Los designios del mercado de los tebeos son inescrutables. Obras y autores que en un momento dado pasan olvidadas, en otro son un éxito… y viceversa. No quiero decir con esto que Marcello Quintanilha fuese un autor ignorado, pero sí podría decirse de culto. Prácticamente desde sus inicios ha sido un autor muy bien valorado por la crítica, pero digamos que desde que aterrizó en España con Tungsteno en 2014 de la mano de la Cúpula — reeditado más tarde por ECC — hasta hasta no mucho, su éxito popular no iba más allá de moderado. Tampoco quiero decir que hablemos ahora de un absoluto superventas, pero el éxito de Escucha, hermosa Marcia le ha dado el espaldarazo definitivo para volver a traer de actualidad su obra y, como en el caso de Luces de Niterói, devolvernos algún título que en su momento quedó inédito.
Luces de Niterói es en realidad un trabajo publicado originalmente en 2018 y, en algunos aspectos es una especie de eslabón perdido entre Tungsteno y Escucha, hermosa Marcia. Y no es que esté obviando Talco de Vidrio o la inédita L’athénée. Lo que ocurre es que, a través de un pequeño guiño argumental, Luces de Niterói conecta directamente con Tungsteno y por el enfoque del costumbrismo y el trabajo de color, se va a acercando poco a poco a Marcia.
Quintanilha basa la historia de Luces de Niterói en la vida de su propio padre, pero en realidad lo que hace es eso que se le da tan bien de tomar una pequeña y concreta anécdota e irlo complicando todo, a la vez que nos va dando un fresco más general de todo su entorno. Un buen día Hélcio y Noel salen a navegar en un pequeño bote y de la manera más tonta las cosas se van complicando. Por el camino tenemos todo un fresco del Brasil de los años 50, de la pobreza, de la picaresca para hacerle frente, de la situación política y, sobre todo, del fútbol.
Y la verdad es que el fútbol a nivel personal es un tema que no me puede interesar menos, pero Quintanilha en Luces de Niterói lo usa como el vehículo en el que recorremos la sociedad del país y la época. En aquel Brasil y puede que aún en nuestros días, el fútbol ha sido una de las puertas de las clases más humildes para salir de su precaria situación. Hay todo un negocio montado en torno a este deporte incluso a escala local, donde las empresas del entorno tienen sus propios equipos e incluso una especie de pequeñas mafias en torno a ello.
Tenemos, como es habitual en el autor, una historia costumbrista, si acaso con sus pinceladas habituales de noir bastante más atenuadas que en otras obras, pero mantiene la misma base: una anécdota en principio intrascendente que se va complicando pero que de algún modo resulta completamente envolvente. Salvando las enormes distancias entre estilos, pero tiene esa magia inmersiva de Jiro Taniguchi en la que casi da un poco igual lo que nos cuente. Las diferencias son, no obstante, obvias. Donde el japonés es serenidad pura, los personajes de Quintanilha son dramáticos y pasionales. Se gritan, se insultan — a ratos con ciertos ecos tarantinianos — y el hecho de que los protagonistas sean dos machitos jóvenes llenos de testosterona e inseguridades a partes iguales nos lo deja servido.
Con toda seguridad, esta magia absorbente de Quintanilha proviene menos del qué cuenta y mucho más del cómo. Pese a la vehemencia e intensidad de sus personajes, Quintanilha deja a la hora de planificar sitio al cielo, al mar, a ese espacio que dilata el tiempo en viñeta. No duda en descomprimir la acción, ya que al fin y al cabo, la acción en sí no es más que una anécdota y consigue así tiempo para profundizar en los personajes y las ideas de fondo. Además, en Luces de Niterói hay, si cabe, una especial dedicación al montaje, aún mayor que en otras obras. Los juegos de flashbacks o los cambios de escena y escenario están especialmente cuidados en esta obra.
Uno de los agentes para reforzar estos saltos es el color. Después de que Quintanilha arrancase su carrera con un puñado de obras en blanco y negro, en la mencionada e inédita L’athénée dio el salto al color. No obstante, el trabajo cromático que desplegaba en esta acude a una paleta mucho más tenue y desaturada, apoyada mucho aún en el volumen con grises. En Luces de Niterói da planos de color mucho más desnudos e intensos, que aúnque tienden más al naturalismo, nos adelantan en cierto modo lo que veremos en Escucha, hermosa Marcia.
Luces de Niterói es pues un trabajo que nos faltaba a los seguidores de Quintanilha, que nos deja ver el proceso de crecimiento artístico y que, si bien puede no destacar a la altura de sus obras más punteras, tiene todos los ingredientes de la personalidad de este autor que cada día gana más adeptos.