La próxima vez que vayas a un supermercado, acércate por la zona donde estén los productos de higiene femenina. Compresas y tampones, para no andarnos con eufemismos. Mira a ver si ves alguna pareja de hombre y mujer cis por allí. Fíjate en el hombre. Probablemente esté mirando al suelo, haciendo como que anda, dando vueltas, y mirando en dirección contraria a la estantería donde están estas cajitas. En una palabra, tenso. La menstruación es un proceso biológico totalmente natural que, por algún motivo, ha incomodado a muchos hombres a lo largo de la historia. Por ella se ha dicho que las mujeres que están en esos días están irritables, agresivas, impuras, que no pueden cocinar, que se les corta la mayonesa, que no pueden tocar las plantas, que no pueden hacer ejercicio y mil sandeces similares que camuflan lo que realmente hay detrás: opresión machista. Con este punto de partida, Chelsea Cain y Kate Niemczyk, el equipo creativo del Pájaro Burlón de la agenda feminista, ayudadas por la diseñadora Lia Miternique, plantean una interesante historia de ciencia ficción feminista con toneladas de mala leche. Vamos con el primer tomo de Man-Eaters. Aviso: si eres de esos que prefieren que no se hable de eso en su presencia, igual mejor pasa de largo.
Man-Eaters es un high concept que se basa en una idea de partida tan divertida como potente: una mutación en la toxoplasmosis convierte a algunas mujeres en grandes felinos asesinos en el momento que les llega la menstruación. La escritora coge la idea de que las mujeres se ponen agresivas cuando tienen la regla y juega con ella exagerándola al límite. En esta situación, el gobierno considera la menstruación un peligro público y toma medidas. Se añaden hormonas en el suministro de agua para que las mujeres jóvenes no lleguen a tener la regla, pero se vende agua sin estrógenos para los hombres. Se crea un organismo al que informar de cuando una mujer tiene un sangrado. En definitiva, se considera a las mujeres ciudadanos peligrosos de segunda clase. Y en este mundo seguiremos el día a día de Maude, una joven que está harta de esta situación, hija de dos trabajadores del operativo contra los ataques felinos… y que acaba de tener su primer periodo.
Esta historia recuerda en ciertos momentos al Bitch Planet de Kelly Sue DeConnick, que aparece homenajeado en estas páginas con un póster en la habitación de una de las jóvenes. Los tres primeros números de los cuatro que hay en este volumen funcionan como un tiro. El guion es ingenioso, está tremendamente bien escrito, y destila ironía y mala leche por todas partes. La feminidad es algo que hay que esconder, la regla es considerada como algo sucio y no ser sumisa y obediente es motivo para sospechar de que algo anda mal, y las consecuencias recuerdan a los Juicios de Salem. ¿Muy diferente del mundo real? Bueno. Evidentemente, las mujeres no se convierten en panteras asesinas una vez cada cuatro semanas, pero… ¿recuerdas algún anuncio de compresas? Sin ir más lejos, el líquido azul claro con el que hacen las pruebas intenta, precisamente, disfrazar de lo que realmente está hablando.
Y si el guion funciona, el dibujo es espectacular. Niemczyk tiene un acabado muchísimo más detallado que en Pájaro Burlón, estando más cercano al trabajo que hizo en Bêlit de la Costa Negra. Añadido a las páginas de cómic tenemos un buen puñado de camisetas, posters, anuncios, páginas de revista y similares que ayudan al world building del entorno en el que se desarrolla esta trama, provenientes de Lia Mitternique. También en estos puntos hay pinceladas de mala leche. Cosas que cuando una mujer puede tener Toxoplasmosis X -vamos, la metáfora de la regla alrededor de la que gira esta obra- puede tener falta de sueño, o exceso de suelo, o diarrea, o estreñimiento… «¿Te pasa algo? Seguro que estás con la regla». Y uno de los síntomas que señalan también es rabia contra el patriarcado. ¿Te molesta ser un ciudadano de segunda en la sociedad en la que vives? La regla, fijo.
Quizás por poner un pero, habría que señalar que el cuarto número no es un cómic. Es un número de la revista masculina ficticia Cat Fight, en la que todas y cada una de sus páginas son material de world building como el que hemos comentado. Y alguna viñeta puntual con material de estas características queda muy bien, pero un número entero se hace tremendamente pesado.
Aunque personalmente este cómic me ha encantado, parece ser que no ha sido así con todo el mundo. Chelsea Cain recibió críticas por el contenido de esta obra, pero en esta ocasión no vino de los típicos incel machistas. Man-Eaters fue objeto de ataques acusando a la autora de TERF (feminista radical trans excluyente) por asociar menstruación y feminidad. Lo que la autora dijo al respecto en 2018 fue lo siguiente:
Ésta es una historia sobre cómo es ser una mujer cis llegando a la madurez en una cultura que constantemente refuerza el mensaje de que los periodos son motivo de vergüenza, que nuestros cuerpos son motivo de vergüenza, y que la feminidad -y la biología que conlleva- es algo desagradable y no apta para reuniones educadas.
Sea como sea, el resultado final fue que la escritora cerró temporalmente -y por segunda vez desde que entró en el mundo del cómic- su cuenta de Twitter.
En general, podemos decir que Man-Eaters es un buen cómic. Es cierto que tiene algún que otro problema -el cuarto número rompe el disfrute del tomo-, pero si te interesa la temática y no estás entre ninguno de los grupos que puedan sentirse ofendidos -o incomodados-por lo que aquí se trata, diría que una oportunidad sí que merece darle. Por lo pronto, cuando Astiberri edite el segundo volumen, aquí me tendrá.