por fin, nos da en El portal eterno uno de los momentos más satisfactorios de los 4F desde los ya lejanos tiempos de Jonathan Hickman.
En este séptimo volumen (de un total de once) de la recopilación de la etapa de Dan Slott al frente de esta serie tenemos seis números englobados en dos arcos argumentales. Comenzamos hablando brevemente del segundo: son los tie-ins de esta serie con Rey de negro, el evento de la temporada, en los que dos miembros del grupo son knullificados sembrando cierta discordia en la familia al hablar por boca del dios simbionte. Son dos números de puro trámite en los que la vinculación con el crossover en cuestión se nota como una imposición editorial que no termina de hacerle gracia al escritor, aunque aproveche para sembrar ciertas ideas argumentales que serán aprovechadas en un futuro. Habrá que ver qué ocurre con la relación de Johnny y Cielo y la opinión de Sue sobre este tema.
Pero lo que realmente merece la pena es el arco argumental que ocupa la mayor parte del tomo. El portal eterno es un dispositivo creado por Valeria que puede transportar a sus usuarios a cualquier lugar y momento del universo. Vamos, como una Tardis de Doctor Who, serie que inspiró claramente la etapa de Slott en Estela Plateada y que aún recordamos. El caso es que Valeria no sólo es un personaje adorable, también está siguiendo la línea de inteligencia conflictiva que caracteriza a su padre desde hace más de sesenta años. De tal palo, tal astilla. Y, por supuesto, un dispositivo de estas características atrae la atención de entidades que conviene tener lo más lejos posible. Tenemos aquí de vuelta a la Doliente, a la que vimos al principio de la serie, la encarnación viviente de la Entropía en el Multiverso Marvel.
Una tendencia que se aprecia en este Portal Eterno es que Slott está cerrando tramas y cabos sueltos que llevan pululando alrededor de los 4F desde hace tiempo. Mucho tiempo. Se disuelve en estas páginas la Fundación Futuro (que había tenido su propia miniserie hace no demasiado), se da por terminada la trayectoria de los Fantastix y su ocupación del solar donde estaba el Edificio Baxter, se acaba con las dimensiones extra en el inmueble de la Calle Yancy, se prepara el camino para un cambio en el jaleo de Uatu y Nick Furia (si Pecado Original no hubiera ocurrido nunca tampoco habría pasado nada, ¿eh?).. y se plantea un cambio de estatus para Franklin Richards. Habrá que ver cómo resuelven este eterno fregado, pero de momento parece que están haciendo un Wanda Maximoff con él y no es precisamente buena noticia. Esperaremos a ver por dónde va la historia.
Le damos la bienvenida a los lápices en este tomo a R. B. Silva, un muy buen artista que brilló en Potencias de X, pero que no recibió más alabanzas por tener a su lado en aquel momento a Pepe Larraz, uno de los mejores artistas que ha tenido Marvel en los últimos tiempos. Tampoco hay que emocionarse demasiado: en el siguiente tomo se despide de la serie.
Se aprecia en El Portal Eterno que Dan Slott tiene menos injerencia editorial que en la primera mitad de la serie -salvo en el cruce con Rey de negro, en el que hace lo que puede-, y se nota que hay una dirección. Una intención. Lo que está haciendo en estos números parece tener algún tipo de sentido, que ya iremos viendo en sucesivas entregas. Porque ahora ya sí, por fin nos ha capturado y seguiremos aquí hasta el final.