¿Qué es lo que diferencia a Jonathan Hickman de la mayoría de los guionistas actuales? Por lo general, en las largas series de las dos grandes en USA se mantiene la estructura de arcos argumentales que, con más o menos implicaciones a futuro, empiezan y acaban. Hickman empezaba en el tomo anterior su gran saga: las incursiones, una amenaza más grande que la vida, que amenaza el multiverso entero, pero eso no parece bastarle. En un uso un tanto personal de las estructura de historia río, Hickman va insertando nuevas tramas que de algún modo se inyectan en el torrente principal por el camino. De este modo, la propuesta inicial no sólo no termina, sino que por acumulación de afluentes convierte su caudal en algo mucho más grande.
Y es que parece que una historia sobre una amenaza a nivel multiversal no es suficiente y se decide a subir la apuesta casi a cada página. Es más, Jonathan Hickman y el trío de dibujantes del que viene armado tienen las santas pelotas de permitirse dejar parado algo tan gordo como las incursiones (aunque recordándonos de vez en cuando que sigue ahí) para seguir echando agua hasta que desborde.
En este segundo tomo, echa al fuego leña en forma de Evento Blanco, nos trae una invasión vestida de mito de creación, llega una amenaza del espacio capaz de vencer a todos los Vengadores y, bueno, tambien IMA, el Alto Evolucionador, Terminus, la guerra Wakanda/Atlantis y hasta ninjas… ¿Por qué conformarse con un solo problema que va a destruirlo todo? Así es Los Vengadores de Jonathan Hickman 2. El último evento blanco. No obstante entre el festival de sucesos, amenazas y promesas más grandes que la vida, en este tomo cabe destacar la recogida de testigo de Jonathan Hickman a Warren Ellis y su inconclusa Newuniversal. Toma los conceptos del superflujo y el evento blanco que Ellis creara para esta serie y los rescata junto a remozados de ese viejo Nuevo Universo que en su día promoviera Jim Shooter.
Desde aquel Vengadores Desunidos del 2004 la línea principal de la historia Marvel pasa por Los Vengadores. Si hay algo gordo tendrá lugar aquí y de ahí que Hickman se decida por una historia de enormes proporciones acorde con tal responsabilidad. Sin embargo, consciente de que jugar con la tallas grandes requiere de tiempo, se arma de lo que podríamos llamar el arsenal Hickman. Dicho arsenal se compone al menos de tres trucos marca de la casa que despliega cual encantador de serpientes para mantenernos en vilo mientras gana el tiempo que necesita. El primero sería esa peculiar forma de uso de la historia río que mencionábamos antes. Mientras la trama principal se toma el tiempo preciso, Hickman nos inserta nuevas historias que no solo suponen nuevos puntos de enganche, sino que se las apaña para contribuir con ellas al tronco central. El segundo truco viene con ese halo de grandilocuente misterio con el que viste cada evento y jugador de su gran trama. Todo es respira esa pose de trascendencia y gravedad que nos ata irremisiblemente con la expectativa de algo mayor por detrás. El tercer elemento del arsenal es en realidad un cajón de trucos, una especie de bolsillo dimensional de todas las artimañas de guión que existen para atraer nuestra atención. Fundamentalmente se vale de saltos en el tiempo y el espacio de las escenas que trucarán linealidad de la línea de acontecimientos para que sea la respuesta del lector y no el orden cronológico la que guíen la secuencia de sucesos. Ninguna estratagema estará prohibida, porque Hickman no es el gran arquitecto sino el gran embaucador, capaz de conseguir que mires donde él quiere mientras prepara su número final.
Si acaso su mayor defecto es que en nombre de esa gran historia de infinidad de ramas y dimensiones gargantuescas todo vale. Los personajes de Hickman son engranajes que hacen girar la trama y todo rasgo de personalidad canónica será sacrificable en nombre del objetivo. Salvando unos pocos, es difícil reconocer a los héroes que vemos en las páginas de Los Vengadores de Jonathan Hickman 2. El último evento blanco. Los personajes se diluyen o se extreman para terminar igualmente diluidos. Basta con que sean presencias imponentes y cumplan su misión en el desarrollo de la trama.
Del mismo modos, tampoco vemos por ningún lado ese espíritu de equipo que define a los Vengadores y es que la épica de Los Vengadores de Jonathan Hickman reside en la enormidad de la historia que aplasta los caracteres individuales. Bien podríamos hacer la misma historia con la JLA o The Authority y apenas habría nada que cambiar. Perdemos en este caso ese punto de identificación y ese escalofrío por la espalda que lo viejos seguidores de los Vengadores sentimos ante un “Vengadores, reuníos”. Ganamos una historia de un tamaño como jamás hemos visto en los Héroes más poderosos de la tierra.
Para lograr algo de semejante magnitud, cualquier sobrepuja de Hickman sería un farol si no viniese apoyada por algunos de los dibujantes más impactantes de aquella Marvel now. Arrancamos con el que era un emergente un Dustin Weaver con una especial maña para la construcción de mundos, sea una gran ciudad en la tierra o un paraje alienígena, muy acorde con lo requiere ese momento de la historia. Giramos hacia la acción con un Mike Deodato que con mejor o peor resultado, siempre ha destacado por el espectáculo que ofrece. Ayudado por el potente render del color de Frank Martin se ocupa de hacer todo el ruido posible y dejar que el “más grande que la vida” de Hickman tome una forma acorde. Terminamos con un Stefano Caselli quizá menos desmesurado que sus compañeros, pero manteniéndose en el listón de las proporciones que requiere esta historia.
Hickman se arma de lo más impactante que le ofrece Marvel para contarnos una historia que no espera a terminar la ronda antes de una nueva subida de apuesta, un torrente cuyo caudal crece con cada nuevo hilo. Y lo mejor es que con la perspectiva que nos da el tiempo, sabemos que si lo que tenemos en este tomo es enorme, lo que veremos en el siguiente serán Infinito.