Cuando se presentó en sociedad Excalibur en la segunda mitad de los 80, fue un soplo de aire fresco en el género superheroico, cada vez más dominado por el grim and gritty. La cuarta colección de la franquicia mutante era una serie imaginativa, que se movía entre el cómic clásico de superhéroes, el culebroneo mutante y la ciencia ficción británica al estilo Doctor Who. El primer año de la serie es de lo mejorcito que salió de la oficina X por la época, pero los autores que firmaron esta joya dejaron de brillar. Alan Davis abandonó -temporalmente- la colección al acabar su segundo año, y la inspiración de Chris Claremont se fue desvaneciendo hasta terminar saliendo también de la serie. En este tercer Marvel Gold, Colegialas del diablo, tenemos una confusa etapa de transición.
Como toda serie de larga duración, Excalibur tiene notables altibajos en su historia. Y mientras que el primer año es, como decíamos, un clarísimo alto, en el segundo año divaga un poco, pero a partir del tercero ya estamos ante una colección sin rumbo definido y con unos autores que no saben qué hacer con lo que tienen entre manos. Pero la culpa no es sólo de los nuevos autores. El propio Chris Claremont, que tan buenas historias nos ha dado, se despide aquí de la serie con un arco argumental de tres números, Colegialas del infierno, que le da título al tomo, y nos deja con la boca abierta de incomprensión. Cuesta entender que el autor que escribió la historia de Mojo y los Peques-X o las de los Lobos de Guerra haya podido hacer algo así. En este arco, Kitty Pryde está en un internado femenino en una historia con abejas reina y animadoras que parece más una peli mala de instituto de Lindsay Lohan que un cómic mutante. Tampoco ayuda que el dibujante sea un Ron Wagner primerizo. O que la era Claremont en los mutantes estuviera ya acercándose a su fin: en menos de un año, el Patriarca saldría de la franquicia que le dio la fama.
Su sustituto no es precisamente una figura apreciada para los lectores: Scott Lobdell, que acabaría siendo uno de los guionistas principales de las series X, firma aquí unos números desangelados y totalmente olvidables. En su defensa, tenemos que decir que es su primer trabajo fuera de Marvel Comics Presents o What The?, dos series en las que la editorial iba probando nuevos talentos. No ayuda, desde luego, que los artistas no estén ni remotamente a la altura del añorado Alan Davis: David Ross hace unos tebeos con un resultado muy del montón, y Mark Badger los hace algo mejores, pero con un toque más experimental que no terminan de encajar con un team-up entre Excalibur y el Doctor Muerte.
La etapa oscura (no por tono, sino por calidad) de Excalibur dura once números, del 31 al 41 USA. Pero cuando Marvel arma los contenidos del Epic Collection que recoge el Marvel Gold de Panini tiene dos opciones: o meter el principio de la posterior etapa de Alan Davis como autor completo (que, por cierto, es una auténtica joya) o meter material extra del grupo, como prestigios, novelas gráficas y apariciones varias. Se decide por la segunda opción, teniendo dos consecuencias. La primera, es que este tomo tiene una calidad media bastante baja. La segunda, que quien quiera sólo la etapa de Alan Davis no tendrá que tener los números de relleno de Lobdell.
Tenemos así La III Guerra Extraña, de Michael Higgins, Tom Morgan y Justin Thyme (un seudónimo para aquel que pasara por allí en ese momento, just in time, en este caso incluye a Chris Wozniak), una historia que incluye al mundo paralelo de los Excalibur nazis con un resultado final muy lejos de lo que se espera de una novela gráfica, como fue publicado originalmente. También está El Cambiante (The possession en el original), que gira alrededor de una posesión de Meggan, con los mismos autores que la anterior y un resultado similarmente satisfactorio. Y también Aéreo Natural, una aséptica historia en la que cada miembro del equipo tiene una misión en solitario con un artista diferente, entre los que encontramos a Brian Stelfreeze, Rick Leonardi o Erik Larsen.
El resto del contenido del tomo son una historia corta de MCP, un número de Hulka de la época en la que el dibujante era un primerizo Bryan Hitch, y la serie Amigas verdaderas, protagonizada por Kitty y Rachel junto a Lobezno, que Panini ha estimado oportuno recopilar en este tomo pese a que fue publicada originalmente entre ocho y nueve años después que el resto del material que se recopila aquí. Aun así, es posiblemente lo mejor de este olvidable Colegialas del infierno. Aunque el guionista sea un Claremont en horas bajas, es mejor que el resto de tebeos del tomo, incluso mejor que su propia historia de instituto. Y el dibujo es de Rick Leonardi. Y Leonardi siempre bien.
En conclusión, Colegialas del infierno es un tomo francamente poco inspirado, que refleja un momento de absoluta falta de dirección en la serie. La ausencia de Alan Davis y la salida de Chris Claremont dejan un vacío que Scott Lobdell y los demás colaboradores no consiguen llenar en ningún momento. Pese a que sea un comentario duro, el único motivo para hacerse con este volumen es ser un fanático del completismo. Los dos tomos anteriores y el siguiente sí son imprescindibles.